Tras su fracaso con Facebook, el cual inventaron con Mark Zuckerberg, estos dos hermanos son los reyes de una moneda virtual que levanta sospechas y que enriquece a gente de todo el planeta: desde Caquetá, en Colombia, hasta Tokio. ¿Quiénes son?
Pocas mujeres en el mundo no querrían tener de pretendiente a Tyler Winklevoss. Es joven, guapo, atlético —finalista olímpico de remo en los Juegos Olímpicos Pekín 2008— y un brillante economista de la Universidad de Harvard. Como si fuera poco, hace unas semanas se supo que podría estar cerca de ser uno de los hombres más ricos del mundo. Y, bueno, si las cosas no resultan, siempre existirá una segunda opción idéntica: su hermano gemelo, Cameron. En solo cuatro años, los Winklevoss se convirtieron en los mayores billonarios de la criptomoneda bitcoin que, actualmente, es furor en el mundo. Solo en esa moneda virtual, amasan una fortuna que supera los 1100 millones de dólares. Sin duda, los “gemelos fantásticos” son hoy todo un partido. Pero no siempre lo fueron.
Si 2017 fue su año soñado, 2004 fue su pesadilla. En ese entonces estaban doblemente humillados, doblemente perdidos y doblemente quebrados. No por nada la trama de la película La red social (2010), del director David Fincher, se inspira en ellos. Y es que se volvieron famosos por acusar a Mark Zuckerberg de haberles robado su idea de crear una red social para la Universidad de Harvard. Los Winklevii —como les dicen de cariño en Estados Unidos— contrataron a Zuckerberg, quien en ese entonces solo era un cerebrito más del campus, para que les ayudara a poner en marcha los algoritmos de Harvard Connection —una forma de conectar a los miembros del alma mater, que luego pasó a llamarse ConnectU—. Dos meses después, bajo esa idea, Facebook apareció en la web. Los gemelos se fueron con toda contra Zuckerberg. No ahorraron ni un peso en abogados y en 2008 lo demandaron por más de 100 millones de dólares. Además, en 2010, la página Business Insider filtró unos mensajes enviados por Zuckerberg a un amigo, cuando trabajaba para los hermanos, en los que decía que tenía la intención de demorar la implementación de la red de los Winklevii para lanzar la suya. “Sí, los voy a joder”, fueron sus palabras.
En 2011, aceptaron un acuerdo por 65 millones de dólares, entre efectivo y acciones, y los metieron en un fondo para ver cómo los invertían. Dos años después, estaban paseando en Ibiza, España, y un “aparecido” les contó sobre los bitcoins y los dejó encantados. Era su momento de regresar al mundo tecnológico, así que decidieron invertir 11 millones de dólares en bitcoin, el 1 % del stock que había en ese momento circulando en el mundo. Cuando compraron 90.000 criptomonedas, cada una valía 120 dólares; hace pocos días se estimaba que una puede costar 12.000 dólares. La inversión se multiplicó tanto que llegó a costar diez veces más que el oro. Muchos consideran que los Winklevoss no son los únicos multimillonarios de bitcoin, pero sí las primeras figuras públicas que llegaron a ese nivel. Y es que Bitcoin es un gran misterio, empezando por su inventor, que nunca se ha dejado ver en público y del que solo se sabe su seudónimo: Satoshi Nakamoto.
La circulación de los bitcoins está controlada por Blockchain, un software que, aunque los nerds digitales dicen que es imposible de hackear, los analistas financieros no hacen más que encender alarmas por los riesgos que acarrea invertir en una criptomoneda. La Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos (SEC) rechazó la propuesta de los Winklevoss de meter a Bitcoin en la bolsa y la Reserva Federal la calificó como un peligro para la estabilidad financiera. Los inversionistas de Goldman Sachs han afirmado que es una burbuja a punto de reventar porque carece de regulación, de garantías a largo plazo y porque puede caerse con un solo clic.
Hasta el nobel de economía Joseph Stiglitz criticó a Bitcoin por su falta de transparencia, y le afirmó a la BBC que si la gente entra en el entramado de las criptomonedas es para participar en “actividades viles, como el lavado de activos y la evasión fiscal”. Incluso el verdadero “lobo de Wall Street”, el excorredor de bolsa Jordan Belfort, que pagó casi dos años de cárcel por fraude financiero y que inspiró la película protagonizada por Leonardo DiCaprio, le dijo al Financial Times que con las divisas virtuales “una gigantesca estafa está por explotar en la cara de mucha gente. Es, por mucho, peor que cualquiera que yo haya hecho”.
Pero los gemelos están felices con su moneda virtual. Crearon WinkDex, una herramienta para monitorear los cambios de valor en Bitcoin; Gemini, su propia tasa de cambio, y Winklevoss Capital, su propio fondo de inversión. El año pasado, Tyler le expresó al periódico británico The Telegraph que las bitcoins son una mejor versión del oro. Y no le faltan razones para pensar esto, pues en 2014 le pagaron con bitcoins a Virgin Galactic —la empresa del magnate Richard Branson que promueve el turismo espacial— dos tiquetes de ida y vuelta al espacio por un precio de 250.000 dólares cada uno. En ese entonces, pagaron con 716 bitcoins, hoy solo necesitarían 23 para salir a la estratósfera, y si la criptomoneda sigue con sus precios astronómicos y no se desploma, cada vez será menos.
Puede que aún no lleguen a la cantidad de ceros de su némesis Zuckerberg, una fortuna que se estima por los 73.000 millones de dólares, pero los gemelos Winklevoss le han dicho al que quiera escucharlos que perder no hace parte de su ADN compartido. Y no sería raro que en pocos años entren a la selecta lista de los hombres más ricos del mundo según Forbes. Las cenicientas del mundo digital tienen como ejemplo de superación a su propia familia; como le dijeron a la revista Vanity Fair: su bisabuelo paterno era un obrero de las minas de carbón, su abuelo solo estudió hasta octavo grado, su familia materna estaba compuesta por artistas que se ganaban la vida presentándose de un lado a otro y su hermana mayor, Amanda, murió por una sobredosis de cocaína. Su padre, Howard Winklevoss Jr., fue quien sacó adelante a la familia, pasando de contador a dueño de una empresa de licencias de software, con lo cual se los pudo llevar a vivir a Greenwich, Connecticut, una de las ciudades con mayor nivel de vida de Estados Unidos.
Además, los gemelos Winklevoss tienen dos puntos a su favor. A diferencia de una empresa como Facebook, que constantemente hay que dirigir y renovar, Bitcoin está creciendo sola, no la rigen los bancos ni la bolsa, y solo está en manos de inversionistas privados. Y, al contrario de Zuckerberg, que ha crecido como palma, ellos tuvieron que enfrentarse a que, cuando se toca fondo, lo único que queda es subir. Porque, como dice el viejo adagio popular, en juego largo hay desquite.
¿Qué es el bitcoin?
Bitcoin es una moneda virtual o criptomoneda que sirve para adquirir productos y servicios. A diferencia de las divisas, es descentralizada, por lo cual no existe un ente de control que sea responsable de su emisión o registro de sus movimientos. Este medio de intercambio electrónico consiste en una secuencia alfanumérica legible para las personas que se asocian a un monedero virtual para descontar y recibir pagos.
Los monederos virtuales —obligatorios para todos los usuarios— son sistemas para almacenar un bitcoin y poder operar con ellos. Estos monederos pueden ser utilizados desde computadores o desde dispositivos móviles, siempre y cuando se cuente con la aplicación que posee bitcoin para realizar las operaciones. Para poder hacer un intercambio a través de Bitcoin, cada usuario tiene una clave y el sistema peer—to—peer (P2P) le permite descontar la cantidad de bitcoins a quien compra, y aumentar la cantidad de bitcoins de la cuenta de quien vende.
El único respaldo de esa moneda son los algoritmos tecnológicos que, hasta el momento, no han podido ser penetrados —aunque existe el riesgo—. Esto se ha logrado, en gran parte, gracias a una base de datos conocida como Blockchain que hace posible las transferencias de manera segura y sin el riesgo de duplicidad. Además, también incorpora la totalidad de la información de las anteriores operaciones, más las que se derivan de nuevas transacciones para un uso más efectivo.