El dueño de Amazon y The Washington Post acaba de convertirse en el tercer hombre más rico del mundo, con 66.000 millones de dólares. ¿Cómo es este visionario del siglo XXI?
Entre viajes espaciales, drones e inteligencia artificial, parecería que nada se le escapa a Jeff Bezos, quien a los 52 años y con 66.000 millones de dólares en sus manos fue recientemente proclamado la tercera persona más rica del mundo (después de Bill Gates, con 78.000 millones de dólares, y Amancio Ortega, con 74.000). Esa cifra es impresionante, sobre todo si se tiene en cuenta que Amazon, su marca insignia, existe hace apenas unos 20 años. Según el listado anual de la revista Fortune, este hombre nacido en Albuquerque (Estados Unidos) el 12 de enero de 1964 sería también la personalidad más influyente del mundo, por encima de la canciller alemana, Ángela Merkel; del director ejecutivo de Apple, Tim Cook, y hasta del papa Francisco.
En el listado se especifica que no son el poder en sí, la demagogia o el populismo las cosas que dan el estatus para estar en él, sino los logros inspiradores que hayan causado un impacto real en el mundo. A Merkel, por ejemplo, le reconocen haber llevado las riendas de Europa durante más de una década, ser la única gobernante que sobrevivió a la crisis económica y haberle metido corazón a la ‘Realpolitik’ alemana al acoger a más de un millón de refugiados. De Cook, por su parte, destacan su lucha por la privacidad digital. En cuanto a Bezos, resaltan que en dos décadas de vida pública nunca ha dejado de evolucionar. Además de ser dueño y creador del coloso del comercio virtual Amazon, creó la compañía espacial privada Blue Origin y maneja el prestigioso diario The Washington Post.
Bezos siempre fue un hombre curioso y ha hecho de la innovación y el empeño su sello de identidad. De niño transformó el garaje de la casa de su madre, Jacklyn Gise, y de su padrastro, el cubano Mike Bezos, en un laboratorio experimental. Durante la adolescencia, en los años ochenta en Miami, su pasión por la tecnología y los computadores se hizo visible cuando estos no eran aún sino un fenómeno incipiente. Y no sería un amor pasajero. Cuando Bezos se graduó summa cum laude en Informática e Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Princeton, muchos en Wall Street le abrieron sus puertas. Bezos se decidió por la firma de inversiones D.E. Shaw, de la cual sería el vicepresidente más joven de la historia, a los 26 años, y a la cual renunciaría unos años después para lanzarse al abismo: la exploración del potencial del comercio por internet, que en ese entonces era poco más que un nicho experimental.
Bezos cuenta que tuvo sus dudas, pero aplicó el “marco de minimización de arrepentimiento”: asumió que a los 80 años se arrepentiría más de no haberlo intentado y se echó al agua. Su esposa, Mackenzie Bezos, a quien conoció en D.E. Shaw y con quien lleva más de 20 años de matrimonio, fue un apoyo fundamental. La pareja se mudó a Seattle en 1994 y Bezos montó la compañía según los más altos estándares de las start-ups tecnológicas estadounidenses: en el garaje de su casa.
Amazon, el imperio web
El verano de 1994 vio nacer una pequeña tienda de libros virtual que con el paso del tiempo se convertiría en la mayor compañía de comercio virtual en el mundo: Amazon, cuyo éxito le haría eco a su nombre, escogido en honor al caudaloso río Amazonas. Jeff Bezos tenía entonces 30 años. Hoy, la compañía ofrece una amplia gama de servicios web que facturaron más de 7800 millones de dólares en 2015, y sus tentáculos se extienden por toda la red. Tiene sus propios productos, servicios de películas y televisión, una moneda virtual (la Amazon Coin), tiendas físicas (las Amazon Books) y, sobre todo, un gran poder. Unos de los proyectos más recientes consisten en integrar la inteligencia artificial a los servicios de Amazon, pues, en sus propias palabras, “solo vemos la superficie del iceberg, estamos a punto de hacer realidad el sueño de poder hablar con máquinas de manera natural”.
Blue Origin y la conquista del espacio
Lo que para muchos sería una fantasía descabellada, como desarrollar un sistema exitoso de inteligencia artificial, enviar domicilios con drones y mandar humanos en viajes de turismo al espacio, en manos de Bezos y su insaciable curiosidad podría ser una realidad. Es el caso de Blue Origin, que comenzó como un proyecto de investigación y gran parte de su desarrollo se ha mantenido en secreto. Hoy, sin embargo, se sabe que es una compañía espacial privada, cuyo dueño considera que es posible buscar recursos necesarios para el planeta Tierra en el espacio exterior, que la nave New Shepard ya fue y volvió con éxito y que pretenden ofrecer un servicio privado de viajes espaciales que empezaría a funcionar a partir de 2018. Aunque no hay datos exactos sobre cuánto dinero ha invertido Bezos en esta aventura, lo que está claro es que es una de sus grandes pasiones; tan es así que cumplió recientemente su sueño infantil de aparecer como alienígena en la última entrega de la saga Star Trek.
El riesgo de comprar The Washington Post
Jeff Bezos es un hombre silencioso, de bajo perfil. Son escasas las entrevistas que concede y habla en público muy poco. Sin embargo, en una de las veces que aceptó conversar con un medio de comunicación, contó cómo, cuando era niño, vio el escándalo de Watergate sentado en el suelo en casa de su abuelo y se dio cuenta de la importancia que tiene la información. Muchos años después, el empresario decidiría lanzarse al mundo de los medios, pues, según él, “necesitamos instituciones que tengan los medios, el entrenamiento, la habilidad y la experiencia para descubrir cosas”. Sagaz y ávido de riesgos y grandes negocios, Bezos compró The Washington Post en 2013, cuando el periódico estaba en caída libre por cuenta de la competencia en internet. El Post estaba perdiendo 50 millones de dólares al año y su futuro era incierto. Pero esa pérdida es insignificante para una fortuna como la de Jeff Bezos y él estaba dispuesto a jugársela toda por la marca: puso todo su conocimiento tecnológico en la página web del diario y ya logró el milagro de superar a The New York Times en visitantes únicos.
El curtido periodista Bob Woodward, coautor de la exclusiva de Watergate en 1974, no ocultó entonces su tristeza frente a un cambio tan radical en el periódico. Sin embargo, afirmó que “si hay alguien que puede triunfar es Bezos. Es innovador, tiene dinero y paciencia. (…) Esta puede ser la última oportunidad de supervivencia del Post”.
Tres años después de la compra, el corresponsal de The Washington Post en Oriente Medio Jason Rezaian salió de una prisión iraní, después de 18 meses de encierro por sospechas de “espionaje”. Tras la liberación, Rezaian viajó a una base militar estadounidense en Alemania, donde al poco tiempo lo recogió el mismísimo dueño del Post, Jeff Bezos, y lo llevó de vuelta a casa junto con su esposa. Una foto del corresponsal con Bezos en el jet de este le dio rápidamente la vuelta a las redes. Cuando le preguntaron por qué había ido a buscar directamente a Jason Rezaian, Bezos respondió que sus motivos eran muy simples: lo había hecho por Jason. Y añadió que “estaría encantado” si la gente tomara de ahí la idea de nunca dejar abandonado a nadie. “Enviar gente a lugares hostiles es parte inevitable de la misión de The Washington Post —declaró Bezos—. Lo que les pasó a Jason y a su mujer, Yegi, es totalmente injusto e indignante. Considero que es un privilegio haber podido ir a recogerlo”.
Muchos pensaron que con la compra del diario Bezos buscaría controlar el contenido editorial. No fue así. Lo que sí hizo fue llamar la atención sobre detalles, como el tiempo de carga de las páginas web y la experiencia virtual de los usuarios. Bajo la batuta del empresario y gracias a su conocimiento del mundo digital, las visitas a la página del Post se han triplicado y cada vez hay más empleados, algo difícil de concebir en tiempos en que el futuro de la prensa se tambalea.
Algunos experimentos han fallado, los métodos de Bezos fueron duramente criticados por The New York Times y para obtener grandes éxitos se han tenido que correr riesgos inmensos. Pero su peculiar liderazgo funciona y su capacidad de innovación parece inagotable.
Durante una charla en Princeton, el empresario contó que desde muy pequeño había sido un “inventor de garaje” y que sus primeras creaciones iban desde aparatosas cocinas solares hechas de paraguas y papel aluminio hasta “cierrapuertas” automáticos hechos con llantas llenas de cemento; ambos inventos resultaron poco exitosos, pero eso es lo de menos, pues para Bezos, quien impulsa constantemente a sus empleados a tomar riesgos en el trabajo, la creatividad es como un músculo: “O los usas, o los pierdes”. Y Jeff Bezos siempre ha sabido ampliar horizontes, hacer a un lado el miedo y mirar los beneficios a largo plazo.