“Eran las 5 de la tarde. El dictador se miraba al espejo y se sentía más invulnerable, poderoso y bello que nunca. Su reflejo era de hierro y su sonrisa estaba congelada en la tierra de la egolatría y de la arrogancia...”, así comienza esta gran historia de este escritor colombiano, quédese en SoHo para seguir leyendo.
Eran las 5 de la tarde. El dictador se miraba al espejo y se sentía más invulnerable, poderoso y bello que nunca. Su reflejo era de hierro y su sonrisa estaba congelada en la tierra de la egolatría y de la arrogancia. Se sentó a ver televisión para percatar la realidad que lo rodeaba pues él se encontraba encerrado en su propia burbuja para sentirse tranquilo y seguro. Recibía mensajes constantes de sus más interesados aliados quienes le rendían constante pleitesía para elevarle sus ínfulas sobrenaturales, hasta el infinito y más allá.
En las tardes él no caminaba, simplemente levitaba por los corredores de su guarida imperial creyendo que su situación era perfecta y que el espejo y los habitantes de su feudo lo idolatraban.Pero afuera del palacete la historia era bien distinta. La gente inconforme salía a las calles a marchar, a quejarse, a luchar por la subsistencia, por la comida de sus hijos, por recuperar la libertad perdida. El desespero era contagioso. Multitudes se sumaban a la protesta, tantas que ya la represión no alcanzaba a contenerlos. La fuerza del pueblo era incontrolable, al mejor estilo de la libertad guiando al pueblo del francés Delacroix.
Los militares al ver la situación que se salía de sus manos decidieron empezar a voltearse y así apoyar al pueblo al que horas antes habían maltratado. Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Todos en cardumen, desbordados de odio decidieron marchar hacia el palacio para capturar y ajusticiar al dictador. La fuerza forjaba el camino, el odio marcaba el destino. Cada vez más personas y cada vez más cerca. Al interior de la guarida varios de sus ayudantes de confianza ingresaron a su habitación para anunciarle que deberían marcharse de inmediato. El dictador sorprendido y sin entender la razón del viaje y de su urgencia exigió una explicación. La respuesta fue clara y contundente: Hay que visitar una isla espectacular para participar en un reality show donde él sería el protagonista. Emocionado entonces decidió asistir.
Mientras tanto el pueblo enardecido ya se encontraba a la entrada del palacete derrumbando las puertas de ingreso en búsqueda de su captura. El dictador antes de partir a la isla de su fantasía decidió regresar por su espejo. Sus camaradas se lo impidieron y con determinación lo tomaron a la fuerza y lo empujaron al interior de un helicóptero. En ese momento la gente escuchó el sonido del helicóptero y desesperadamente corrieron hacia él.
La nave empezó a subir y el pueblo por pocos segundos perdió la oportunidad de retenerlo. Desde el aire y a metros de la tierra el dictador con un movimiento de manos se despidió cínicamente de todos ante la mirada triste e impotente de miles de personas. Ya no estaba en la tierra, ahora estaba en el aire. Se abrazaron, celebraron y partieron felices hacia la Isla. Lo habían logrado. Diez minutos más tarde aparecieron dos Cazas F-18. Cada uno se puso al lado del helicóptero.
Uno de los pilotos les indicó que deberían aterrizar inmediatamente para evitar peores consecuencias. Ante la cara atónita del dictador, el helicóptero no tuvo más remedio que empezar a descender. Su fin ya se acercaba, había comenzado en el aire y terminaría en la tierra. El cielo no puede esperar, la gente tampoco.