Fotografía: Archivo Particular

Testimonios

Los versos que escribió de niño

Por: Aquileo Abello

...No le gustaban los recreos, a mi parecer, pues mientras todos estábamos jugando en el campo de tierra, él se la pasaba siempre leyendo. Yo lo llamaba para ver si quería jugar fútbol, pero ¡qué va!...

Estalló la Segunda Guerra Mundial. Hitler invadió Europa, y el mundo entero se sacudió con la intensidad que permitían las comunicaciones de esa época. Como consecuencia de este hecho, no se hicieron esperar represalias contra todo lo que tuviera que ver con Alemania: se sospechaba de todos los alemanes y por eso, también, le cayeron al Colegio Alemán y a sus profesores. Todos fueron concentrados en Fusagasugá, y el colegio, clausurado. Por lo anterior, mis padres nos matricularon a mi hermana Maruja, a mi hermano Jaime y a mí en el Colegio San José. Allí comienza una nueva etapa de mi vida.


El Colegio Alemán seguía un pénsum especial, en el cual no se podía hablar ni una palabra en español. Lo único que se trataba en español eran, lógicamente, el castellano y la religión. El pénsum colombiano era totalmente diferente y por eso me esperaba un examen de admisión para ver en qué nivel estaba. El padre que me entrevistó me dijo que podría ingresar a segundo de bachillerato, pero que como no sabía casi nada de castellano ni de geografía de Colombia y menos de historia, lo mejor era entrar a primero. Y así fue. Entré de mala gana, aterricé en un pupitre de doble asiento y al lado estaba mi futuro compañero: un pelado pequeño, flaco, cabezón de cabellos ensortijados, quien me miró con más indiferencia que gallina mirando sal, pero al finalizar el día ya habíamos intercambiado algunas frases intranscendentes.

Al cabo de unas semanas, el hielo ya se había derretido, y observaba que mi compañero siempre tenía un cuaderno donde pintaba caras de niños, de viejos, de mujeres, todos ilustrados muy rápidamente, sin repasar un trazo. Se veían caras perfectas. También pintaba unos monstruos y me susurraba (estábamos en clase): “Es el hermano Arroyabe; este otro es ‘pecho de piedra’ (el padre rector); este otro es el padre Posada (un hombrecito pequeñito, refiriéndose a su estatura). No le gustaban los recreos, a mi parecer, pues mientras todos estábamos jugando en el campo de tierra, él se la pasaba siempre leyendo. Yo lo llamaba para ver si quería jugar fútbol, pero ¡qué va!, y los otros compañeros decían: “Déjalo que él es ratón de biblioteca”. Cuando regresábamos a la clase, todos sudados y vueltos una nada, decía él: “Échate pa’ allá con tus brazos sudaos mojando el pupitre”.

Gabito tenía una memoria impresionante. Cierta vez recuerdo que corrigió al hermano Zaldívar algo relacionado con la historia patria en que la fecha y el acontecimiento no eran correctos. Pasaban meses y la amistad fue tomando una relativa confianza, y digo relativa, pues él siempre fue muy reservado. Conversábamos mucho, y yo le conté las aventuras que tuve en una finca cafetera de la que mi padre era socio. Era una hacienda muy grande, llamada Onaca, de 1500 hectáreas de las cuales 500 eran de café.
Estaba en la Sierra Nevada de Santa Marta y había mucho movimiento de mulas con las cuales bajaban los bultos de café en grano, ya que no había carretera. Tanto le hablé de mis peripecias que con gran sorpresa al final de ese año, Gabito escribió para Juventud, la revista del colegio, unos versos muy sencillos, cargados de un humor con mucho sarcasmo pero inocentes a la vez. Haciendo memoria escribió:

Aquileo Abello asegura
que si consigue una vaca
morirá de gordura
en los cafetales de Onaca.


Y continuó con el siguiente compañero Gilberto Arteta:

¿Arteta colombiano? ¡Hinojos!
¡le falta sal y comino
examínenle los ojos
y díganme si no es un chino!


Después de 60 años, mi sobrino Jaime Abello Banfi, a petición mía, organizó una reunión para invitar a Gabito y tener un reencuentro después de tantos años de no vernos personalmente. Fue una velada llena de camaradería y jolgorio. Sé que para él estas líneas serán de grata recordación.

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