Decían que el niño era el anticristo. Que no era humano. Su madre recuerda que a veces la gente lo tocaba para cerciorarse de que no fuera el demonio convertido en niño o un espíritu malo poseyendo a un niño. El diablo suele tomar las formas más inesperadas. Hasta decían que Nezareth Casti Rey había regresado de entre los muertos. Pero también había quienes creían que era un enviado de Dios. Niño Dios, lo llamaban. Empezaba el siglo XXI y él tenía 6 años. Por su tamaño parecía de 3. A esa edad ya recorría pueblos y decía en plazas públicas: “Arrepiéntete de tus pecados, porque Cristo viene y qué cuenta le vas a dar al Señor”. Viajaba con sus padres. Vestía un terno oscuro que le quedaba grande. Cargaba, como soportando un ladrillo, una Biblia gruesa de tapa roja. En las iglesias evangélicas del norte del Perú elevaba la voz: “¡Jesucristo liberta al cautivo, da paz al desesperado, abre los ojos de los ciegos!”. También levantaba los brazos, se arrodillaba en los púlpitos. Hay videos en los que Nezareth Casti Rey tiene el cabello engominado hacia atrás y una voz grave y gutural, como cuando los niños imitan a los monstruos. Él se empinaba, se arrodillaba y volvía a levantarse dando un salto y vociferando ante sus feligreses: “¡Arrepiénteteeee!”. Lo llamaban El Predicador más Joven del Mundo o El Niño Predicador. Él no jugaba con carritos. “¡Cristo cura al borracho! —abría los ojos, las palmas de ambas manos al frente, como poseído—. ¡Sana a la prostituta! ¡Hace santa a la ramera!”.
—Hay gente que ignora el poder de Dios —me dice su mamá.
Ella está sentada en la sala de su casa. Tiene los brazos cruzados adelante y una falda larga que solo deja ver sus tobillos. Su hijo, el niño predicador, espía lo que mamá dice desde un segundo piso. Una tela verde cubre la ventana que da a la calle. Hay nombres que incitan a una manera de vivir. Nezareth Casti Rey es el primogénito de una pareja de cristianos evangélicos, pastores misioneros que caminaban con sus biblias y una guitarra por la ciudad de Trujillo, en la costa norte del Perú. En aquellos tiempos eran pobres, dice su madre, Marisela Valderrama, con el cabello negro sobre su blusa marrón. Ella solía leerle los salmos a su hijo antes de dormir. “Yahvé es mi pastor, nada me faltará”, le decía como si fueran cuentos de cuna. Su padre, Andrés Castillo, cargaba al bebé Nezareth en un canguro negro mientras él cantaba en los púlpitos de las iglesias —Cristo, la roca era una de sus canciones preferidas—, y a los 17 años, cuando aún era soltero y ni siquiera conocía a quien sería su esposa, tuvo una revelación, o al menos eso dice su leyenda personal. Dios se le apareció en sueños —“un personaje de blanco que te habla y te escucha”— y le dijo que lo iba a bendecir con un hijo que sería poderoso y que viajaría por el mundo predicando el Evangelio.
Dios le dictó que a ese hijo tenía que ponerle de nombre Nezareth, porque quiere decir El enviado de Dios. Así, Nezareth Casti Rey fue concebido como el producto de una profecía, y criado a imagen y semejanza de las visiones (sueños) de sus padres. Desde que habló por primera vez, cada frase que el niño ha dicho ya estaba escrita. Su madre también había soñado con Dios cuando tenía tres meses de embarazo. Nezareth Casti Rey creció escuchando esas historias acerca de su propia grandeza venidera hasta que una tarde, en Paiján, cuando tenía solo 3 años de edad, le preguntó a su madre: “¿Por qué no predico yo la palabra de Dios”.
Hoy es un jueves de abril en Trujillo, y el calor es tan fastidioso que Marisela Valderrama se abanica con la mano. Su casa es la más llamativa de la calle Santa Rosa, vaya nombre. Su casa es la única con dos pisos terminados en toda la calle, con vidrios polarizados en las ventanas y con acabados de madera barnizada en los balcones. El resto del barrio parece pobre. Hace unos minutos, Marisela llegó junto a su esposo y sus dos hijos, Nezareth y Tirza Devid —“así como el fruto de la vid”, dice mamá—, que es la menor y tiene 5 años. Tirza Devid, sin embargo, no predica. Solo parece preocupada por un pato de peluche que lleva a todas partes. La familia salió a comprar cojines de colores para unos sillones nuevos de colores, porque todo es de colores en esta casa de dos pisos. Hay una escalera caracol que lleva al segundo piso de colores también.
El color es vida. Y glorifica. Eso se cree aquí. Nezareth Casti Rey entró cargando dos cojines, saludó, “buenas tardes, cuánto gusto”, pero subió corriendo por la escalera caracol con cierto apuro. En realidad, ya no parece un niño. Es flaco y alargado. Tiene algo de acné y un bigotillo auroral sobre los labios. No se ha engominado el pelo como en sus más famosas presentaciones en público. En zapatillas y camiseta, ni siquiera parece un elegido de Dios. Suda. No da tiempo de preguntas. Llega y se va. Solo su madre se ha quedado en la sala y toma asiento. “Por qué no predico yo la palabra de Dios, me dijo Nezareth —cuenta ella recordando esa primera vez en que su hijo predicó—. Era chiquito, tenía 3 años”. La iglesia se llamaba Sí, ven, Señor Jesús, y quedaba en una zona escondida de Paiján. Había unas 35 personas allí. “Pónganse de pie que esta noche vamos a leer la palabra del Señor”, dijo su hijo, que era así de chiquito, dice ella, y pone una mano a la altura de lo que podría ser, no sé, un gato.
—Todos estábamos llorando, yo resulté en la puerta llorando, y empecé a mirar a toda esa gente que estaba allí y todos estaban llorando, mudos y llorando. Cuando en eso terminó, oró, se despidió y me entregó el micrófono. Hizo todo lo que yo hacía.
Nezareth Casti Rey repitió aquella vez lo que había visto y oído durante tres años. Como un imitador, quizá uno de sus mayores talentos, a esa edad, haya sido ese: repetir y exagerar sus maneras. Pero era extraordinario haciéndolo: un prodigio. Después de esa primera prédica, fue invitado a otra iglesia en Paiján, y los pastores que lo vieron quisieron tenerlo en sus propias iglesias. Un niño predicador era una gran noticia para alguien cuya misión es llamar la atención sobre su propia fe. Un niño predicador genera, por lo menos, curiosidad. Más aún si dicen que es el enviado de Dios. Iría mucha gente a verlo. Futuros conversos.
Se oyó acerca del niño predicador en pueblos cercanos y hasta ellos fue a predicar Nezareth. Cumplió 4 años y empezó a escribir canciones. Cumplió 5 y grabó un primer CD, Hacia la cima, con un sencillo cuyo estribillo, escrito por él, dice: “Lindo es caminar con el Señor, / más ustedes no saben adónde van. / Hay caminos que parecen derechos, / mas su final es muerte”. Llenó plazas donde muchos lo aplaudieron, otros lloraron y uno que otro se divertía como en un espectáculo freak. En un estadio de Chimbote, al sur de Trujillo, congregó a 7000 personas y allí predicó, cantó, oró y sanó, “porque a mi hijo también se le ha dado el poder de la sanación”, dice Marisela Valderrama. A los 6 años, Nezareth Casti Rey participó en Trujillo en un congreso con predicadores internacionales, y allí lo vio la portorriqueña Wanda Rolón, una famosa pastora evangélica, que le dijo: “¿Quieres ir a Puerto Rico?”.
Nunca habían subido a un avión. En San Juan, vaya nombre, Nezareth Casti Rey predicó dos días en un coliseo con miles de fieles. Hacía bromas: “Revíseme como revisa un policía —le decía a cualquier persona—. Muy bien, dígame, ¿soy un niño normal o un extraterrestre, o un espíritu, o un enano?
”Hay un famoso video en YouTube visitado por casi un millón de curiosos. Corresponde al segundo día de prédica en Puerto Rico. Allí, Nezareth Casti Rey se movía con la elocuencia de un cantante de heavy metal. Llevaba un terno oscuro, una corbata gris hasta la altura del tiro del pantalón, y se le veía tan pequeño que parecía una parodia de algo: exhortaba a la gente señalándola con el dedo, hablaba con cariño y se ponía una mano en el corazón. Sabía cuándo arrodillarse y cerrar los ojos y gritar y guardar silencio, y cuándo decir que algunos teólogos y científicos modernos andan negando la existencia de Dios. La gente aplaudía la ocurrencia de un niño de 6 años.
“Dicen que somos de la evolución, dicen que somos parientes del mono”. Más aplausos. Algunos se ponían de pie. Su voz era aguda pero enérgica, sonaba histriónico, impostado. Es gracioso oír a un niño despotricar contra la evolución. Ningún evangélico cree en ella, pero no es tan gracioso oír a un adulto diciéndolo. “¡A mí no me trajo la cigüeña! ¡Yo no soy de la evolución, yo no soy pariente del mono! ¡A mí me creó Dios en el vientre de mi madre!”. Él suele hablar sobre su capacidad de improvisar estos discursos: son cosas de Dios, dice. Los creyentes lo seguían aplaudiendo, pero entre los visitantes de YouTube no ha tenido la misma suerte. Existen videos que ridiculizan ese mensaje bajo los títulos “Niño predicador payaso”, “El puto niño predicador”, “Anticristo Superstar”...
—¿Qué pasa cuando alguien te dice que no cree en Dios? —le pregunto antes de subir a la camioneta blanca de su padre.
Nezareth Casti Rey se queda callado unos segundos. Está parado en la sala de su casa. Su mamá lo observa como si él fuese un niño genio de las matemáticas y la pregunta hubiese sido, a ver, Nezarethcito, niño genio, resuelve el siguiente problema imposible.
—Cuando choco con muchas de estas personas, les digo así: “¿Tú ves el aire? No, no lo veo. ¿Pero lo sientes? Claro que lo siento. Así es Dios”.
Hoy es su clase de fútbol. Baja de la camioneta blanca de su padre con unas medias negras hasta las rodillas, y se sienta en silencio al borde del campo. No hay tribunas. Solo un sector con pasto y el resto es terreno baldío con viejos armatostes de madera en los que algunos niños juegan a esconderse. Pero no él. Es viernes, cinco de la tarde, y en El Milagro, vaya nombre, a 15 minutos de Trujillo, hace suficiente frío como para querer apurar la clase. Los otros niños también se sientan a un lado del campo pero, a diferencia del niño predicador, forman grupos y bromean entre ellos, “huevón, huevada, conchetumáquina”, dicen, “te meto un combo, huevón”, y se ríen, y Nezareth Casti Rey, que ahora mismo está solo, no. Pero esta es su clase de fútbol y él ha dicho, camino a la cancha en la camioneta blanca, con esas medias larguísimas y una sonrisa larguísima también:
—Soy un niño normal, como cualquier niño del mundo.
Eso quiere creer.
Dos días después, la directora de su colegio dirá sobre Nezareth Casti Rey: “Él se comporta normal, como cualquier otro niño”. Y su profesor de Historia, en medio de una clase sobre la Revolución francesa, saldrá al patio para decir: “Tiene facilidad de verbo, pero es un jovencito muy inquieto, normal”. Su maestro de Música cree que Nezareth tiene un gran talento para la guitarra y la composición. El niño predicador, sin embargo, ya ni siquiera es un niño y menos, uno más. Su mayor normalidad quizá consista en hacer dos cosas típicas para un chico de su edad, y eso puede confundir a los adultos que lo ven desde arriba: ir al colegio (por evidente obligación) y jugar al fútbol (porque su padre dice: “Es bueno que Nezareth juegue con niños que no tienen su creencia”). El tamaño es engañoso, y Nezareth Casti Rey, cuando no está predicando, parece disfrutar de esa relativa normalidad hablando con su propio tono de voz, dejando a un lado el traje, el gel y la Biblia, y moviéndose con tanta lentitud que parecería que le pesaran los bolsillos. El escenario lo transforma en niño predicador con manías de adulto.
Sus compañeros de aula, cuarto año de secundaria, inquietos y graciosos, saben que Nezareth Casti Rey, ese chico friolento y buena gente que se sienta atrás, se ausenta de clases cada cierto tiempo para cumplir con una agenda de presentaciones en Venezuela o México o Chile o Estados Unidos o Ecuador o Bolivia o República Dominicana o Puerto Rico. Saben que está exonerado del curso de Religión, que por suerte no debe memorizarse el Catecismo, y que no le reza a la guía y protectora de la institución, la Virgen del Carmen. Saben que el presentador de televisión Don Francisco lo entrevistó en Miami, y Pedro Carcuro, en Santiago, y que en la tele ha conocido a Ricardo Montaner, a Laura León, a una Miss Venezuela muy linda, y que Chayanne lo saludó frente a las cámaras. Sus compañeros saben también que Nezareth habla de los apóstoles para referirse a la amistad entre ellos, y que dice ser el enviado de Dios. Habla de Dios con ellos, y tal vez por eso el profesor de Historia me dirá luego: “Él trata de ganar adeptos en el colegio y me dice: ‘Profesor, parece que voy ganando terreno’”.
El niño predicador, con la pelota, es bastante descoordinado.
El papá tiene el aspecto de alguien que se pasa ocho horas al día en un gimnasio: suele usar camisetas pegadas al cuerpo con acabados que resplandecen en dorado y dicen, por ejemplo, Dolce Gabbana, sin ser Dolce & Gabbana. Tiene el pelo corto, siempre recién peinado, y usa jeans y unas zapatillas blancas, muy nuevas, con plataformas que lo hacen ver más alto (es bajo: 1,60 como mucho). “Con mis hermanos sembramos maíz y camote”, dice, aunque su aspecto no es el de alguien que trabaja la tierra. Su trabajo es promover las presentaciones de su hijo. Los otros niños futbolistas, unos 50, llegaron y regresarán a Trujillo apretados en un solo bus de la academia, mientras que Nezareth Casti Rey lo hará en la camioneta de papá con aire acondicionado.
—Fueron con armas a la casa —me dice el papá, hablando de una amenaza de secuestro—, querían plata. Pero no pasó nada.
Para un evangélico, tener dinero es una bendición de Dios. No está mal ni tiene por qué sentirse culpable. Así está escrito: “El obrero es digno de su salario”, repiten como una muletilla sagrada. “Está en el Antiguo Testamento”, dicen, y un evangélico ve en la Biblia su máxima autoridad. Los predicadores —los hay en todo el mundo— suelen ganar bien si son exitosos; es decir, si congregan a mucha gente. Y eso ocurre porque Dios glorifica y bendice. Como a Nezareth Casti Rey, por ejemplo. “Predicar es mi trabajo y mi profesión”, ha dicho él, y ahora le toca patear a un arco sin arquero: trabajos de precisión.
El niño predicador no es muy bueno pateando al arco.
—Ese Nezareth, cuando predica, se transforma —dice el pastor Basilio, riéndose con el diente de oro.
El pastor Neri Basilio fue quien sacó a la familia Castillo de Paiján, un lugar pobre y alejado, para llevarla a vivir a Trujillo. De no haber sido por él, quizá Nezareth Casti Rey solo hubiese sido predicador en las iglesias evangélicas y en las plazas de Paiján y sus alrededores. Entonces era agosto del año 2000, y en aquellos tiempos, el mundo, para el niño predicador, parecía demasiado grande. El pastor Neri Basilio juntó 10.000 soles —“impulsado por la presencia de Dios, había algo en mí que no medía el gasto”—, para imprimir volantes y afiches, y empapelar la ciudad de Trujillo, llenar una plaza de toros con 12.000 personas y llevar allí a un niño desconocido que, según decían, predicaba.
—¿Cuál sería el asunto de Dios conmigo, no? —dice el pastor mirando hacia la cancha—. Yo lo buscaba al niño pero no sabía para qué. Hubo una palabra que me dijo que el niño predicaba y yo quería probarle.
—Son las cosas de Dios, hermanito —interviene el papá.
Mientras que un pastor guía en la fe a sus ovejas, la tarea de un predicador consiste en dar a conocer el mensaje. Nezareth Casti Rey admira a los predicadores internacionales Jimmy Swaggart, Cash Luna, Yiye Ávila, Roger Kennedy, y de ellos ha adoptado el modo de dirigirse a las masas. El mejor manual práctico para la prédica es la observación. Se pueden ver miles de videos y jamás ser un buen predicador, así como se pueden ver miles de partidos de fútbol y jamás aprender a patear bien una pelota. Nezareth Casti Rey debería saberlo: hay gente que necesita salvación, que se empacha de autoayuda, que está sola y enferma, que sufre, que no ve un futuro, y entonces se entrega.
—Hay mucha necesidad —dice el pastor Basilio, y piensa que podrá sonar exagerado, pero ese día, en la plaza de toros, al menos 1000 personas se convirtieron.
Entonces empezó la verdadera fama del niño predicador.
Nezareth viaja a predicar con otras cinco personas que conforman su comitiva o ministerio. El ministerio se llama “Jesús de Nazareth”, incluye a sus dos padres y puede garantizar el lleno total de un estadio, por ejemplo, en Guayaquil. A Nezareth Casti Rey y a sus cinco acompañantes deben pagarles los pasajes de ida y vuelta, además del hospedaje, y son ellos quienes deben recibir toda la ofrenda del día. A más fieles, más ofrenda. Más dinero. En países más ricos, las bendiciones se multiplicarán. Ha predicado en Nueva York, Miami, Boston, Indianápolis, Virginia, Carolina del Norte. Quiere ir a Europa. “Una salida al extranjero le puede reportar miles de dólares”, dice Óscar Quispe Vigo, evangélico, exalcohólico social convertido a Cristo, según él, una fuente que se suele consultar en Trujillo para hablar de su religión, y presidente del Ministerio Internacional de Apoyo Evangelístico y Ayuda Social Las Águilas. Ser un talentoso niño predicador puede ser muy rentable. “Hay gente que fue impactada por el mensaje y le da 1000 dólares, 5000, una casa, un auto”, dice Quispe. Cuando Wanda Rolón invita a Nezareth Casti Rey a Puerto Rico les pide a los miles de fieles que se congregan en sus presentaciones que den dinero a la familia Castillo Valderrama. Hay predicadores evangélicos que piden a los fieles dar el billete más grande que tengan en el bolsillo como ofrenda. A veces los acusan de estafar a la gente con el viejo cuento de la salvación, pero el obrero, dirán, es digno de su salario, y lo dice la Biblia y no hay de qué avergonzarse.
Nezareth Casti Rey no es un niño normal. Predica, gana dinero. La camioneta blanca de papá y la casa de dos pisos y la noticia de un secuestro y los viajes de la familia y las ofrendas y los miles de fieles que lo siguen dan fe del fenómeno: el niño predicador no es más que un niño que trabaja. Y hoy, en la clase de fútbol, no mete goles: de siete disparos al arco, sin arquero, el predicador solo ha metido dos. Así hasta que suena un silbato, termina la clase, y un sudoroso Nezareth Casti Rey sube a la camioneta blanca.
—¿Qué tal si vamos a comer un sánguche? —dice el papá.
—Yo quiero de pavo —se adelanta el niño predicador, muerto de hambre.
Minutos después, estacionados frente a la tienda de sánduches, al lado de un puesto de periódicos donde resalta un titular a todo color, “Vigilante de municipio viola a enfermera”, y escuchando en el equipo de música los mejores éxitos de Nezareth Casti Rey, Liiiiindo es caminar con el Señor, el niño predicador dejará de tararear su propia canción y dirá que la prédica es su oficio, pero que él es un niño normal al que también le gustaría probar otras cosas.
—Me gustaría, no sé, ser futbolista de repente.
—Cuando cantas te da coraje, ¿no?
El pastor Neri Basilio voltea a mirar a Nezareth con su diente de oro. En los parlantes de la camioneta blanca suena una de sus canciones más alegres. Es domingo por la noche y vamos a Paiján, allí donde todo empezó. Nezareth Casti Rey está cantando en voz baja, “Cristooo es la solución, para todo problema”, y hace como que no escucha la pregunta. Adelante, viajan papá y mamá. Atrás, en dos filas de asientos, estamos el pastor Basilio; Nezareth, que canta; Tirza Devid, abstraída con su pato de peluche, y yo, que le pregunto al niño predicador:
—¿Ya no tienes la voz de antes, no?
—No, ya no me sale bien esa canción.
—Es que ya no eres un niño, ya no eres el niño predicador.
Nezareth Casti Rey sonríe y se queda pensando largo rato en silencio.
—Ahora soy el joven predicador —dice—, y es diferente. La gente recepciona el mensaje con un poco más de seriedad, porque antes, cuando era niño, lo tomaban con un poco de risa.
—Creo que cada día vas a tener más gente en tus campañas —interviene el pastor—. Llegas a gente de más nivel intelectual.
Tirza Devid se pone a tararear la canción de su hermano. Nezareth Casti Rey la escucha, y le hace una caricia al pico del pato.
—Los tiempos del niño pasaron —dice.
Hay niños predicadores en todo el mundo, y la historia de Nezareth Casti Rey también es fascinante por ser igual a otras. En el conjunto está la peculiaridad: algo está ocurriendo, creen los evangélicos. “Dios está levantando a los niños”, dice el pastor Jorge Pérez, presidente de la Fraternidad de Pastores, Ministros e Iglesias de La Libertad, departamento al norte del Perú donde queda la ciudad de Trujillo. Los evangélicos adoctrinan a los niños en su religión, los instruyen en la Biblia y no hay nada extraordinario ni milagroso en ello.
La música continúa sonando en la camioneta blanca de papá, y el niño predicador, con su Biblia de tapa roja en las manos, canta sus propias canciones impostando una voz muy aguda: “Siento que Jesús ya está, ya está por volveeer”. Falta una media hora para llegar a Paiján, cuando se siente un golpe en la parte delantera.
—Creo que atropellamos un gato —dice el papá.
El niño predicador deja de cantar.
—¿O fue un zorro? —pregunta su mamá, asustada.
Afuera, la carretera apenas está iluminada por la luna. El papá quiere detenerse, pero al final le parece una mala idea.
—De repente fue una pelota —dice.
—Lo mataste, Andrés.
—¿Qué, matamos a un gato, papá? —pregunta Nezareth.
Y se ríe. Se ríe mucho. Casi como un niño. Le parece gracioso que su papá, que no mata ni una mosca, haya matado a un gato.
Su madre, pasado el susto, recuerda que la primera vez que Nezareth predicó, allá en Paiján, justo acababa de morir Lazi, una perra que ellos criaban. La perra se había escapado. En alguna parte del pueblo comió veneno y entonces Nezareth, que quería tanto a la Lazi y tenía solo 3 años, dijo en su primera prédica: “Arrepiéntanse de sus pecados, porque si no van a morir como la perrita”. Todos se ríen en la camioneta. Nezareth dice que le leían la Biblia y él preparaba sus mensajes en serio, “hablándole a la gente de la problemática de la vida y de la sociedad”. Otra vez se pone serio. Experto desde niño en hilar lo sagrado con lo pagano, a través de un perro que se escapó de su casa podía explicar las consecuencias del pecado. Memorizaba párrafos bíblicos, pero exponía, a través de ellos, un tema de actualidad. La prensa, llena siempre de malas noticias, era perfecta para detectar moralejas. Hasta ahora lo hace. El secreto de su prédica es un fenómeno tan interno que él solo lo entiende así: “La explicación te viene a la mente y uno comienza a hablar”. Otros niños quisieron seguir su camino, y de pronto se escuchó de tantos niños predicadores en Trujillo, incluyendo a su propio primo, Israel Nathan —“Nezareth solo es predicador, yo soy profeta”— que el fenómeno, en vez de parecer cosa de Dios, tenía una obvia orientación comercial: si Nezareth Casti Rey tiene éxito, ¿qué tiene él que no tenga mi hijo? Pero mientras el primogénito de los Castillo Valderrama interpretaba la vida con ayuda de la Biblia, el resto de niños solo recitaba de memoria un versículo sin entender lo que decía. De todos los predicadores pequeños solo sobrevivió Nezareth.
La camioneta blanca se estaciona y Marisela dice: “Bienvenido a mi Paiján, donde todo empezó”.
La iglesia Dios es Amor está al final de una calle empinada. Unas 40 personas han llegado esta noche para verlo, incluyendo a un mendigo jorobado y sucio que parece impaciente por saludarlo. En la entrada de la iglesia, dos chicas de 15 se miran entre ellas luego de descubrir que el niño no es tan niño como ellas creían. Les parece atractivo. La última vez que lo vieron, dice una de ellas, “Nezareth era un enano”. Él baja de la camioneta y saluda a todos. El mendigo rompe el protocolo improvisado, lo abraza y le dice algo al oído. Él le responde que sí con la cabeza.
—Todos quieren tocar a mi Nezareth —dice su padre.
Hace unas horas se avisó por la radio del pueblo que él vendría. El pastor de Paiján, Enrique Linares, cree que si le hubiesen dado unos días, la iglesia se hubiese llenado “porque todos quieren escuchar la palabra de Dios a través de él”. O tal vez ya no le parezca curioso a mucha gente oír a un joven predicador. Hay más canciones y todos gritan gloria a Dios. Luego toma la palabra la esposa del pastor, y dice: “Papito lindo, padre santo, bendice y usa a tu siervo Nezareth”. Gloria a Dios. Nezareth Casti Rey escucha todo de pie, recitando en voz baja y con la mano derecha elevada a media altura. Se mueve en círculos sobre su propio sitio, hasta que le toca hablar.
—Sabemos que Dios es un Dios de promesas —dice el niño predicador, con una seriedad que hace juego con su corbata—. Todo lo que Dios habla lo cumple, nos hace esperar un poquito, pero en el tiempo del Señor, él lo lleva a cabalidad.
—¡Gloria a Dios! —grita la gente.
—Fue aquí donde todo comenzó, Dios así lo planificó, estuvo dentro del corazón de Dios, dentro del plan del Señor y sé que si esto es de Dios, nadie lo puede destruir.
—¡Gloria a Dios!
El pastor Neri Basilio, también en las sillas de invitados de honor, pide a los enfermos, a los que tengan algún dolor, alguna molestia, que pasen adelante, al lado del teclado electrónico que no ha dejado de sonar. “Ponga su mano donde le duele”, continúa el pastor Basilio y la gente, arrodillada, le obedece. Nezareth Casti Rey está de pie frente a ellos. Levanta ambas manos, cierra los ojos, se concentra. Su repentina seriedad contrasta con ese niño poseído de YouTube: Nezareth Casti Rey está cambiando. Antes ha dicho, camino a Paiján, que en Chile, gracias a su poder de sanación, hizo oír a una niña sorda, que ha hecho levantarse a paralíticos y que ha sanado a personas con cáncer. “No es falsedad —dijo—, no es algo que hayamos inventado”.
—Te pedimos que pongas la mano celestial en aquella herida, en aquella enfermedad, Señor —dice ahora.
—Hay gente arrodillada y un hombre llorando en una esquina. Hay, sobre todo, gente que necesita creer y ser sanada. Salvo por el teclado, hay momentos de mucho silencio. El pastor Neri Basilio les pide a las personas que se revisen allí donde les dolía.
—Me dolían las plantas de mis pies y ya no me duelen —dice una mujer de unos 40 años.
—Me dolía la cabeza y el corazón y ya no me duelen —dice otra.
—¡Gloria a Dios!
—Me dolían mis piernas y ya no.
Nezareth Casti Rey regresará a su lugar y seguirá hablando en voz baja, o quizá solo moviendo los labios hasta el final de la ceremonia. Luego saldrá de la iglesia rodeado de gente que quiere tocarlo y subirá a la camioneta blanca haciendo adiós con la mano. Un mendigo se despedirá de él pegando su rostro a la luna de la camioneta, que se irá alejando de Paiján, donde todo empezó. Nezareth Casti Rey, que ha crecido demasiado, dejará de ser por fin y para siempre el niño predicador. Se relajará en su asiento, pondrá la Biblia a un lado y entonces se reirá solo, como si acabara de recordar un buen chiste.
—¿Papá?
—Dime, Nezareth.
—Matamos al gato, ¿no?