Historias

Contra el feminismo

Por: Alejandra Omaña Ilustración LILONDRA

Hoy, lo políticamente correcto entre las mujeres es definirse a sí mismas como feministas. Pero hay algunas que no se sienten tan identificadas con ese grupo. Para la muestra, la escritora Alejandra Omaña, que acá nos cuenta —con argumentos y sin pelos en la lengua— lo que no soporta de las feministas radicales.

No sé exactamente qué es el feminismo, pero todos deberíamos ser feministas. Por años, las mujeres hemos vivido disminuidas, sin derechos por las leyes y sin permisos por los límites morales. (¡No al hombre demasiado inteligente!)

Hoy, las voces suenan más fuerte en los discursos de defensa de nuestro género, con hermosas mujeres capaces de nadar contra la corriente de la tradición y cambiar el mundo. Y entre ellas están las que irrumpen con gritos y califican todo lo que creen que no les debe gustar como “herencia del heteropatriarcado de los cerdos machistas”.

Creo que la principal causa del feminismo debería ser que las chicas podamos hacer lo que nos venga en gana. Que tengamos los derechos y la libertad sexual que, incluso, no han tenido los hombres. Pero algunas mujeres creen que el feminismo es un movimiento radical y consideran que para pertenecer a su grupo es necesario odiar un poco a los hombres, un poco la feminidad y otro poco a las chicas que no estén de acuerdo con odiar a los hombres y la feminidad. (Por qué detesto a las feministas y a los machistas)

Algunas creen que para ser feminista es necesario llevar el pelo corto color neón, las uñas comidas, la cara sin maquillaje y pelos donde sea que resulten desagradables. Como dijo alguna vez Eva Perón: “Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres”. Y sí, resultan desgastantes algunas rutinas de belleza, pero considero que es un punto a nuestro favor que podamos vernos más bonitas que los hombres solo con un par de retoques y pinturas.

Atendiendo a los principios de las feministas, si una chica soñó desde niña con ser prostituta o actriz porno, está mal que haga lo que quiere porque convierte en un objeto a las demás de su género. Si una actriz porno tiene sexo lésbico, se reduce a ser el espectáculo visual masculino, y si elige el sexo heterosexual, está sodomizada ante la fuerza simbólica del pene como protagonista del acto. Y, entonces, aquellas que piden que las mujeres nos organicemos como un ejército impenetrable nos excluyen por querer ser penetradas. También está mal ser madre, así el instinto pulule, porque el cuerpo femenino tampoco debe reducirse a ser un elemento de reproducción. (La mamera de salir con una mujer demasiado inteligente)

Son varias las incoherencias.

Salen a protestar topless, con las tetas caídas por el poco uso de brasier —que también es un opresor—, pero critican a la que se pone una prenda escotada. Si ellas se muestran, es expresión de libertad; si otras lo hacen, se están subyugando, como vitrinas con productos en venta. (100 mujeres se desnudan contra Donald Trump)

Algunas defienden el amor propio y la aceptación de los cuerpos grandes, con chicas que asustan a los médicos cuando les hacen exámenes de colesterol y triglicéridos —y que no tienen sobrepeso por genética, sino porque quieren demostrar que se pueden comer dos hamburguesas en una noche, como los machos.

Y fuman por llevarles la contraria a esos que dicen que las mujeres que fuman se ven feas. Yo también lo haría por eso, pero suficiente tuve con ser la fumadora pasiva del heteropatriarcal cerdo machista que fue mi papá. Mis pulmones no aceptan tanta rebeldía.

Para ser feminista es necesario tener delirio de persecución. Hay que estar alerta, porque en cualquier lugar puede haber un ataque. Hacen paros contra los profesores cuando más chicas que chicos se tiran la materia. Y denuncian por acoso a los jefes cuando las echan por incompetentes.

Las feministas exigen igualdad, pero quieren que los baños de las mujeres sean más grandes que los de los hombres y que haya un vagón especial para nosotras en los sistemas de transporte. Y que el vagón no sea rosado, porque basta de hacernos creer que ese es el color que nos define. Y ni hablar de pagar el 50 % de la cuenta, no hay dinero cuando se gasta tanto tiempo planeando marchas sin brasier.

También rechazan la estética de las Kardashian, pero en el fondo saben que si tuviesen el trasero o las tetas del tamaño de alguna de esas hermanas, seguro no se preocuparían por el feminismo y subirían a Instagram fotos sensuales y no frases de empoderamiento bajo imágenes de sábanas manchadas con menstruación.

No sé qué es ser feminista, es cierto, pero estoy segura de que las feministas podrían verse bien, ser amigas de los hombres y sonreír sin sentirse perseguidas.

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