Un ardor insoportable en la nariz y casi dos días sin dormir fue lo que me dejó probar las sales de baño.
No me enloquecí como Rudy Eugene, el famoso “caníbal de Miami”, quien bajo los efectos de esta droga se comió la cara del indigente Ronald Poppo, pero sí tuve una sensación diferente a la que había tenido con otras drogas. Esta sustancia sintética, también conocida como la droga zombi, produce un efecto parecido al de la anfetamina y la cocaína combinados. Su componente estrella es la metilendioxipirovalerona (MDPV), un estimulante que afecta los neurotransmisores del cerebro y ocasiona taquicardia, alucinaciones y paranoia.
Las sales de baño se comercializan como un reemplazo legal de la cocaína y las anfetaminas. Las conseguí en una miscelánea justo al pie de mi universidad en Luisiana. Ahí se conseguía de todo: sustitutos legales para el cannabis (popurrí herbal), el éxtasis, la cocaína y las anfetaminas, papeles y pipas para fumar marihuana, artículos para desintoxicarse, pastillas para no dormir, entre otros. Cada bolsita de sales costaba alrededor de 20 dólares y se ofrecían unos 10 o 15 tipos diferentes. La gente las compraba para no dormir o para reemplazar la perica. En las dos ocasiones que las inhalé, nunca lo hice para tener un viaje loco ni mucho menos, lo hice con la intención de tener un poco más de energía. Existen muchos químicos que producen efectos como insomnio, euforia y una concentración aguda. A todos se les denomina bath salts, ese es el género. No sabría decir cuáles químicos estaban presentes en las sales que probé, podría tener uno o un millón. Jamás olvidaré la sensación que me produjeron, aunque su aspecto es parecido al de la cocaína sintética, sus grumos son muchísimo más grandes. Esto hace que inhalarlos sea una absoluta tortura, pues la nariz se siente en llamas y da la sensación de tener miles de agujas metidas dentro de tus fosas nasales. Durante la primera hora sentí una euforia total, quería hablar con la gente, abrazarla. En ese lapso no existe la pena, la confianza está en su máxima expresión, hablaba con cualquier persona. Aunque el efecto de la droga dura entre ocho y diez horas, este “maravilloso” pico solo dura alrededor de 60 minutos.
Por eso la droga es tan peligrosa: lo único que uno quiere es más y más. Pasa la primera, la segunda y la tercera hora y uno sigue inhalando pequeñas dosis de sales, pues aunque uno sabe que esto dura diez horas más, uno no quiere que el efecto de la primera hora se vaya nunca. Es diferente al efecto de la cocaína, que dura casi dos horas y que no te deja con tantas ganas de volverla a consumir como esta. Recuerdo que era un efecto muy “anfetaminudo”, no es nada natural, es completamente químico y uno siente cómo el cuerpo lucha para eliminar el veneno. Me sentía como un animal, un monstruo. Yo sentía como si tuviera un enchufe de electricidad en algún lado prendido sin poderlo apagar. Aunque tomé una cantidad de trago absurda, nunca me emborraché. Yo diría que primero lo mata a uno el alcohol antes de sentirse prendido. Entre los efectos sobresalen la dilatación de pupilas, la tensión de la cara y de los músculos en general y la completa alteración del sistema nervioso. Esto es quizás lo más impresionante, pues uno se siente nerviosísimo, como si lo hubieran lanzado de un avión.
Los efectos psicodélicos son muy bastos. Uno sigue viendo las cosas como son, no es que cambien de forma ni que se doblen, pero sí empecé a ver un brillo a su alrededor. Es como si quisiera tener un efecto psicodélico pero no alcanza a serlo. La cosas tienen un brillo particular y pareciera que tuvieran algo encima que no es normal. Otra cosa que me impresionó fueron mis manos, las veía aceitosas, rarísimo. Las marcas de las palmas de las manos se ven negras, completamente delineadas, se ven mil veces mejor que lo usual.
Después de diez horas el bajonazo es terrible. Literalmente me dieron ganas de morirme, no me sentía social en lo más mínimo, no quería que nadie me hablara, el apetito lo había perdido y la paranoia empezaba a aparecer. Uno pasa de estar en la cima del mundo a sentirse miserable. El cuerpo está absolutamente agotado, aunque la cabeza sigue más despierta que nunca, los nervios están de punta, los sentidos están agudos, la piel se siente muy sensible, los colores se ven más claros y los sonidos se profundizan. Esto me dejó totalmente desvelado por horas, completé casi dos días sin dormir. El efecto posterior es horroroso, salí a la calle y me sentía como un verdadero zombi, un extraño. Me dieron ganas de esconderme, sentía angustia y tuve cambios en mi actitud, pues si estaba en un sitio, de un momento a otro me daban ganas de irme y de rechazar a cualquier persona.
No volvería a intentarlo. Tengo dos amigos que están muy mal, se salieron de la universidad para rehabilitarse, no solo por las sales de baño, sino también por heroína y cocaína. Pero también puedo decir que sentí de todo menos ganas de comerme —literalmente— a alguien.