Mi trayectoria en el fútbol se remonta a 1974 cuando comencé a trabajar con los jugadores más importantes del momento como Pernía, Tarantini, luego vendrían Fillol, Hugo Gatti, J.J. López, Reinaldo Merlo, Armando Capurro, entre otros.
Llegué a representar a casi 200 futbolistas de primer nivel. Y desde entonces comencé a recorrer el camino de Diego, a seguirlo, a ver su talento. A través de algunos de los muchachos que yo representaba supe de su interés de que yo fuera su mánager, y en octubre del 85 llegué a un acuerdo de trabajo con él no sin que antes me pidiera exclusividad. Tenía que dejar al resto solo para dedicarme a él. Y así lo hice. No fue una decisión fácil pues se trataba de muchos amigos, pero al final me decidí.
De Diego siempre tengo los mejores recuerdos. Nuestra relación era comercial pero también de amistad. Mi labor de mánager no implicaba estar pendiente de a qué horas se acostaba o qué comía pues su personalidad es muy fuerte y siempre fue muy autónomo. Incluso, si él quería hablar con la prensa lo hacía. Unas veces pedía mi intermediación, pero otras no. Por eso, cuando ha tenido problemas nunca ha culpado a terceros pues él siempre ha hecho lo que quiere. Además, cuando yo empecé a trabajar con él ya era un joven formado, de 25 años.
Cuando era momento de celebrar alguno de los triunfos, eran festejos íntimos, en una casa, con su familia, sus amigos, sus suegros. En Nápoles era difícil salir porque se tejieron muchas fantasías sobre él, llegaron a nombrarlo patrono de la ciudad y es que hay que recordar que Diego alcanzó muchos títulos, incluido el de mejor jugador de todos los tiempos. No era fácil salir.
Tal vez el momento más difícil de mi trabajo con él fue hace diez años, cuando tuvo que ingresar de urgencias a un hospital en Punta del Este, inconsciente, por sobredosis. Yo alerté a los profesionales y hoy mucha gente dice que gracias a eso se salvó, pues ya estaba muy mal. Yo solo sé que los médicos lo trajeron de vuelta.
Me acuerdo de otros momentos de tristeza pero que a la vez fueron de alegría. Por razones profesionales, Diego no pudo estar en el nacimiento de sus hijas. Esa imagen del padre en la sala de parto, en una sala de espera, no fue posible porque estábamos en Italia y la madre en Argentina. Nosotros, a la distancia, tomados de la mano, nos sentamos a esperar la llamada que nos anunciara que todo había salido bien. Y luego, el abrazo, las lágrimas de emoción.
No se me olvida tampoco cuando un ex juez me ordenó ir a la cárcel por un episodio del que no quiero hablar, un 31 de diciembre, pocas horas antes de las 12 de la noche; Diego estuvo ahí acompañándome, y cuando le pidieron que se fuera porque las visitas habían terminado, él salió pero se quedó otro tiempo afuera, en la calle, acompañándome.
Siempre viviré agradecido con Diego, escribí un libro donde cuento mi relación con él pero, antes que nada, es un homenaje a la vida, porque fue una relación donde vivimos momentos buenos y no buenos. Así como yo estuve con él en esos tiempos de gloria en Europa, también lo acompañé durante cuatro años en Cuba, esa bella isla de gente increíble, mientras se recuperaba de su adicción a las drogas. Y eso lo que demuestra es un sentimiento de amistad.
De él conservo tarjetas, cartas, declaraciones, recortes de prensa, todos los recuerdos, como una camiseta que me firmó no hace mucho y que dice: "Para mi viejo con toda mi alma y vida". Trabajamos juntos hasta noviembre de 2003. Hoy la relación está en un "stand by" por malentendidos, pero llegará el momento de vernos y de aclarar todo. Me angustia y me emociona lo que hace y espero lo mejor para él en el Mundial. Siempre lo veré como un amigo.