Opinión

Regaño al jovencito marihuanero

Por: Salud Hernández-Mora

Para la periodista Salud Hernández-Mora meter marihuana no es ningún chiste. Oiga y lea bien, muchachito, estas palabras que siguen son para usted.

Me pidieron que escribiera un regaño a los jóvenes por consumir marihuana. Acepté aunque advertí que no sería un texto festivo puesto que no le veo la menor gracia a que fumen esa vaina. Porque si un adulto se fuma lo que le plazca, me vale cinco. Pero si es un joven, me preocupa mucho. Y si el joven es de mi entorno, tomo medidas para intentar que aborte el vicio de inmediato. O, al menos, le pongo tantos obstáculos que lo deja por jarto.

Por alguna razón, la marihuana es una droga políticamente correcta. Unos creen que les da un aire intelectual, aunque jamás lean un libro. Y que les tiñe de izquierda caviar, aunque la fuman por igual derechas, izquierdas y la inmensa mayoría planetaria que no está atada a ninguna ideología. Pero fue la izquierda la que la integró a su escudo, la que la utiliza como arma arrojadiza contra los que considera cavernícolas, gentes como yo, que intentamos convencer de que las drogas (marihuana, cocaína, éxtasis, heroína etcétera) son una tragedia.

Empezaron a santificarla en la época de los hippies y con el tiempo terminaron admitiendo en su club a una legión de exmandatarios apergaminados y otros en activo, amigos o pertenecientes a la oligarquía. Con el fervor de los conversos, esos señores se dedican a predicar la buena nueva por el mundo.  

Vuelvo a lo mío puesto que se trata de regañar a los jóvenes y no de madrear a los políticos.

Hace unas semanas me dijo una profesora en Toribío, norte del Cauca: “Estamos aterrados con el incremento del consumo de marihuana entre los alumnos. Uno va a decirles que es malo y responden que es medicinal”. Obvio, es el calificativo que más se escucha en los últimos tiempos, asociado a la marihuana.  

En Toribío se disparó el consumo porque en Tacueyó, uno de sus corregimientos, la cultivan a la lata. También en Tacueyó los adultos están alarmados por el mismo motivo. ¿Qué hacen? Nada. Contra el poder aplanador de los medios y los faranduleros replicando al infinito que es una droga inocua, con muchos beneficios para la salud, no hay papás cansones que valgan.

Es más, los niños contraatacan asegurando que es mejor que el cigarrillo. Ese sí que mata. En cambio, un cacho de marihuana te alivia, te calma.

¿Qué haría si pillara a un adolescente sobre el que yo tuviera autoridad fumándose un cacho?  

Quitárselo y romperlo sin mediar palabra. Hay medidas drásticas que no requieren de democracias.

Supongo que el muchacho respondería con una mirada cargada de odio. Y enseguida rebuscaría en el bolsillo la miércoles que le quedara para enrollar otro y retarme.

Segunda acción de la jurásica: arrancárselo de las manos y pisotearla. Agregaría una sugerencia en tono caritativo: vaya de inmediato a la Defensoría del Pueblo para denunciarme por pisotearle sus derechos juveniles —nunca mejor dicho.

Me clavaría los ojos, rebosantes de ira y rencor, y me retaría a que se haría otro en cuanto yo desapareciera de su vista. Perfecto, contestaría yo, para propinarle a continuación mi discurso del alud de tragedias que se le avecinaban por empezar con la marihuana. “Es la puerta de entrada a otras drogas cuando uno empieza pronto”, diría yo pese a saber que no me escuchaba, que en su silencio solo rumiaba sus futuras venganzas. “Que sepas que a tu edad causa daños irreparables en el cerebro”. Por supuesto que esas palabras también se las llevaría el viento.

Remataría con la única frase que le llegaría al alma y le pondría en guardia: “Te advierto que a partir de ahora te esculcaré todo, te espiaré y te quito la mesada”.

Repetiría en días sucesivos mi sermón al infinito, con nuevos argumentos sobre los estropicios que causa la adicción, con ejemplos de niños descarriados por la droga, con líderes juveniles que la detestan, tipo Falcao. Claro que fumaría alguno que otro cacho a escondidas, fuera de la casa, pero tendría que reducir al mínimo la dosis por la vigilancia del Gran Hermano.

De acuerdo, el joven no me consideraría su amiguis, su parce, sino un insufrible espécimen sobreviviente de la Edad Terciaria. Me conformaría con que supiera que no toda la Tierra aplaude la hierba esa, que entraña enormes riesgos y que fumársela siendo demasiado joven, si se convierte en hábito, deja secuelas imborrables. Lo dicho, esto de divertido no tiene nada.

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