Se cumple un cuarto de siglo desde que Lorena Bobbitt, en un acto de venganza, le cortó el pene a su esposo mientras dormía. Su tragicomedia mediática marcó la historia judicial de Estados Unidos.
Es la peor pesadilla de cualquier hombre: irse a dormir en la tranquilidad de su hogar y despertarse con un dolor insoportable en las partes nobles. Mirar al frente y darse cuenta de que su mujer sostiene un cuchillo de cocina ensangrentado. Mirar abajo y ver su pene sin cabeza en un charco de sangre. Luego ver a su esposa agarrar el miembro amputado, salir de la casa con él en la mano y subirse al carro para arrojarlo por la ventanilla unos metros más adelante.
Exactamente eso le sucedió el 23 de junio de 1993 a John Wayne Bobbitt, un marine del Ejército de Estados Unidos, de 27 años. Esa noche había llegado a su casa en Manassas (Virginia) borracho y ganoso. Agarró a su esposa, Lorena, de 24 años, la violó y luego se quedó dormido. Agobiada por cuatro años en un matrimonio violento y machista, Lorena fue a la cocina y escogió el cuchillo más afilado que tenía. Lo siguiente que supo es que cuando ya estaba manejando hacia la casa de su amiga Janice miró hacia el lado y descubrió que llevaba en la mano el pene de su esposo. Lo lanzó hacia un jardín y luego llamó a la Policía.
Mientras tanto, John corría hacia el hospital, en donde les rogó a los médicos que le salvaran su virilidad amputada. Pero los cirujanos -impresionados por el insólito caso- insistían en que si no tenían el pedazo cortado tendrían que coser la herida y obligarlo a una vida de castidad involuntaria y sentadas al orinar. Contra todo pronóstico, las autoridades encontraron el miembro, compraron hielo en una tienda 7-Eleven, lo empacaron y lo llevaron al hospital. Tras una complicada operación de nueve horas y media, el pene de John Wayne Bobbitt estaba de nuevo pegado al cuerpo de su dueño.
Pero la cirugía había tenido un alto precio: John debía 250.000 dólares por la reimplantación y no tenía con qué pagarlos. La solución era fácil: dar entrevistas por todos los canales de televisión para saldar su deuda médica. Fue así como una pareja común y corriente se convirtió en protagonista de uno de los culebrones más mediáticos de la historia de Estados Unidos.
‘El corte que sintió el mundo entero’, como tituló la revista People, tenía todos los ingredientes de una telenovela. La esposa inmigrante latina, bajita, morena y peluquera de barrio, enfrentada a su esposo gringo, musculoso, de ojos verdes y militar, además homónimo del ícono de la masculinidad, el actor John Wayne. Rápidamente, la historia de la mutilación se convirtió en una pelea entre feministas y machistas. Frente al juzgado las feministas pedían la libertad de Lorena con grandes tijeras de coser y los emprendedores vendían penes de chocolate y camisetas con la frase “Love hurts” (“el amor duele”).
En medio del alboroto mundial, en la corte se desarrollaban dos juicios paralelos, uno contra él por abuso y uno contra ella por agresión. Lorena afirmó que sufrió de “locura temporal” y que cuando se dio cuenta de lo que había pasado llamó a las autoridades. Contó que él era un marido violento, alcohólico e infiel y que hacía unos años la había obligado a abortar. Por su lado, John cambió cuatro veces su versión: primero dijo que no tuvieron sexo, luego que ella quería y él no, luego que sí lo hicieron pero él se quedó dormido y finalmente que sí acabaron pero que todo fue consensuado.
En un desenlace inesperado, los dos salieron absueltos. Primero, un jurado compuesto por nueve mujeres y tres hombres decidió que John era inocente y, semanas después, Lorena tuvo el mismo veredicto, con la única obligación de internarse en un centro psiquiátrico por 45 días. En caso de haber recibido condena, habría podido pagar hasta 20 años de cárcel. Cuando se conoció la sentencia, las feministas del mundo suspiraron de alivio y en Ecuador hombres y mujeres celebraron la absolución.
Coloquialmente, la palabra Bobbitt fue tomada como verbo que significa castrar al marido y como sustantivo de hombre castrado. En 2013, el New York Museum incluyó el juicio de la pareja como un acontecimiento histórico de los noventa. El caso Bobbitt cambió el lenguaje mediático y los manuales de estilo para referirse al miembro masculino, pues en un caso sin precedentes, alrededor del mundo la prensa describió exhaustivamente el pene cercenado del exmarine.
Unos meses después del suceso, Lorena y John se divorciaron y ya contaban con su propio mánager. Lorena recuperó su apellido de soltera, Gallo, se pintó el pelo y decidió seguir su vida con bajo perfil. John, por su parte, decidió capitalizar su pene reconstruido y se lanzó al cine porno. John Wayne Bobbitt: Uncut (un juego de palabras que significa tanto sin censura como sin cortes), protagonizada por él, fue una de las películas pornográficas más vendidas de la historia.
Según la prensa, John recibió un millón de dólares de la productora cinematográfica Leisure Time por mostrar lo que todo el mundo quería ver: el miembro reimplantado y su funcionamiento, especialmente después de que se sometió a otra intervención quirúrgica para agrandarlo, pues sostenía que la castración le había quitado centímetros. Hizo giras por todo el país con el título Love Hurts y confesó haber tenido más de 70 amantes después del sangriento suceso, aunque la posterior película Frankenpenis no tuvo tanto éxito.
Su fugaz carrera en los filmes triple X lo llevó a Las Vegas, donde fallidamente quiso ser luchador, luego fue mesero, repartidor de pizza y hasta reverendo para casar borrachos. Volvió a aparecer en los medios estadounidenses por robar en centros comerciales de Nevada y acusado de violencia doméstica por su novia, la actriz porno Kristina Elliot.
En 2001, su nueva esposa, Dottie Brewer, solicitó el divorcio por sufrir agresiones que la llevaron a internarse en un hospital. Necesitado de dinero, John Wayne Bobbitt pidió a la corte de Manassas el cuchillo que Lorena usó para cortarle el pene. Su idea era subastarlo en Ebay con un precio inicial de 3 millones de dólares, para luego donar la mitad a los jóvenes pobres. Las autoridades judiciales le dijeron que no. En 2002 se volvió a casar, esta vez con la modelo Joanna Ferrell, quien también pidió el divorcio por abusos.
Lorena Gallo, por su lado, se casó con su actual esposo (de quien por lo bajo muchos aseguran que debe tener nervios de acero), con quien tiene una hija de 12 años. Tiempo después fundó la organización sin ánimo de lucro Lorena’s Red Wagon, para apoyar a las mujeres y niños víctimas de violencia intrafamiliar.
En 2009, John y Lorena se reunieron por primera vez en el programa The Insider de la cadena CBS. Él contó que temió por su vida cuando vio que estaba perdiendo tanta sangre y ella confesó que pensó que pasaría el resto de su vida en la cárcel. También afirmó que él la seguía llamando y enviándole flores en San Valentín, mientras él sostuvo que la había llamado un amigo haciéndose pasar por él. A pesar de la tensión en el ambiente, ambos coincidieron en que el reencuentro había servido de cierre.
Sin embargo, cinco años después, Lorena apareció en el programa de Steve Harvey, en el que hizo un llamado contra la violencia intrafamiliar: “Me encontré a mí misma en la calle con el pene en la mano. Estoy aquí para decirle al mundo qué ocurre cuando una mujer es abusada por un hombre”. En 2016 John participó en el programa Scandal Made Me Famous, contó que es chofer, que su miembro funciona perfectamente y aprovechó para desearle lo mejor a su exesposa, pues dijo: “Ambos nos hicimos daño”. Hoy, 25 años después de que la manicurista Lorena Gallo castró a su marido militar, lo más seguro es que el thriller aún no haya llegado a su fin.