Todos hemos visto en algún momento de la vida dibujos animados en televisión, pero eso no quiere decir que traguemos entero. Que alguien resuelva las dudas que tenemos sobre los Pitufos, Pokemon y Supercampeones.
Mi experiencia infantil con las caricaturas fue la de no poder ver Transformers. Mi hermana es cinco años mayor que yo, y además mis papás la consentían más a ella. Monopolizaba el televisor y me tocaba ver tonterías como Rainbow Brite o como en She-ra, la versión femenina de He-Man, en donde la protagonista tiene un novio al que salva del peligro en cada episodio, invirtiendo la fórmula Supermán-Luisa Lane. No me gusta. Es como las groserías. No es machismo, sencillamente se ve feo en una mujer. También estaba Mi pequeño Pony, puro territorio freudiano: caballos, unicornios, arroyos fluyendo entre dos colinas... como si los niveles de estrógeno no fueran suficientes, también me tocaba ver Cariñositos. Heme aquí, un niño tratando de consolidar su identidad masculina, y me ponen a ver a un montón de peluches afeminados salvando al mundo a través del amor y la comprensión. ¡No es justo! Además, a veces terminaba jugando a los Cariñositos en el recreo. Me pedía el león, tratando de rescatar el máximo de masculinidad posible (aunque el león tiene un corazón pintado en su panza).
El único programa en el que había cierta identificación entre mi hermana y yo era Los Pitufos. A pesar de que la ley 100 ha convertido a la medicina en una profesión poco rentable y que las carreras con mamitas en la Javeriana son Comunicación y Derecho, Los Pitufos siguen vigentes como clásicos de los dibujos animados. Clásicos que, sin embargo, nos dejan muchas dudas.
¿Qué me dicen de la reproducción pitufil? A ver, es una aldea de unos treinta habitantes. Dos de ellos son mujeres, una de las cuales no aparenta edad para procrear. Además la otra no se llama Mamá Pitufa sino Pitufina, y estaría en excelente condición de haber engendrado a todos esos pitufos. Dos teorías: una, los hongos en los que viven los pitufos son en realidad la 'contraparte' de su especie (la reproducción de los pitufos sería pues por esporas, y el estudio de los fungus pitufae no pertenecería tanto a la zoología como a la botánica), y, la segunda, según la cual Papá Pitufo es viudo (Mamá Pitufa murió por repetidos abusos a su sistema reproductivo que, finalmente, cedió tras dar a luz a Pitufo Cabezón).
La gran pregunta, sin embargo, es: ¿pitufan los pitufos? Tal vez Tontín solamente se hace el bobo y por la noche se queda pitufando con Pitufina. O quizás Papá Pitufo es el único que se arroga el derecho a pitufar con todas las pitufas de la aldea. Estoy seguro de que Fortachón y Vanidoso han pitufado. Diría más: Fortachón pitufa, Vanidoso es pitufado.
Ahora, como filósofo de profesión, me siento ofendido por la forma en que nos estereotipan en los medios. Pitufo Filósofo es una ofensa. Bien dijera Teodoro Adorno en su discurso inaugural para la cátedra de Metafísica en la Universidad de Berlín: "Aquella profesión que fuera encarnada en un pitufo es una profesión perdida. Una profesión que ha sido pitufada en un rol monolítico no puede pitufar más allá de unos horizontes previamente pitufados" (Freiheit und Pitufenheit, Berlín, 1953).
Para terminar con el tema de Los Pitufos: ¿Gargamel se quería comer a los pitufos? ¿O era un odio xenófobo a su piel azul? (sé que el gato Azrael se los quería comer). En todo caso, Gargamel es el típico enemigo fracasado que tenemos en tantos programas infantiles: desde el Coyote hasta el Conde de los Gummybears. Lo salva el hecho de que tiene una frase que uno no olvida y puede usar cotidianamente: "Haré (tal cosa) aunque sea lo último que haga, lo último que haga!".
En fin, después nos volvemos más grandecitos y podemos escoger lo que vemos en televisión. Esta es la era de la japoanimación: desde Heidi y Corazón hasta Dragon Ball Z y Evangelion, la japoanimación acompañó los mejores momentos de nuestras vidas, si resulta que en esos momentos nos dio por ponernos a ver perubólica.
Al grano. Caballeros del Zodiaco, un programa que lo tenía casi todo: sangre, tripas, armaduras, referencias a las mitologías griega, judaica, escandinava y, en mi mente, al cubismo (yo pensaba que Sella gritaba "¡Dame tu fuerza, Picasso!"). Lo único que le faltaba era tal vez algo de 'carnita', como unas ninfas en pelota o algo así. No nos podemos olvidar de Supercampeones, el programa que todos seguimos cual telenovela venezolana, aunque nadie lo acepta de buena gana. Sí, sí, que la bola no sigue las leyes de la física, que un tiro libre dura tres episodios y que la cancha mide como tres kilómetros. Nada de esto importa. ¡Lo importante es que Steve Hyuga es un papito! Su pelo grueso, largo y despeinado, su camisa sin mangas, su mirada penetrante, su piel oscura... no entiendo por qué Patty prefería al ñoño de Oliver Atom.
Pokemón es una genialidad del marketing. A las niñas les gustan los bichos tiernos; a los niños les gustan los bichos que se 'cascan'. El programa duplicó la audiencia normal de un programa infantil al inventarse bichos tiernos que pelean. Pikachú es uno de los seres más tiernos del universo, junto con Gizmo (el peluche que se convierte en Gremlin) y Michelín. Cuando tenga que pedirle cacao a su novia, hágale ojitos de bambi y diga "¿Pika?... Pika pi... ¡Pikachú!". Extrañamente, funciona.
Quien no comprenda la relación entre los dibujos animados y las drogasScooby Doo, el personaje de Shaggy -el de la camisa larga y la chivera- se la pasa paranoico y con hambre (igual que su perro). En Mario Bros, comer hongos incrementa el poder, y uno adquiere la habilidad de volar tras encontrar una hoja verde. El monstruo comegalletas (cocaína), Moroco Topo (marihuana) y la mitad del elenco de El tesoro del saber (hongos/cacao sabanero) también son sospechosos. Pero la pieza de evidencia más contundente es la canción de Heidi: "Abuelito, dime tú, ¿por qué yo soy tan feliz? Abuelito, dime tú, ¿por qué yo en la nube voy? ¿Por qué el aire huele así? Abuelito, dime tú, ¿qué sonidos son los que oigo yo?".