"Kurt Cobain regresa a las lluvias constantes de Rain City y, de nuevo, ya no es quien era. Lo que sigue es un nuevo arrebato; pero ya no espiritual y humilde sino materialista y comercial. Kurt Cobain es poseído por los demonios del marketing y licencia todo lo que tiene a mano".
Después, enseguida, Kurt Cobain lo contaría una y otra vez. Aquí y allá, la misma historia de siempre, pero con diferente estilo. Emocionado en lo de Oprah. Entre risas en los late-nigth shows de David Letterman y Jay Leno. Reverente y casi hablando en lenguas en los altares de iglesias del norte y del sur. Porque allí estaba él. El 5 de abril de 1994. En su casa del 171 Lake Washington Boulevard East, Seattle, Washington State. Sosteniendo un rifle, apuntándose, adiós mundo cruel, es mejor arder que esfumarse o algo así, como acaba de poner en esa carta larga y desprolija despidiéndose de los suyos y de lo suyo y de sí mismo y de Boddah, su amigo imaginario de la infancia.
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Entonces el arma se dispara y la bala roza su mejilla y va a incrustarse en el techo y de ahí se desprende un montón de yeso y de pintura. Una niebla de polvo blanco. Y cuando Kurt Cobain mira hacia arriba, flotando en una nube de heroína, ahí está, en el techo, el rostro de Jesucristo. Y no: no es un efecto alucinado y drogadicto. Ahí está. En serio. De verdad. Como salida del Believe It or Not!, de Ripley. Cualquiera puede verla. Y Kurt Cobain se siente redimido, transfigurado. Y no es que no haya muerto sino que, sí, ha vuelto a nacer.
Sus colegas de Nirvana al principio se muestran escépticos. Aunque, de acuerdo, la huella del balazo ahí arriba ha dejado algo bastante parecido a una imagen del Mesías guiñando un ojo y con una sonrisa torcida y no muy evangélica. Courtney Love prefiere mirar para otro lado. Pero el show debe seguir y Dave Grohl y Kris Novoselic lo aguantan a Kurt Cobain cuando insiste en grabar un álbum de himnos religiosos con el mismo formato sónico de su reciente Unplugged. Contra todo pronóstico, Smells Like Holy Ghost vende mucho pero Dave Grohl y Krist Novoselic deciden alejarse del iluminado cuando insiste en cambiar el nombre de Nirvana por el de Éxtasis porque “no me va nada bien todo lo que tenga que ver con el hinduismo o el budismo. Yo soy cristiano”. Algunos meses después, Kurt Cobain se ordena como ministro. Y bendice a diestra y siniestra, entre alaridos. Pero se lo nota incómodo…
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…y decide volver a visitar a William “The Priest” Burroughs, a quien conoció en octubre de 1993. Tal vez él puede explicar lo que le pasa: esa inquietud, ese vacío, esas ganas de no sabe qué. Burroughs no se muestra muy entusiasmado de volver a ver a Kurt Cobain. Entonces, cuando lo conoció, William Burroughs sintió que Kurt Cobain “ya está muerto”. Ahora es peor: ahora está resucitado, lleno de energía histérica y maniática, y no deja de pedirle que le demuestre —con la colaboración de una completamente dopada Courtney Love— cómo fue que tuvo ese trascendente accidente à la Guillermo Tell con Joan Vollmer, Ciudad de México, 6 de septiembre de 1951; cuando William Burroughs sintió que se enfrentaba al “Ugly Spirit” y se convirtió en escritor luego de ese terrible disparo de largada.
Burroughs, agotado ante la insistencia de Kurt Cobain, accede luego de la promesa de Kurt Cobain y Courtney Love de que se irán de allí para no volver. Nunca. ¿Sí? ¿Por favor? Y, claro, los milagros no se recuperan pero los errores se repiten y la cabeza de Courtney Love y su contenido vuelan por el aire de, Lawrence, Kansas. Kurt Cobain y William Burroughs no pueden parar de reírse y arreglan la escena para que parezca un suicidio; y cuando llega la policía (la mala fama de Courtney Love precede cualquiera de sus malas acciones), nadie duda de las afirmaciones de estos dos. O sí. Pero los oficiales del lugar le tienen cariño al viejo, nadie lo enviaría a la cárcel a su edad, y además esa mujer siempre se les hizo insoportable. Y Kurt Cobain estará mucho mejor sin ella a su lado.
En cualquier caso, Kurt Cobain regresa a las lluvias constantes de Rain City y, de nuevo, ya no es quien era. Lo que sigue es un nuevo arrebato; pero ya no espiritual y humilde sino materialista y comercial. Kurt Cobain es poseído por los demonios del marketing y licencia todo lo que tiene a mano. Una línea de ropa grunge para Gap. Un programa infantil para Disney Channel (que enseguida se convierte en un film de éxito y un triunfal musical de Broadway) con el título de A Mulatto, An Albino, A Mosquito… Tres fragancias para Calvin Klein con publicidades muy heroin chic: Smells, Teen y Spirit. Una “modelo” de café para Starbucks (empresa local de la que recibe acciones) llamado Nirvanino Latte Mocha y Heart Shaped Box, una marca de bombones para San Valentín.
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Una línea de anticonceptivos femeninos con el nombre de In Utero. Y eso es solo el principio de un frenesí que se extiende a lo largo de los años ante la mirada desesperada de su hija Frances Bean, quien, se sospecha, muere el 11 de septiembre de 2001 en una de las torres del World Trade Center. Horas antes, Frances Bean había dejado una nota anunciando su intención de arrojarse desde lo más alto porque “Ya no aguanto a Papi ni a sus novias. Tampoco a su mejor amigo Eminem”.
Y, sí, Kurt Cobain rapea y rapes. Y sale y entra de Madonna, de Björk (a quien Frances Bean aguanta menos que a ninguna otra), de Beyoncé, de Paris Hilton (a quien Kurt Cobain le produce un álbum de algo que no duda en bautizar como “disco-flannel”), de Marianne Faithfull, de Miley Cyrus (se separan luego de que Kurt Cobain presente cargos por violación). Un matrimonio con Yoko Ono dura poco. Lo mismo que su paso por la serie True Detective (es reemplazado durante el rodaje por Matthew McConaughey). Antes, le fue algo mejor como actor invitado en Breaking Bad (haciendo de hermano mayor de Jesse y al que Gustavo Fring le hunde la cabeza en un tanque de aceite hirviendo en Los Pollos Hermanos). También se enrola como jurado de The Voice; pero es expulsado de allí luego de propasarse con Shakira en el backstage y acusarla de plagio insistiendo en que Whenever, Wherever / Suerte es “un evidente plagio de “Smells Like Teen Spirit”. Denunciado a la policía por la colombiana, Kurt Cobain se limita a declarar: “A denial, a denial, a denial, a denial, a denial /A denial, a denial, a denial, a denial”.
Una etapa de alcoholismo —luego de candidatearse a la Alcaldía de Seattle y perder por un par de votos— lo descubre llamando a desconocidos y programas de radio a altas horas de la madrugada diciendo “Hello, hello, hello, how low? / Hello, hello, hello, how low? / Hello, hello, hello, how low? / Hello, hello, hello”.
Los viejos amigos acuden a su rescate y en 2014 Nirvana se reúne para celebrar su entrada en el Rock and Roll Hall of Fame. El concierto es sublime, mágico. No parecen haber pasado los años y Nirvana emprende una gira mundial junto a Bob Dylan (años atrás, al escuchar Polly, había afirmado que “ese chico tiene corazón”), quien le da consejos a Kurt Cobain acerca de cómo escribir una autobiografía que no cuente nada y fascine a todos.
El libro se publica en 2017 bajo el título de I Feel Stupid and Contagious y asciende a lo más alto de las listas de ventas, pero es retirado de circulación cuando Bob Dylan denuncia que “no es más que mi Chronicles / Volume One, pero con los nombres cambiados”. La demanda no prospera y se deja de lado cuando se descubre que Chronicles / Volume One de Bob Dylan contiene numerosos párrafos de las autobiografías de Woody Guthrie, Johnny Cash, Mark Twain, Nikola Tesla y Lauren Bacall. Pero el daño está hecho; y Kurt Cobain está destrozado por el fin de su amistad con Bob Dylan. Y Nirvana vuelve a separarse de Kurt Cobain cuando lo descubren inyectándose heroína en un baño del aeropuerto Charles de Gaulle, en París. “Quería ver cómo era, qué se sentía”, les dice Kurt Cobain a sus amigos, sonriendo y con los ojos llenos de lágrimas.
El 5 de abril de 2019, 25 años después, varios testigos declararán haber visto a Kurt Cobain, 52 años, caminando bajo la lluvia, cantando a los gritos, asegurando que es Elvis Presley y que no está muerto como todos creen. No queda claro cómo Kurt Cobain llega al 171 Lake Washington Boulevard East, Seattle, Washington State, y se mete en una casa que ya no es la suya. Tampoco se sabe de dónde sacó el rifle (cabe imaginar que dice “Boddah” en el momento en que apoya el caño bajo su mentón y bang) y cómo una bala puede demorar un cuarto de siglo en alcanzar su objetivo y dar en el blanco.
La familia que ahora vive allí no oye nada y descubre el cadáver recién a la mañana siguiente. “Tan solo salía un hilo de sangre por uno de sus oídos… Al principio pensamos que estaba dormido… Parecía tan joven… Como si hubiese retrocedido en el tiempo… Jamás imaginamos que se trataba de él”, declararon a las autoridades. “Mi hija se puso a llorar porque pensó que era Justin Bieber”, dijo la madre.
Después, en seguida, todos recordaron, recuerdan y recordarán dónde estaban cuando se enteraron de la noticia.