Entrevista

Entrevista a Ana Pacheco, exguerrillera de las Farc

Por: Salud Hernández-Mora

La periodista Salud Hernández-Mora se sentó a hablar con una de las protagonistas de nuestra portada de La Paz Según SoHo. ¿Por qué le atraía la guerrilla? ¿Vivió algún consejo de guerra? ¿Cómo se voló de las filas? y más sobre esta parte de la vida de Ana Pacheco.

Es campesina de alma y de recuerdos. En su hoja de vida figura que sabe cultivar todo lo cultivable, que trabajó desde niña y solo terminó el bachillerato de grande. Vio su primer televisor a los 7 años y soñó con ser modelo, actriz, lo que fuera para aparecer en la pequeña pantalla. Pero antes se cruzaron la guerrilla, los uniformes, el poderío que emanaban, sintió la misma fascinación y se incorporó a las Farc. A sus 26 años ve cómo confluyen de alguna manera ambos caminos.

La penúltima de nueve hermanos, algunos exguerrilleros, dos de ellos presos, natural de La Uribe, Meta, casada y madre de dos hijas, prefiere envolver en una nebulosa los años que pasó en las Farc y solo fijar la mirada en un horizonte luminoso.

Ustedes vivían en La Uribe y se desplazaron porque los echó la guerrilla…

Sí, irónico, porque los dos hermanos mayores ya estaban en la guerrilla. Nos fuimos al Tolima. Nos dieron una finca para que la cuidáramos, moler caña, cultivar yuca, aguacate, fueron años felices. Más tarde nos instalamos en una hacienda inmensa, a cuidarla. Era muy bonita, hecha de material, con cuartos, un lujo.

¿Iban a la escuela?

Sí, estaba a hora y media. Me gustaba porque quedaba cerca de la carretera y había una tienda, veíamos gente, carros. Luego la guerrilla mató al dueño de la finca y un hermano mayor nos llevó al páramo de Sumapaz. Fueron tres días de frío, de caminatas. Llegamos a una casa de tablas donde vivía mi hermano y empezamos a sembrar fríjol. Ahí era un cuarto para todos.

La guerrilla era la autoridad en la zona…

Sí, pasaba mucho por la casa. Mi hermana ya iba a cumplir 16 años y se fue con ellos. Al poco tiempo llegó a la casa vestida de guerrillera.

¿Su mamá le pedía que volviera?

Sí, claro, pero ella ya no podía porque le hacían consejo de guerra y muerte.

De ahí nos fuimos a otra finca, mis papás eran muy correcaminos. El comandante de la 51, el famoso Romaña, iba por la casa. Era muy querido, mandaba droga para mi papá, que sufría de la espalda.

¿Por qué le atraía la guerrilla?

Por el uniforme, la elegancia, el porte. Llegaban muy limpios, con sus botas, un cordoncito, sus chaquiras, la gorra, las mujeres se veían bonitas, una vieja con un fusil se ve muy bien. Pero un hermano no me dejaba entrar y me dijeron: “Usted, a la milicia, y nos informa todo lo que esté pasando en el pueblo”. Tenía 12 años y no me gustaba porque no podía portar el uniforme. En ese tiempo uno de mis hermanos se voló de la guerrilla, llegó a la casa y lo teníamos escondido. Como yo era informante, ellos (las Farc) no sospechaban. Ese año celebramos el 31 de diciembre todos juntos y fue lo mejor.

¿Se voló porque no le gustó la guerrilla?

Se voló por amor, por una muchacha.

¿Cuándo hizo méritos para pasar de la milicia al monte?

Con 14 años me fui a escondidas de mi mamá al Frente 25. Fue duro para ella. Me aceptaron y me puse ‘Jennifer’.

¿En qué momento le dan el uniforme soñado?

Enseguida. Dije “esto es lo máximo”. Y de una vez me dieron una pistola, una 7.65, muy bonito el equipo.

¿Le interesaban las clases de política en el curso de iniciación?

A mí me daban mucho sueño. Pedía permiso para ir a los chontos (letrinas), pero en realidad iba al río para echarme agua en la cara y aguantar.

Y de pronto un día llega un combate…

A mí no me tocó ningún combate en los dos años que permanecí allá, estoy tan agradecida con Dios. Salía a los pueblos, hacía vigilancia.

¿Cuándo pensó “el ejército es mi enemigo”?

Muchas veces. Pasa que usted está tan tranquila acá y piensa: “Mi realidad es que estoy en la guerrilla y hay que andar preparado porque en cualquier momento me pueden atacar”.

Digamos que es enemigo porque la puede atacar, no por representar el poder de la oligarquía o algo así…

Es como dices. Para mí era: “Siento que puede venir alguien y puede ser mi enemigo”. ¿En qué momento lo cogen a uno y pam, ahí quedó? Si estás en el monte con tus amigos, te sientes protegido.

¿Vivió algún consejo de guerra?

Una vez. Estábamos recibiendo la comida, dos se agarraron y uno le puso la peinilla a otro y le dio durísimo. La cortada era grande. Le hicieron consejo de guerra y se fue para sanción. Gracias a Dios no hubo que matarlos.

¿Cómo eran los juicios?

A uno le toca defender y a otro, atacar. Tú eres superamiga del muchacho que están juzgando, pero si te tocó juzgarlo, debes decir que ese man es una porquería. Y el otro dirá que eso no es verdad, que él es una buena persona. Cuando hacen un receso, le dices: “Qué pena, hermano, yo no quería decir eso pero a mí me toca, y si no, al que le van a hacer consejo de guerra es a mí”.

¿Cuál fue el castigo en aquel caso?

Trincheras, no recuerdo cuántas. Hacer trincheras más altas que uno o por los hombros, y viajes de leña.

¿Preguntaron si debían fusilarlo?

No, porque si se va a fusilamiento, dicen: “Usted lo mata, usted le hace el hueco, usted lo lleva”. Y si eres amigo de él, te toca matarlo, es ley, no puedes hacer nada más. Hay algunos que se vuelan y los cogen que sí van para fusilamiento.

¿Le parecía justo?

Sí, cada quien sabe lo que le toca. El que se vuela lo matan, eso lo sabe todo el mundo. Pero yo tenía un corazón tan lechuga que a veces decía “no es justo, debe tener a su mamá”. De hecho, usted llega allá y le dicen: “Este fusil es su papá y su mamá, haga de cuenta que ellos no existen”. En mi interior decía: “Mi papá y mi mamá no son el fusil, nadie me los cambia”.

¿Había niñas que lloraban acordándose de la mamá?

Claro. Es que hay veces que a uno le toca caminar ocho días con un equipo de tres, cuatro arrobas y el fusil. Es duro, llueve, se le mojan los pies y no tiene cómo secarse las medias, le salen ampollas y uno piensa “¿por qué me vine?, ¿por qué estoy acá?, ¿qué locura hice?”. Ahí es donde decido volarme.

¿No hablaba con nadie de la fuga?, ¿uno allá no se fía de nadie?

Uno no confía en nadie, es uno solo. Si estoy aburrida y me quiero volar, no puedo hablarlo a un compañero. Puede decirle al comandante y uno va a consejo de guerra y lo pueden matar.

Si estoy en SoHo y me parece una jartera el trabajo, pero me tengo que quedar para que no me peguen un tiro, ¿no es extraño?

Sí, claro, es extraño, pero dicen por ahí que si metí la pata, hay que meter las dos porque no puedo estar en los dos lados.

Es decir, seguía allá no por un ideal sino porque tocó…

Ya tocó. Igual Farc-Ep tiene mucho significado. Fuerzas Armadas Revolucionarias-Ejército del Pueblo. ¿Ejército del pueblo? Uno quiere lo mejor de los campesinos, uno ayuda a los campesinos. Pero después de que salí, me preguntaba “¿dónde está el Ejército del Pueblo, a qué horas, si ponen minas, destruyen?”.

¿Cómo fue la volada?

En 2006. Me daba mamitis y me sentaba a llorar sin que nadie se diera cuenta. ¿Dónde están mis valores? ¿Dónde mi papá y mi mamá? ¿Mis hermanos? Me mandaron a Villarrica (Tolima) con un compañero y vi mi oportunidad de volarme. Le dije: “Voy a hacer una vuelta y ya regreso”. “Listo, compañera”. Sin plata y sin nada le dije al conductor: “Necesito ir a Bogotá”. Llegué y fue muy bonito encontrar a mi hermana que se había volado antes.

Si abrieran las puertas de los campamentos, ¿muchos se fugarían?

Claro. Hay muchos que están cansados. Quedarían pocos, de pronto los que llevan más de 15 años y están aferrados.

Cuando estaba en las Farc y escuchaba que había secuestrados de siete, ocho años, ¿qué hablaba con sus compañeros?

La tropa hace murmuraciones: cuánto tiempo llevan secuestrados y por qué no los han soltado, de pronto no dan la plata porque ni la tendrán. Escuchábamos a las familias: “Por favor, los estamos esperando”. Eso también me motivó a volarme, sabiendo que mi familia me esperaba con los brazos abiertos, una familia genial.

¿Algún noviecito?

Sí, pero pasajero.

¿Las chicas se cuidaban?

Sí. La que quedó embarazada fue mi hermana, pero era la mujer de un comandante y se dieron cuenta cuando estaba de muchos meses. Tuvo al bebé y al poco tiempo de terminar la dieta, la niña se quedó en el pueblo y ella otra vez, al monte. Le hicieron consejo de guerra y le tocó hacer unos cien viajes de leña, trinchera, un siembro. Y ella, al ver las sanciones y que no podía ver a su hija, al año se voló.

¿Usted se desmoviliza y qué pasa?

Demoré dos meses en Bienestar Familiar. Me llené de tanto odio porque después del esfuerzo que hice para volarme y poder ver a mis padres, no podía verlos. Yo rompía las puertas, era muy rebelde. De tanta jodedera me dejaron ver a mis papás, mis hermanos, sobrinos. Qué alegría, fue muy emocionante.

¿Después?

Me mandaron para otra casa, ya me comunicaba con mis papás. En una salida me enamoré del papá de mi hija. Tenía 17 años cumplidos y quedé embarazada. Casi me muero, lloraba, no quería ser mamá, hacía todo para perder el niño. Y un día pensé “no voy a abortar”, y fue bonito. Empecé a construir una vida con él. Era de las AUC. Después empezó a pegarme.

¿Se dejaba?

Por tonta. Me inscribía en cursos, y no me dejaba ir. No me permitía maquillar, era muy celoso, una vez me pegó un puño, me tiraba del pelo, me amenazaba con matar a mi familia, con quitarme la niña. Lo aguanté hasta los 3 años de mi hija y me separé. A los diez días me cuadré con el muchacho con el que vivo, el papá de mi segunda hija.

¿No le importó que fuera exguerrillera?

No, era todo el día “mi amor”, “mi vida”. Los dos enamorados, nos encontramos en Pitalito y al mes quedé embarazada. Lloré porque no tenía con qué brindarle a otra hija lo que yo quería. Nos vinimos a Bogotá con 50.000 pesos y él empezó a trabajar, es muy camellador. Y tengo una psicóloga excelente que me ayuda en la reinserción.

Cuando se recuerda con uniforme y fusil, ¿qué se le viene a la cabeza?

¿A qué horas pasó? ¿Cómo uno es tan bruto? ¿Cómo llega a eso? Fue un tiempo perdido; si no me voy, habría terminado bien mis estudios. Los terminé luego, pero haciendo dos años en uno. Y mi mamá, tantas lloraderas, tantas angustias, se envejeció más. Habría compartido ese tiempo con ellos. Soy muy sentimental y veo a una persona en silla de ruedas y digo si fueran ejército del pueblo, cuidarían a los campesinos, no pondrían una mina. Bien que se acaben (las Farc) y salgan mis hermanos de la cárcel, pero la guerra nunca va a terminar porque siempre hay narcotráfico, pandillas, robos, atracos.

¿En qué trabaja?

Con mi hermana hacemos manicure, pedicure y cortes en la cárcel. Nos va bien, gracias a Dios.

¿Conocía SoHo?

No.

¿Cómo le dijo a su esposo que iba a aparecer en esta revista?

Mi criterio era nunca un desnudo, nunca en ropa interior, mis papás son evangélicos. ¿Cómo le digo a mi esposo? Mi hermana me apoyó, porque es una oportunidad que me puede abrir puertas. No quiero pero a la vez sí, porque es un sueño. Mi hermano, que está preso...

Ahí sí saben qué es SoHo…

Me dijo “tómalo, es una decisión que te abrirá puertas. Déjame a mí a tu esposo”. Y luego mi esposo me decía: “Mi amor, si es tu sueño, yo te apoyo”.

¿Qué pensó al ver a la exdetective del DAS?

Ella es un mundo diferente, me va a ver con mala cara, yo soy de otro. Pero todos somos iguales, somos polvo y nos volvemos polvo.

¿Fue fácil la reconciliación?

Sí, yo le decía cuando posábamos “ahora hacemos la paz”.

¿Qué pensarán antiguos compañeros suyos cuando la vean?

“Esta pelada sí fue capaz, logró un sueño, ¿por qué no podemos nosotros también?”.

¿Le para bolas a Timochenko?

No.

¿Qué le diría?

“Deje a los muchachos salir de los campamentos, hay muchas familias que los esperan. Estamos en el siglo XXI. Que solo se queden los que quieran estar”.

Esta vez sí se quitó el uniforme… como Dios la trajo al mundo para volver a empezar…

Sí. Me quité el uniforme y estoy empezando una nueva vida. Ya no más camuflajes, hay que vivir la vida y dejarla vivir a los demás. Es el ejemplo que les quiero dejar a mis dos hijas. Que no metan la pata hasta el fondo como yo la metí.

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