¿Cómo es la casa de Walter White? ¿Existe un lugar llamado los pollos hermanos? Un fanático de la serie se fue tras los pasos de los personajes hasta Albuquerque, el pueblo donde se filmó este hito de la televisión moderna, y esto fue lo que encontró.
EL CIELO DE ALBUQUERQUE
Desde el final de Breaking Bad no puedo escuchar Baby Blue, de Badfinger, sin echarme a llorar. Me resulta imposible no pensar en Walter White: es el soundtrack que acompaña la caída de Heisenberg, personaje interpretado por Bryan Cranston. Los cielos que aparecen en la serie de Vince Gilligan me parecían irreales. ¿De verdad existen?, me preguntaba en cada capítulo. Pretendía llegar a Albuquerque, Nuevo México, con la luz del día para atestiguar con mis propios ojos la existencia de ese azul tan peculiar como el de la metanfetamina que fabricaba el profesor de química. Llegué de noche, pero apenas el taxi se internó en la avenida Central, Baby Blue comenzó a sonar en mi cabeza. Albuquerque no me recibió con uno de los cielos de Breaking Bad, pero sí con un sonido. A eso suena Albuquerque: a nostalgia.
El motivo por el que visitaba la ciudad no era otro que realizar el Braking Bad Tour: un paseo por distintos sitios donde se filmó la serie. A diferencia de otras, como por ejemplo Los Soprano, para Breaking Bad no se construyeron sets especiales: se filmó en distintas propiedades de Albuquerque. Se rumora que a los propietarios de la casa de Walter White se les pagó 50.000 dólares por permitir utilizarla durante todas las temporadas.
A diferencia de lo que imaginaba, Albuquerque, sin ser la capital del estado, es una ciudad importante. Casi la totalidad de bandas de rock que se encuentran de gira tocan ahí. Tiene un circuito de estupendos bares en la avenida Central. Se presume que la escena en que Romeo Dolorosa secuestra a los dos gringos en Perdita Durango (1997), la cinta de Álex de la Iglesia, se filmó en esa calle. Además, cuenta con un excelente programa de escritura en español en la Universidad de Nuevo México.
El clima es agradable. Soleado y caluroso en el día, pero fresco por la noche. Se come bien. Y el albuquerquense es bastante educado. Es sumamente amable. No hace distinciones de ningún tipo. Te trata de la misma forma si eres blanco o moreno. Como muchas otras ciudades estadounidenses, posee una alta población de adictos a la heroína. Tras dejar mi maleta en la habitación, salí a buscar algo para comer y en un paso a desnivel que atraviesa la avenida Central vi a una yonqui inyectándose en la vena.
Al amanecer constaté que los cielos de la serie eran reales. Fue como entrar en la pantalla. Recorrí en taxi todo el camino hasta Oldtown, la parte más antigua de la ciudad, un complejo de casas achaparradas de estilo amerindio. Soy miembro de una nueva religión. Así como miles de personas viajan cada año a Roma para ver al papa o a Cleveland para acudir al Salón de la Fama del Rock & Roll, otros tantos cientos peregrinan a la nación Breaking Bad para realizar el tour. No solo mexicanos y gringos, también hay excursiones de distintas nacionalidades: suecos, rusos y demás. La fecha de mayor afluencia es el
16 de marzo, declarado el Día Mundial de Breaking Bad. Si en un principio los albuquerquenses se avergonzaban de la serie porque
se asociaría la ciudad al narcotráfico, ahora se enorgullecen de ella. Y la explotan al máximo. Se lucran con la leyenda de Walter White.
‘THE CANDY LADY’
Mi propósito consistía en realizar el Breaking Bad RV Tour. El recorrido se realiza en una RV (el vehículo donde cocinaban la metanfetamina) similar a la empleada en la serie para vivir al máximo la experiencia BB, pero solo cuenta con capacidad de 15 plazas, por lo que es indispensable realizar una reserva a través de la página web. Como no encontré cupo, me dirigí a The Candy Lady Tour. La dulcería, ubicada en el 424 de la calle San Felipe, en el mismo Oldtown, es célebre mundialmente por fabricar la metanfetamina de utilería usada en la serie. Los cristales azules, invento de Heisenberg, son dulces encargados especialmente a The Candy Lady, que ha vendido más de 30.000 bolsitas de meta de caramelo. La pequeña tienda ofrece una variedad de suvenires que van desde postales y delantales hasta dulces y llaveros alusivos a la serie.
Por 75 dólares, dos amigos y yo contratamos The Candy Lady Tour. Nos treparon solo a nosotros tres en una limusina que nos daría un recorrido de una duración aproximada de tres a cuatro horas por las locaciones de Breaking Bad. Aunque no fuera montado en la RV, el tour de la dulcería era mejor opción. No competiríamos por el mejor lugar dentro del vehículo con nadie. Pero lo más importante: la RV, debido a que transporta a 15 personas, no se detiene en cada locación para que los “breakingbadlievers” desciendan a tomar fotos; lo hace solo en algunas, y eso debido a las quejas constantes de invasión de los dueños de las propiedades. Los tours son una iniciativa independiente. No tienen relación con los propietarios.
Mientras recibía trato de rockstar en la limusina, di un paseo por Oldtown. A sus espaldas se encuentra el Museo de Arte e Historia de Albuquerque, que exhibía la exposición Killer-Hells: The Art of the High-Heeled Shoe, una inquietante muestra de diseños de zapatillas de tacón de varios artistas de distintas partes de Estados Unidos y algunos de México con tacones de plataforma, de femme fatale o de sadomasoquista.
‘BREAKING BAD TOUR’
Earl, el conductor de nuestra limusina, era nieto de una mexicana, pero no hablaba nada de español. Así que nos comunicamos en “totacho”(o, mejor dicho, en inglés). El cincuentón calvo se había desempeñado como doble de riesgo en películas viejas. Como el albuquerquense promedio, adora la serie y alberga una alta esperanza de que los rumores que corren sobre una posible película basada en ella se concreten. Supuestamente, la cinta arrancaría justo en el momento exacto en el que Jesse Pinkman huye, pero no se descarta la aparición de Walter White. Porque Earl, como muchos otros fanáticos, asegura que el final de la serie es ambiguo en cuanto a la muerte de Heisenberg. Para muchos continúa con vida.
Nuestra primera parada fue en la casa del hermano de Saul Goodman (el pintoresco abogado que defiende a White y Jesse), todavía Jimmy McGill, memorable por la escena en la que Chuck McGill toma el periódico de la vecina, lo que desata la consiguiente intrusión de la policía en su hogar. De ahí nos trasladamos a uno de los templos contemporáneos más venerados por los creyentes: la casa de Jesse. Sí, la misma donde hacía sus fiestas de crack y jugaba videojuegos. Vi con mis propios ojos ese santuario, ubicado en el barrio de Albuquerque Country Club. Alentados por Earl nos bajamos para tomarnos unas fotos. El único requisito era no pisar el prado para no enfadar a los dueños. La fachada continúa intacta. Tal y como la observamos en la serie. Pero el costado, donde estacionan por primera vez la RV que compra Walt, ha cambiado. Ahora le han construido un garaje. Nadie salió de la casa durante nuestra intrusión, pero alguien se asomó por una cortina, probablemente maldiciéndonos.
Después hicimos alto en Dog House, un establecimiento que vende perros calientes. Aparece unos breves momentos en un capítulo antes de los créditos. La siguiente parada es la casa de Tuco, el narco de la primera temporada. Situada en el 906 de Park Avenue, es un pequeño apartamento encima de una cantinita protohípster. Cuenta con unas mesas sobre el andén, en las que las personas se sientan a leer o a beberse una cerveza. El recorrido hasta este punto es algo convencional, excepto por la visita a la casa de Jesse, pero el paraje siguiente comienza a introducir los high lights del paseo.
De ahí seguimos hasta el Civic Plaza, el lugar donde Walt pretende secuestrar a Jesse, para después avanzar al patio de remolques donde se escondió la RV varios capítulos. Camino a ese sitio se puede admirar la estación abandonada de trenes de Albuquerque, un lugar que parece haber sido bombardeado.
Nuevo México es el quinto estado más extenso de Estados Unidos. Comparte territorio con importantes reservas indias, tanto de apaches como de navajos, los verdaderos dueños de Albuquerque, presume Earl. Pero a pesar de ello no se ve a ninguno por la autopista manejando una camioneta.
LOS POLLOS HERMANOS
Existen varias sucursales de Twisters, pero la situada en el 4275 de Isleta Bulevard fue la elegida para operar en la serie como Los Pollos Hermanos, el restaurante fachada de Gus Fring. No, no expende pollo frito, asado o apanado. Se venden desayunos y burritos. Su decoración no obedece a motivos de la serie, pero sí conserva el logo de Los Pollos Hermanos en una de sus paredes. A la salida hay un cuadro de Breaking Bad. En el mítico lugar donde Walt tomaba asiento para negociar con Gus, nunca falta un comensal, siempre alguien toma un refresco o come u hojea un periódico. El RV Tour incluye un desayuno en Twisters, la limusina no. Pero no vale la pena, es mejor comerse una hamburguesa en Holy Cow en la avenida Central. Los vasos de Twisters no están rotulados con el logo de Los Pollos Hermanos, lo que los convertiría en un verdadero tesoro.
No podía creer lo que mis ojos veían cuando la limusina se detuvo en la casa donde Walt deja morir a Jane Margolis, la novia de Jesse. Asentada en el 325 de Terrance Street, es una propiedad gemela. ¿Recuerdan que su padre vivía en la puerta de al lado? Lo más impresionante es que se estaba alquilando. El letrero de “rental information” me despertó unas ganas de mudarme a Albuquerque esa misma semana. No bromeo si aseguro que lo medité varios días. No habíamos terminado de tomarnos fotos cuando un par de sujetos, mexicanos, también comenzaron a “selfisearse”.
‘CARWASH MISTER’
En la serie, el A1A Car Wash, donde trabajó Walt en la primera temporada y que terminaría por comprar para lavar dinero, está situado en el 9516 de Snow Highs. No conserva los mismos colores de la serie, pero la construcción es la misma. Aquí, el tráfico de fanáticos es más pronunciado. Al encontrarse en un bulevar, decenas de carros se detienen todo el tiempo para sacarse fotografías con el negocio a sus espaldas. Los propietarios del autolavado son más flexibles en cuanto a la permisividad con los fans. Te permiten incluso la entrada al lugar. No importa que no vayas a contratar el servicio y seas de la ciudad o visitante. Se sienten orgullosos de que la serie atraiga tanto la atención sobre Albuquerque y sus edificios.
EL GRACELAND DE LAS SERIES DE TELEVISIÓN
Ver la casa de Walter White es como lo fue en su momento visitar la de Elvis Presley: la casa de Heisenberg es la nueva Graceland. El 3828 de Piermont Drive, esquina con Orlando, es un sitio mágico. Afuera se encuentra una patrulla estacionada permanentemente. Esto debido a la incontable cantidad de peregrinos que se apostan afuera de la propiedad en cualquier época del año. Franquean la puerta de entrada tres letreros de advertencia, que invitan a que te alejes. La patrulla está ahí porque cuenta la leyenda que la gente acudía a la propiedad a bombardearlos con pizzas, en alusión al capítulo en el que Walt sale con una caja de pizza, y en un arranque de furia la lanza y se queda pegada en la azotea.
De 1973 hasta 2014 o principios de 2015, la propiedad pertenecía a Frances y Louis Padilla, un matrimonio de sexagenarios jubilados. Según Earl, la casa había sido vendida. Poco se sabe de los nuevos dueños, del todo creíble si tenemos en cuenta que el mes de agosto de 2015 se anunció a la venta la casa de Jesse Pinkman en Country Club, la que conocimos al inicio del recorrido, en 1,6 millones de dólares. La edición del libro Hojas de hierba, de Walt Whitman, que fue usada en la serie, se subastó en 65.000 dólares. Quién dice que la poesía no deja. Los artículos de Breaking Bad están alcanzando escandalosamente la codicia de los coleccionistas. No existe fan from hell que no se plante afuera de la construcción. En los cinco minutos que pasé en su exterior se detuvieron como cuatro o cinco carros. Y tras ellos una nueva patrulla de la policía. La casa de Walter da tanto trabajo como los yonquis del condado.
SAUL GOODMAN
Después de la descarga de adrenalina que significa contemplar la casa White, la próxima locación es un respiro: se trata de la lavandería bajo la que, según la ficción, se encuentra el laboratorio de metanfetamina. Cuando descendimos de la limusina la reconocimos, pero no pudimos observar nada más que su patio. Era domingo por la media tarde y estaba cerrada.
Cuando menos lo tenía presente, llegamos a una pequeña plaza comercial. Dentro, en el 9800 de Montgomery Bulevar, se asienta un sport bar que fue la oficina de Saul Goodman. La fachada no conserva el letrero con la leyenda “Better Call Saul” en letra manuscrita, pero se reservó algunos detalles. La entrada al bar preserva los letreros de la oficina del abogado: “Saul Goodman. Attorney at law. (5055) 165-Call. Walks-ins Welcome”. Y más hacia la derecha, a unos centímetros de un neón de open, se encuentra en mayúsculas la palabra “SAUL”. El bar es un paraíso para los bebedores de cerveza. Cuenta con una larga fila de grifos de esa bebida.
Mis acompañantes y yo no resistimos la tentación y Earl nos permitió bebernos un par. Algo que en el RV Tour era impensable. Por la noche, un grupo tocaba cóvers de rock. Y Earl se dedicó a hablar con el guitarrista de la banda mientras hacía el soundcheck. Era amigo de Earl. Despaché una Shiner Bock de barril y una Samuel Adams Ambar. Pagamos la cuenta y volvimos a la ‘limu’.
El recorrido, pactado para una duración de tres a cuatro horas, nos llevó cinco. Sobra decir que no solo fue un tour por la serie, lo fue también por Albuquerque, porque conocí toda la ciudad por añadidura. La leyenda presume que el primer lugar en el que pensaron para rodarla fue California. Apuesto a que sin los cielos de Albuquerque ni el paisaje desértico no habría sido lo mismo.
Al día siguiente partí hacia El Paso. En mi cabeza comenzó a sonar Baby Blue. Sentía que acababa de visitar la tumba de Tutankamón. Acababa de registrar con mis propios ojos uno de los monumentos más fascinantes que ha creado la cultura contemporánea.