Esta es la increíble historia de Jaime Alejandro Solano, un joven que recorrió el mundo con las millas que les robaba a personajes de la farándula nacional.
El vuelo AV9775 de Avianca tocó tierra en el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, a las 7:50 de la noche del 25 de junio de 2015. Mientras carreteaba hacia su lugar de parqueo, el intendente Luis Ernesto Guate Jaimes, de la Dirección de Investigación Criminal de la Policía, se ubicó estratégicamente en el túnel por donde en minutos comenzarían a salir los pasajeros. (4 datos curiosos del avión de pasajeros más grande del mundo)
Apenas unas horas atrás, la Fiscalía había emitido una orden de captura contra Jaime Alejandro Solano Moreno, un joven huilense de 24 años, piel blanca y 1,70 de estatura que completaba más de tres años viajando por el mundo entero, gratis y a cuerpo de rey, con las millas que les había robado a 292 usuarios de Lifemiles de Avianca. Entre ellos había figuras públicas como Natalia París, Silvestre Dangond, Amparo Grisales y Margarita Rosa de Francisco.
Con la orden en sus manos, Guate y su equipo salieron a buscarlo al lugar donde vivía en Chapinero, cerca de la iglesia de Lourdes. Pero el mensaje de un contacto suyo en Avianca le saltó en el celular y cambió los planes: “La persona en cuestión viene en el siguiente vuelo Santa Marta-Bogotá. Diríjase al Puente Aéreo que allá lo está esperando el mánager de seguridad”.
Los policías llegaron al aeropuerto casi al mismo tiempo en que el avión tocó tierra. Mientras corrían hasta el muelle, el hombre de seguridad les explicó que Solano viajaba en primera clase con tres acompañantes —su compañero sentimental y dos mujeres—, y que estaban ubicados en la segunda fila. Cuando vieron aparecer a los primeros pasajeros, los abordaron para pedirles las cédulas. Era puro trámite: ya todos sabían que los siguientes serían Solano y sus amigos, que venían de pasar un fin de semana de playa invitados, con todos los gastos pagos, por Jaime Alejandro.
Solano cruzó la puerta, y el intendente Guate —bajito, macizo, con el pelo poblado de canas— lo abordó para pedirle su identificación:
—Usted tiene una orden de captura por los delitos de concurso homogéneo, heterogéneo y sucesivo con acceso abusivo y hurto por medio informático —le dijo cuando comprobó que, en efecto, era él.
Y Jaime Alejandro, como si hubiera estado esperando el momento, ni siquiera se inmutó al responder:
—Ah, sí. Eso es por lo de las millas.
***
La policía comenzó a seguir a Jaime Alejandro Solano el 18 de febrero de 2015, cuando Avianca decidió denunciar el caso. Para entonces, el joven huilense ya había robado más de cuatro millones de millas (con lo que habría podido hacer el trayecto Bogotá-Madrid unas 160 veces o, incluso, darle la vuelta al mundo), y viajado a India, México, África y Estados Unidos. “Una vez fue a Buenos Aires solo para asistir a un partido del Boca Juniors”, cuenta el intendente Guate, encargado del caso desde el principio.
El coronel Fredy Bautista, responsable del Centro de Delitos Informáticos de la Dijín, es un hombre de edad mediana y pelo cortado a ras. La mañana que me recibe en su oficina, ubicada en el occidente de Bogotá, lleva un traje oscuro, camisa blanca y una corbata negra. Nada de uniforme. Con la punta de los dedos pica una almojábana que se lleva a la boca con elegancia. (Los militares que lanzan desde un avión camionetas Hummer)
“Hay dos técnicas informáticas mediante las cuales obtenía las millas robadas: el phishing y la ingeniería social —explica el coronel—. Y estamos investigando también la posible fuga de datos. O mejor dicho: el tráfico y comercio de datos en el mercado negro”.
El phishing es un delito informático que consiste en enviar correos electrónicos fraudulentos a nombre de una empresa —casi siempre clonando la estética del portal web—, con el fin de obtener los datos claves del cliente: número de cédula y tarjeta de crédito, por ejemplo. La ingeniería social consiste en hacerse pasar por un funcionario de la compañía para llevar a la víctima al mismo fin: revelar sus datos.
Así actuaba Solano; de esa manera logró embaucar a decenas de personas. Uno de los casos que Avianca le suministró a la policía es el de la actriz Karen Martínez, esposa del cantante Juanes, a quien Jaime Alejandro le sustrajo millas para ir al Carnaval de Río de Janeiro, en 2014.
El truco no resultó sencillo. Primero, Solano llamó al call center de Avianca haciéndose pasar por una funcionaria de esa misma compañía —decía llamarse Paola Díaz, un nombre que usó de manera reiterada para embaucar a sus víctimas—. Luego, fingiendo la voz, aseguró que tenía en la línea a la señora Karen Martínez, quien necesitaba solucionar un problema urgente. Y es aquí cuando Solano perfeccionó su actuación: cambiando de nuevo el tono de voz, se hizo pasar por la actriz y le pidió a la señorita del call center que redimiera sus millas a nombre de Jaime Alejandro Solano y dos de sus acompañantes. Ellos, al final, acabaron gozándose el Carnaval de Río.
“Eso es posible —aclara el general Bautista mientras pincha, otra vez, un trozo de almojábana—: un cliente puede redimir sus millas a nombre de otra persona. Mejor dicho, usted puede decir a nombre de quién sale el tiquete”.
Lo curioso es que casi ninguno de los personajes estafados por Solano se enteró del tema, pues Avianca se encargó de reponer las millas robadas. En el proceso está consignado que la compañía asumió el monto de la pérdida, calculado en 216.097 dólares (más de 710 millones de pesos).
Cuando le conté a la periodista Claudia Gurisatti, soltó una carcajada y aseguró que no tenía idea del tema. “No he sido afectado por eso, hasta ahora me entero”, exclamó sorprendido el cantante Silvestre Dangond. Y Karen Martínez prefirió guardar silencio y no pronunciarse al respecto. Todos, sin embargo, fueron robados por Solano una y otra vez, al igual que figuras como Piedad Córdoba, Jorge Celedón y las presentadoras Sara Uribe y Melissa Giraldo. Al consultar con Avianca sobre el robo, la compañía no quiso emitir ninguna declaración pública; simplemente se limitó a dejar claro que la página de Lifemiles no fue hackeada en ningún momento.
***
Seguirle la pista a Jaime Alejandro no resultó fácil. A mediados de 2015 apareció una noticia escueta en los periódicos sobre el caso y comencé a buscar en dónde lo habían recluido. Estaba tratando de averiguar su paradero cuando, haciendo gala de su habilidad, fue él quien me encontró a mí: una tarde de tantas sonó el teléfono de SoHo; al contestar, mezclada con un barullo de voces al fondo, escuché su voz aflautada y suave:
—Soy Jaime Alejandro —me dijo, como si fuera la llamada más normal del mundo.
Entendí que me estaba llamando desde la cárcel y, como pude, le expliqué que quería contar su historia. Le pedí que me narrara cómo había logrado viajar tanto sin ser descubierto y luego le dije que queríamos tomarle unas fotos. (Katharina Lang, la azafata más linda de Colombia)
—¿Fotos? —respondió—. No voy a dejarme tomar unas fotos con este uniforme: me vería horrible.
Antes de colgar, me pidió que le enviara las preguntas a un correo, y eso hice: saqué una lista de 20, más o menos, y las mandé con la esperanza de que me aprobara una visita a la cárcel. Al día siguiente volvió a timbrar el teléfono:
—Vi las preguntas —me dijo, mientras yo esperaba en vilo—. Sinceramente, parecen de niño de colegio.
Y no volvió a aparecer.
***
Paralelo a sus viajes, Solano decidió usar las millas robadas para vender tiquetes y paquetes turísticos a terceros, por un precio inferior al que ofrecería cualquier agencia de viajes. Para obtener los tiquetes, solía usar otros dos métodos.
El primero era así: se hacía pasar por Paola Díaz —la funcionaria de Avianca que existía en su cabeza— y llamaba a un cliente con un viaje próximo. Luego de confirmarle número de vuelo, destino y horario, le explicaba que la tarjeta había tenido un problema y el pago no se había podido realizar. El afectado, al ver que la supuesta funcionaria le daba sus datos exactos, le entregaba la información sobre la tarjeta de crédito que Solano le pedía.
Pero este punto —explica el coronel Bautista— presenta inconsistencias: ¿cómo sabía Solano que un cliente cualquiera iba a tener un vuelo, y cómo conocía, además, la fecha, la hora y el número? “Esta es la información que, presumimos, le tuvieron que haber facilitado desde adentro de la compañía —dice el coronel—. No quiere decir que Avianca estuviera enterada, porque a uno le pueden instalar un programa y hackearlo de manera silenciosa. Lo que no cuadra de la historia es que ya con todos los datos se podría haber dedicado no solo a comprar un tiquete sino a desocupar la tarjeta”.
Solano no lo hizo, pero sí clonó varias tarjetas de crédito. Es lo que asegura la fiscal Sandra Yaneth López, encargada del caso en primera instancia. Estamos en su oficina, en los juzgados de Paloquemao, en Bogotá. Desde su despacho —un cubículo austero, de paredes blancas, lleno de expedientes—, López me cuenta que Solano pagó su estadía en Santa Marta con una tarjeta robada, con tan mala suerte que en el hotel se dieron cuenta. “Eso generó una alerta —dice la fiscal, una mujer joven que lleva el pelo suelto y sonríe con frecuencia—. Pero entonces simplemente lo identificaron y le dieron libertad, porque ese tipo de conductas no son judicializadas”. Sin embargo, cuando fueron a revisar la habitación en que se hospedaba, encontraron una pista clave: una libreta con los datos de varias tarjetas de crédito clonadas. “Con las tarjetas no compraba tiquetes, sino que pagaba los impuestos y las estadías de los hoteles en donde se quedaba”, explica. (Consejos para conseguir un ascenso a primera clase)
El segundo método de Solano implica también un poco de “ayuda” interna. “Avianca se dio cuenta de que había redención de millas de clientes que no las contabilizaban —revela el intendente Guate Jaimes—. Por ejemplo: usted es un viajero frecuente que se desplaza cinco o seis veces a la semana pero nunca redime las millas en Lifemiles. ¿Qué hizo él? Empezó a crear cuentas a nombre de esas personas para redimir las millas a nombre suyo. ¿Cómo sabía de esas personas? Ahí también entra la hipótesis del tráfico de información: se la pasaba única y exclusivamente alguien que la conocía”.
El Diario del Huila contó la historia de Mario Zabaleta, un médico de Saludcoop (la entidad donde trabaja la madre de Solano como secretaria), que alcanzó a comprarle vuelos al Ladrón de Millas para Bogotá y Santiago de Chile a precios irrisorios: 100.000 pesos ida y regreso a la capital, por ejemplo. Cuando Avianca se dio cuenta del caso, descubrió los perfiles de Solano en Facebook y se dio cuenta de que había creado una especie de agencia virtual en la que promocionaba sus tiquetes entre los trabajadores de Saludcoop y algunos amigos. Avianca no tardó mucho en cancelar los vuelos y los estafados, furiosos, trasladaron sus reclamos a la madre de Solano.
Solo al denunciar aparecieron más pistas para atraparlo. Una de ellas fue una llamada que Solano le hizo a Ana Libia Lagos, viajera frecuente, para intentar hacerla caer en el truco de la tarjeta. Cuando le dijo que había un problema con el pago y le pidió que le pasara de nuevo los datos de su tarjeta de crédito, a ella le sonó raro y se comunicó con Avianca. La compañía le confirmó que no había ninguna inconsistencia. Finalmente, un funcionario del call center de la aerolínea encontró otro indicio importante: que Paola Díaz y Solano habían llamado siempre desde el mismo número.
Era, pues, lo que hacía falta para emitir la orden de captura. Y eso hizo la Fiscalía. (7 cosas que las aerolíneas pueden hacer con sus pasajeros (y que probablemente no sabía))
En la audiencia de imputación de cargos, realizada el 8 de julio de 2015, a Solano se le acusó de “transferencia no consentida de activos agravada en concurso homogéneo sucesivo”, lo que contempla una pena entre 6 y 35 años de prisión. “Él tenía pleno conocimiento de lo que estaba haciendo —cuenta la fiscal López, quien recibió una condecoración del Centro de Cibercrimen de la Europol por el caso—. Por bien que le vaya, estamos hablando de unos seis años en la cárcel”.
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Vi por primera vez a Solano el 9 de diciembre de 2015, en los juzgados de Paloquemao, donde se realizó la audiencia condenatoria. Poco antes de las 3:00 de la tarde, comenzaron a reunirse en las afueras de la sala sus familiares más cercanos, acompañados de Fernando Barros, su abogado, un joven moreno de pelo corto, saco gris y corbata. Diez minutos después, cuando ya todos estábamos esperando, llegó el Ladrón de Millas: iba esposado, vestido con un uniforme anaranjado de preso y escoltado por un guardia musculoso del Inpec.
De entrada, me sorprendió su calma. Ni un solo instante durante la hora y media que duró la audiencia se mostró nervioso; por el contrario, en varias ocasiones volteó a mirar a sus familiares e incluso pareció reírse mientras el fiscal enumeraba, una a una, las millas que había robado: “Natalia París: 106.500; Melissa Giraldo: 11.482; Carolina Cruz: 36.454…”.
La audiencia transcurrió sin sobresaltos: como Solano ya había aceptado los cargos, el abogado se dedicó a hablar de las cualidades de su defendido: contó que desde 2012 vivía con su abuelo Carlos Eduardo Moreno Gil, quien estaba enfermo de cáncer, en el barrio San Cristóbal; que era muy querido por familiares, vecinos y amigos en Neiva; que días atrás escribió dos cartas —una al alcalde Gustavo Petro y otra al presidente de Avianca— pidiendo perdón por lo que hizo; que actualmente está acudiendo a terapia psicológica y a una iglesia pentecostal en la Cárcel Distrital; que a principios del año pasado se fue a vivir con su pareja sentimental a Chapinero, y que no tiene ni una sola tarjeta de crédito, pues el saldo de su cuenta de ahorros en Bancolombia es de 0,22 pesos.
Al final, el guardia volvió a ponerle las esposas y Solano salió a enfrentarse con un ejército de periodistas que esquivó con destreza mientras se tapaba la cara con un papel. Una mujer de piel blanca y la misma nariz aguileña de Jaime Alejandro se despidió de él llorando, pero prefirió ignorarme cuando le pregunté si era su madre. Al rato, cuando me acerqué de nuevo, se identificó como una vecina que dijo quererlo “como a un hijo”.
—Él no es así como lo pintan —me dijo, con el tono condescendiente que solo tienen las madres—. Es un niño. No es una mala persona.
—Siempre ha sido un muchacho de familia —contó otro familiar que estaba cerca—.
Los papás querían que se viniera acá a Bogotá a estudiar y eso hizo. Y ahora se presentan todas estas circunstancias...
Duré más de dos meses tratando de que Solano me recibiera en la cárcel, enviándole mensajes a través de su abogado. Estuve mucho tiempo sin tener noticias suyas, pero unas semanas después de la audiencia volvió a sonar mi teléfono. (El primer aviador en volar de América a Europa y su triste final)
—Soy Jaime Alejandro —me aclaró, aunque no había necesidad porque lo reconocí de inmediato—. Quiero decirte que no voy a autorizar la publicación de una historia mía en ninguna parte. Y, si lo hacen, prepárense para una demanda.
Le contesté que podía hacerlo y colgamos. Cinco minutos después, recibí una nueva llamada, otra vez desde cárcel, de alguien que se identificó como funcionario de la Defensoría del Pueblo y que me advirtió que procedería a tomar acciones legales. Entonces me vinieron a la mente las llamadas al call center de Avianca, el cambio de voces, las millas robadas, y no supe quién estaba de verdad al otro lado del teléfono.
Entendí que iba a resultar imposible que Jaime Alejandro contara su historia, y que, al igual que quienes lo habían seguido durante los últimos meses, yo había acabado en las mismas: persiguiéndolo, tratando de capturarlo para entender por qué hizo lo que hizo. Solo que esta vez Solano ya no estaba montado en un avión.