Nunca será fácil enfrentar al mejor de todos los tiempos.
Por algo es el tenista que mayor número de Grand Slam tiene en su palmarés y por algo hoy, a pesar de que muchos dicen que está en un bajón profesional, sigue siendo top 5 del mundo. De hecho, lleva diez años consecutivos como top 10. Eso es algo que nadie puede darse el lujo de contar en un deporte tan difícil como el tenis. Yo voy para cinco años dentro del top 100 —estuve en el top 50 también—, y me siento orgulloso, porque no es fácil llegar hasta acá, aunque muchos no lo crean, y gracias a ese ranking me he tenido que topar seis veces con Roger. Nunca he podido ganarle, a pesar de que sí lo he tenido varias veces contra las cuerdas. La última vez que lo enfrenté fue en los Juegos Olímpicos de Londres, donde perdí en tres sets con parciales de 6-3, 5-7, 6-3, y donde sentí que tuvimos un partido muy parejo. Lo he aprendido a conocer más y eso me ha ayudado.
Pero, sin duda, el partido en el que más cerca estuve del triunfo ocurrió en la cancha principal de Wimbledon, hace tres años. A diferencia del fútbol, por ejemplo, es que si uno tiene un mal día, hay otros diez jugadores que suplen el bajo rendimiento de uno. En equipo siempre hay un apoyo, un respaldo. En el tenis, en la rama individual, es uno solo el que debe resolver sus problemas en la cancha. Los tenistas hablamos de “piernas, corazón y cabeza” para ganar, y eso es lo que siempre trato de hacer en cada juego. Ese día, todo pintaba para que, por fin, las cosas se conjugaran a mi favor y pudiera derrotarlo.
Mi táctica desde el comienzo fue jugarle la mayor parte del tiempo a su revés. Se sabe bien que su derecha es fulminante, que si uno le juega al cuerpo y él puede golpear bien apoyado en sus dos piernas, uno ya tiene el punto perdido. Por eso traté de moverlo lo que más pude, golpeando fuerte y más que todo a su revés, que, obviamente, no es que sea un mal golpe (Federer no tiene un golpe malo), pero sí su punto débil. Y la táctica me funcionó: él estuvo errático, muchas bolas se le quedaban en la red y yo fui ganando confianza. Así logré quebrarle el servicio al final del primer set, y me lo llevé con un 7-5. Yo pensaba que todo iba bien, y que hay días en que todo pinta a favor de uno.
El segundo set también se lo gané, esta vez con un 6-4. Me sentía seguro con mi servicio, y cada vez que lo atacaba en la devolución, lo sentía dubitativo, poco sólido. Y el partido siguió así hasta el 4-4 del tercer set. Él servía y lo alcancé a tener 0-40, y aún no recuerdo si por la presión de saber que estaba cerca o porque los grandes se crecen justo en los momentos difíciles, pero no pude quebrarle el servicio y a la postre perdí el set 6-4. Pero no me resigné, persistí en mi estrategia de atacarle el revés y de subirme a la red para no darle espacios, y de repente me vi en el cuarto set 5-4 arriba, listo para servir para el partido. Estaba a un game de la gloria, de contar lo que no muchos dentro del circuito han logrado hacer: vencer a Federer. Pero el tenis es impredecible: seguí con mi táctica y boté una bola larga que había jugado a su revés —todo el partido me entró, pero ahí no—. Titubeé y me vi 0-30, luego reaccioné pero al final perdí el game. El cuarto set se definió en tie break —los tenistas decimos que son los penales nuestros—, y él me ganó. Ahí perdí la concentración y sentí el cansancio físico. En el quinto y definitivo set no pude hacer mucho, y él se llevó el triunfo. Salí del estadio aplaudido por todo el público, me elogiaron por el partido tan reñido y el mismo Federer me dijo que había jugado increíble. La prensa se me acercó con especial interés y estuve en los titulares de varios medios del mundo. En medio de mi frustración traté de no culparme ni recriminarme alguna jugada decisiva: para ganarle a los top 5, uno debe tener su mejor día, pero un error mínimo marca la diferencia.
Hay noches en que recuerdo el juego, de hecho, lo he visto un par de veces, y siempre me pregunto en qué fallé. Pero una cosa es analizarlo tiempo después y otra es estar ahí, tomando una decisión en cada jugada, intentando mantener el pulso firme cuando todo el estadio presiona, queriendo no perder la concentración a pesar de llevar más de tres horas jugándole de igual a igual al mejor del mundo. Sé que muchos colombianos recuerdan este partido y me critican por no haberlo ganado. Solo sé que di todo para que así fuera. Algunas veces se da y no en vano les he ganado a varios top 10 en mi carrera, como al número 6 del mundo en ese momento, Nikolay Davydenko, en Wimbledon 2006; al 8, Mardy Fish, en el Abierto de Australia de 2012; al 9, Tommy Haas, en el Masters de Miami de 2007; al 10, John Isner, en Wimbledon de 2012, y a varios top 20, como Gael Monfils, Ivan Ljubicic, Alexandr Dolgopolov, Viktor Troicki, y recientemente a Janko Tipsarevic en Bogotá, donde fui finalista de un torneo ATP 250, uno de los triunfos más importantes de mi carrera.
Yo sé que, como dicen, “los casi” no valen. Pero en esta profesión uno debe estar preparado para las derrotas. Es un deporte en el que no hay tiempo de lamentarse. Uno pierde un partido y al otro día está en otro lugar del mundo, de nuevo, jugándose la vida en la cancha. Ese día, el mismo Federer dijo en la rueda de prensa: “Hoy debí perder”. Pero no fue así. La historia dirá que perdí, pero yo solo sé que luché hasta el final y que no tengo nada que reprocharme. Acabo de cumplir 29 años, y aunque vendrán derrotas, solo me estoy preparando para los triunfos. Y espero vengan muchos más.