Eran las 7:16 de la mañana cuando Gabriel se paró frente a la cartelera donde siempre se publicaban los números del Baloto que habían jugado el día anterior.
Comparó los números del último tiquete que había comprado con 21 compañeros del noticiero. Buscó el 4 y había 4. Buscó el 8 y el 8 estaba. El 18 coincidía. El corazón de Gabriel Maldonado iba a galope tendido cuando el 19, el 20 y el 26 también aparecían en el tiquete. ¡Más de 60.000 millones! Rico, por fin rico. ¡Era el Baloto!
Gabriel, contratista independiente que vive de arrendar el carro que él mismo maneja para transportar equipos periodísticos de Noticias Uno, sintió un alegre malestar que no había experimentado en sus 60 años de vida. Una descarga eléctrica recorrió su columna vertebral. Se dejó caer en el sofá de la salita de espera donde usualmente se acomoda a ver el fútbol. Hizo unas cuentas para sí mismo. Si el premio es de 62.000 millones y la Dian se queda más o menos con el 40 % de impuestos, van a quedar como 37.000 millones. Dividido entre 21 compradores, son más o menos 1700 millones de pesos. Gabriel no aguantó más y sacó el celular para compartir la dicha con su esposa.
—Mija, ¿está sentada? —le dijo a su mujer antes de contarle la buena nueva. Quizás podrían tener una casa más grande y ayudarle mucho al hijo varado y viajar a conocer el mundo.
En el mismo instante en que Gabriel colgó llegó a trabajar la reportera Carolina Marín. Cuando oyó la noticia arrancó a llorar. No paraba. Era un mar de llanto. Gabriel pensó que Carolina estaba conmovida, pero era algo distinto. Esa semana, preciso esa semana, por primera vez ella no había dado los 1000 pesos para el Baloto que compraban entre todos. No estaba en la lista de los ganadores.
Carolina, sin parar de llorar, le marcó a su mamá, que vive en Armenia para hablarle de su mala suerte. La señora ensayó argumentos para consolarla. Primero le dijo que eso era una buena señal del destino y que Dios la tenía reservada para cosas más grandes que una lotería. Segundo, que seguro era porque ella era muy de buenas en el amor. Como Carolina seguía ahogada en lágrimas, a su mamá solo se le ocurrió una sugerencia: “Dígales a sus amigos que usted siempre apostó con ellos… seguro le van a dar alguito”.
Paulo César Cortés, brillante cronista deportivo y uno de los ganadores, cayó de rodillas en la mitad del set y como solo recordaba la oración al Ángel de la Guarda, la repitió con devoción y a todo pulmón durante diez minutos. Los compradores del Baloto ganador seguían llegando. La sala de redacción de Noticias Uno se llenó de un grupo de lunáticos felices o tristes, dependiendo de si habían participado o no de la apuesta.
El veterano camarógrafo Darío Torres, que no había comprado el Baloto ni ese día ni nunca, me recibió en la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, y me anunció una noticia buena y una mala:
—La mala —me dijo— es que a usted y a mí nos tocó hacer el noticiero solos. Y la buena es que todos estos son millonarios.
Fue entonces cuando alguien preguntó a voz en cuello quién tenía el tiquete ganador. Unos dijeron que Marcos, pero como Marcos no aparecía empezaron a sospechar que se había escapado llevándose la suerte de todos.
—Debió irse para Venezuela… Allá tiene un hermano —alcancé a oír.
Sin embargo, la inconsolable Carolina dijo entre sollozos que Angélica, la asistente del director, guardaba siempre la lista de los compradores y los tiquetes. Todos le devolvieron la honra a Marcos y esperaron a que Angélica contestara el celular.
Angélica venía en una buseta y ya estaba próxima a llegar, pero la urgieron para que llegara más rápido.
—Bájese y coja un taxi —le dijo Carolina, que no podía esperar para tener en la mano el boleto millonario.
Angélica llegó apenas diez minutos después y se encontró en la puerta con otro de los ganadores, Germán Palma, el mejor camarógrafo de Colombia y el único en la redacción que cumplió el sagrado deber del reportero: el escepticismo.
Mientras, todo el mundo esperaba que Angélica abriera el cajón de su escritorio. Germán se sentó al computador y buscó la página de Baloto, que reportaba que nadie había ganado el sorteo de la noche anterior.
Germán alzó la voz para aguar la fiesta
—Nos engañaron, nadie ganó el Baloto.
El terrible silencio duró unos segundos. Después las opiniones se dividieron entre los que pensaron que la página oficial del Baloto estaba equivocada y los que decían que habían sido víctimas de una broma pesada.
Cuando buscamos en las cámaras de seguridad del noticiero, vimos al equipo de turno la noche anterior armando un falso boletín con los números ganadores, que coincidían con los de uno de los boletos comprados.
Quiero que conste para la historia el nombre de los canallas: Manuel Mosquera, José Antonio Reina, Luis López y Leonardo Rodríguez.
Solo ellos se rieron ese día. Ellos y el productor Álvaro Ramírez, llamado cariñosamente Maledictus por su mal corazón. Él pronunció la última frase:
—Cómo no se me ocurrió a mí.
Epílogo: Durante varias semanas la gente de Noticias Uno perdió el entusiasmo por el Baloto. Sin embargo, meses después volvieron a jugarlo. En el año 2011, un boleto del Baloto comprado por 43 de mis compañeros acertó cinco de los seis números. A cada uno le tocó un premio de consolación de 130.000 pesos.