Pululan por estos días los analistas –expertos o no– en reinados de belleza. Ante el triunfo de Paulina Vega como la nueva Miss Universo los comentarios fluctúan de un lado a otro, como un péndulo, con elogios desenfrenados y ligeras críticas sobre los reinados y el papel de las mujeres en ellos. Sin ir más lejos, al poco tiempo de recibir la corona la señorita Vega, salió publicado un texto firmado por Andrea Echeverri, que fue motivo de confusión para algunos medios apresurados que lo publicaron en sus portales diciendo que esa era la opinión de la cantante de la banda de rock colombiano Aterciopelados. La Andrea Echeverri autora –docente, crítica y teórica de cine– ganó lectores debido a la confusión y, claro, al texto crítico y aparentemente certero para muchos que lo hicieron viral en redes sociales. Pero al parecer pesaba más que lo hubiera escrito una cantante de rock a lo que en él había escrito. El texto es apresurado y torpe. Dice Echeverri (la escritora, no la cantante) que “no es lo mismo el triunfo de Paulina Vega al de Nairo Quintana” y sostiene su observación agregando: “el deporte puede ser una profesión y claramente da sentido a la vida”. Y acá ya empieza la cosa a torcerse. Claro que no es lo mismo el triunfo de Paulina Vega al de Nairo Quintana, como tampoco el de Nairo es igual al de el Premio Nobel de Literatura, ni el de este al de Mariana Pajón, medir competencias y certámenes según el oficio y la profesión cuando son tan disímiles es ya una tontería; así como la nueva Miss Universo o nuestro campeón de ciclismo no están dotados para ganar un premio nobel, ninguno de nuestros escritores tiene los atributos para participar en un certamen mundial de belleza, y con seguridad no hay ningún interés de ellas en ser premios de literatura ni de ellos ser miss universo. Afirma luego la autora que “el deporte puede ser una profesión y claramente da sentido a la vida” y acá lo que veo es una verdad a medias, ya que le da atributos a una disciplina para pordebajear a otra. Hay que recordarle a la autora del texto que varias reinas de belleza, al igual que muchos deportistas, actores e incluso escritores, han sacrificado estudios y títulos para desarrollarse a fondo en un campo y hacer de este su profesión –escenario cotidiano de la moda, la fotografía, los desfiles y no solo del deporte– y que eso les ha dado a ellos el sentido de su vida. No es una regla general: yo no practico ningún deporte ni voy a fútbol los domingos, eso no determina el sentido de mi existencia, así mismo no veo reinados de belleza ni tengo los atributos físicos para participar en ellos, pero de ahí a decir que se acabe el fútbol o los reinados o que sería mejor que Colombia no participara en ese tipo de competencias, me parece egoísta, tonto, apresurado.
Dice Andrea Echeverri que la preparación que existe para ser reina consiste en frivolizarse al máximo y creo que la aseveración es radical, no busca darle lugar a la discusión. Pero no hay que irnos demasiado lejos para darnos cuenta de que todo está frivolizado, en todos los campos: los deportistas exitosos como James o David Beckham han desfilado semidesnudos sin haberse preparado para hacerlo, solo obedeciendo a campañas publicitarias, y han hecho de su figura deportiva un icono de la belleza y la perfección, participando incluso en aclamadas pasarelas de ropa interior. ¿Pan y circo? Sí, pero es que ese “pan y circo” también está en todos los productos del mercado, no solo en el fútbol o los reinados de belleza. El escritor norteamericano Chuck Palahniuk nos enseñó a comer palomitas de maíz o hamburguesas doble carne mientras se proyectan películas pornográficas; Jean Luc Godard dijo que todo lo que se necesita para hacer una película es un revólver y una mujer, y que yo sepa no hay en todas sus películas una sola mujer que no esté dentro de los estándares sociales de la belleza universal; a todos nos gusta Anna Karina, todos recordamos con codicia a la Brigitte Bardot de la cinta El desprecio. A su vez, Woody Allen dijo en una entrevista que era una persona completamente superflua ya que no concebía una de sus películas sin una mujer bella.
En el film Malena de Giusseppi Tornatore, una mujer es víctima del chismorreo y la violencia solo porque es hermosa y está sola y es admirada y envidiada públicamente, por hombres y mujeres. Del mismo modo, la Nikole Kidman que Lars Von Trier nos muestra en Dogville sufre terribles consecuencias por estar sola, por ser mujer y sobre todo por ser hermosa, siendo sometida a una serie de vejámenes que inician, al igual que pasa con Malena, con el horrendo oficio de la murmuración y el chismorreo. A una la golpean en público, a la otra la violan. Malena es acusada de puta, de sinvergüenza, de ser solamente un objeto de placer. Y acá hay que detenernos un poco. Es curioso, nadie le exige a Nairo Quintana o a James que lean libros, pero en cambio con las candidatas a reinas, modelos, o ganadoras de concursos de belleza, hay quienes se encarnizan porque no leen o no hablan bien otro idioma, y acompañan esas burlas con frases tales como “esas viejas son brutas”, “solo saben exhibir su cuerpo”, “son todas putas”, y es ahí donde yo encuentro un discurso cargado de violencia que está cercano al de la sociedad fascista de la película de Tornatore, próximo al crimen y al fanatismo radical. Que una reina lea o no, es una decisión que no es determinante para la profesión que ha elegido, de igual forma ocurre con los deportistas. Si lo hacen le estarán dando un valor agregado a su vida y a su profesión, y eso es por sí mismo plausible, loable, pero si no se les antoja hacerlo y prefieren invertir su tiempo en la preparación física, con seguridad no van a restarle puntos a su trabajo, que se hace desde ahí: entrenar fuertemente, para unos en canchas y montañas, para otros en horas y horas de gimnasio, ejercicios y unas poco fáciles dietas alimentarias.
Propio de una sociedad fascista y desproporcionada, violenta en lo que ve como en lo que hace, la Italia de Mussolini que condena a Malena parece no diferir de muchas de nuestras actitudes cuando algunos contemplan una mujer bella, que está sola, que es admirada y envidiada públicamente. Ahí sí la mujer tratada como objeto, pero ya no de la manera como lo expone Echeverri en su artículo, pues que yo sepa ni Paulina Vega ha dado declaraciones de haber sido tratada así, ni ella misma se siente de esa forma. Acá la cosificación está en quienes miran y critican, y hacen un discurso sexista sin que este exista entre los verdaderos protagonistas de un reinado. Es más, tengo entendido que el papá de nuestra Miss Universo acompañó a su hija durante varios años en preparaciones de todo tipo y rigor para verla competir mundialmente y observarla campeona; con seguridad el papá de Paulina no es machista, es solo alguien que vio que su hija podía, la apoyó, la acompañó en su entrenamiento y la vio ganar.
Aunque no me gustan los reinados ni el deporte –ninguno de los dos es determinante en mi vida, ninguno le da sentido–, me he alegrado con la actuación de nuestra selección y la de todos nuestros deportistas en certámenes internacionales, y en esta ocasión también celebro el triunfo de Paulina Vega porque al igual que Woody Allen prefiero ver una mujer bella de protagonista y no la adusta cara de la guerra, sencillamente porque es mejor ese protagonismo –en la prensa, en la televisión internacional– al del manido y mentiroso discurso de la paz entre el gobierno y la guerrilla, al de los vejámenes del paramilitarismo, al de la envidia, el desprecio y el odio.