Recordamos uno de los hilarantes testimonios que nos dejó Daniel Rabinovich, quien falleció este viernes a los 71 años.
"¡Andá, viejo prostático!".
El insulto dolió, aunque la piba que manejaba la enorme camioneta tenía prioridad de paso.
Lo que pasa es que yo me distraje porque venía pensando en una de mis amigas. Me distraje porque venía pensando en una de las partes de mi amiga. Me distraje porque venía pensando en dos de las partes de mi amiga, a quien vería esa tarde.
Cuando empezás a orinar finito es la primera señal.
Cuando no podés emprender el trayecto de regreso a casa sin vaciar la vejiga antes de subir al coche es la segunda.
Cuando debés parar en la esquina céntrica donde tus fuerzas ya no soportan ni contienen las aguas y pasás una enorme vergüenza frente a las personas que te miran pensando cosas horribles es la tercera.
Y cuando el ascensor no termina nunca de llegar al piso once y sentís el enorme alivio mucho antes de abrir la puerta de tu casa es la definitiva. Por suerte subías solo.
Sufrís de la próstata.
No importa que hagas dieta y tu abdomen se achique. Sos un prostático.
Lo normal es que a tu edad tu pito no sea un motivo de gran orgullo. Ni de orgullo. Y mucho menos de gran. Ni por su aspecto ni por su tamaño. Tampoco es que antes fuera de exhibición, pero lo cierto es que es otra de las partes de tu cuerpo que se achica.
Pero la próstata no. Hagas lo que hagas, te cuides como te cuides, ella se empieza a agrandar con la edad.
Nos enteramos de su existencia por los comentarios de nuestros abuelos, luego por los padres y ahora… ¿Qué sabía yo de la próstata hace unos años?
Luego de cumplir los cincuenta, nuestro médico de cabecera nos dice que debemos hacer un chequeo urológico completo.
Vamos a visitar al urólogo y nos revisa. Esa es una parte bastante desagradable. La manera que tienen de acceder a la información, luego de escucharnos y revisar nuestra analítica, es metiendo su dedo índice en nuestro ano y haciendo una revisación con cara de "qué interesante lo que toco"…
A ver si me explico: el lugar es un consultorio, la calefacción es poca y el tipo que acabamos de conocer y que viste guardapolvo nos pide que bajemos los pantalones y nos mete un dedo en el ano.
La naturaleza ha colocado la próstata en un lugar lleno de cosas muy interesantes. Para más exactitud, dentro de un lugar. Ese es el error. Dentro de la vejiga. De manera que cuando se agranda, comprime la vejiga.
Por la zona están los testículos, el pene, el ano… toda la parafernalia del aparato genital y los lugares de salida, de evacuación. Y de placer, claro.
O sea que cuando la muy guacha se agranda, jode todo lo que la rodea.
Por suerte no duele. Jode pero no duele. Incordia y pone a prueba nuestro aguante pero no duele.
La medicina, el "arte de comunicar incertidumbre", ha adelantado y mucho en el tratamiento de la próstata. Incluso en la reducción de su tamaño por medio de persuasivos medicamentos. Cuando los mismos fallan, siempre queda el recurso de la cirugía. Y los médicos felices, nos dicen que todo va a ser mejor, que va a estar todo perfecto y que vamos a recuperar nuestra capacidad de retención y evacuación de la orina y la plenitud de nuestra vida sexual. Que no volveremos a mojar el piso del ascensor.
Es verdad lo que dicen. Lo que no nos dicen es lo complicado del trámite.
Prepararse para la cirugía, dejar de trabajar por un par de semanas o más, pedirle permiso al cardiólogo para visitar el quirófano, hacer las ecografías correspondientes y, sobre todo, juntar el coraje para enfrentar anestesia y posoperatorio. Y jugarse la vida… sí, la vida en que todo vuelva a funcionar como antes. Normal.
Volver a orinar de vez en cuando, en unos pocos segundos, con un vigoroso chorro. Normal.
Y volver a tener un orgasmo y una eyaculación visible. Normal.
Le hice señas a la piba para que pasara, reconociendo su derecho, aceptando sin remilgos la prioridad de su calle y envidiando el tamaño de su camioneta. Sobre todo comparada con mi pequeño y veterano Volkswagen.
En cuanto arrancó, repitió el insulto:
"¡Viejo prostático!".
Yo pensaba en su juventud, en su enorme y brillosa camioneta, en la inexistencia total de próstata en su cuerpo y en que probablemente ignorara gran parte de los datos anatómicos referentes a la misma.
Y sobre todas las cosas pensaba en mi amiga, a quien vería en un ratito, tan contenta con mi estado de salud, con mi vigor y sabiduría, con mi experiencia prostática.
Entonces, mientras ella pasaba frente a mí, bajé la ventanilla y le grité:
"¡Prostático sí, pero viejo las pelotas!".
Puse primera y me fui, contento, a la casa de mi amiga.