El escolta de Piedad Córdoba
A Carlos le encantan los jugos, sobre todo de sabores ácidos. Esta vez pide de naranja. Está en una panadería cerca del apartamento de la senadora en el centro de Bogotá: 7 a.m., y ella terminó su día tarde (Piedad es parrandera). Minutos después, con tres de sus siete subalternos, va por la quinta a 80 km/h. Por la vertiginosa avenida, se pasan dos semáforos en rojo. En segundos ya están en pleno centro, caótico y aglomerado: esquivan buses, pitan de manera incesante, hacen cruces prohibidos, sacan los brazos por las ventanas, todo, sin descuidar las armas que llevan a la mano. Llegan a la séptima y alcanzan 120 km/h. Zarandeado por el movimiento, mientras maldice por no haberse terminado su jugo de naranja, Carlos empieza su rutina, que bien podría definirse como una montaña rusa. Con su Avantel, una pistola, su placa del DAS y cuatro celulares sobre la mesa, Carlos esperaba con sus camaradas en la panadería donde, según él, todo es bueno. Consciente, sin embargo, de que ella saldría en cualquier momento; consciente, también, de que cuando lo llamara su colega que estaba de turno en el lobby del edificio para decirle que el ascensor era pedido desde el piso 13 tendría que saltar, incluso sin pagar la cuenta, para reunirse con la caravana de dos Chevrolets y una Toyota blindada. Suponían todos que la senadora dormiría hasta tarde, pero no: salió recién bañada y con maleta (Piedad es impredecible). *** Hace cinco años, Carlos Moreno —cuyo verdadero nombre no es ese— es el jefe de escoltas de la congresista más desaprobada de Colombia. Odiada, aborrecida, frágil. En los últimos seis meses, según la más reciente encuesta de Inver-Gallup, su imagen positiva cayó del 42 al 20% y la negativa pasó del 32 al 68%. De todos los políticos presentes en la última indagación, mayo de 2008, ella es la más despreciada. Se atribuye esto a sus declaraciones exageradas, su relación con Chávez y con las Farc, sus diferencias con el Presidente, su polémico papel en la liberación de secuestrados. Lo que sea, a la senadora liberal cada día la maldicen más colombianos (Piedad polariza). Cada vez frecuenta menos los restaurantes y el cine (Piedad goza), pero adjetivos como negra, guerrillera, lesbiana y apátrida siguen siendo comunes en su día a día. El pasado 23 de enero fue agredida en un vuelo hacia Caracas. Desde la inmigración del aeropuerto hasta el avión, los insultos no cesaban. Tanto, que el capitán anunció que, si no terminaban los agravios, tendría que devolver el vuelo a Bogotá. Esta es solo una anécdota en un libro inmenso de humillaciones que ha vivido la senadora en los últimos meses. A las que, por cierto, el Ministro del Interior se refirió diciendo que “si ella está en riego, es por ella misma”. Él tiene un esquema de seguridad compuesto por 15 escoltas, a quienes les pagan 50% más —por ser un ministro— del salario base para todos los detectives del DAS. Al senador uribista Germán Vargas Lleras, a quien las Farc le hicieron dos atentados, lo cuidan cerca de 20 guardaespaldas, cuyo salario aumenta 30% de la base —por ser un senador—. A los del presidente Uribe, por su parte, les pagan 70% más. El salario para los detectives que custodian a los políticos del país, en resumen, no depende del nivel de riesgo que implique el personaje, sino de su cargo político. Así, a Carlos le pagan un 1.600.000 del que dice estar satisfecho. A las agresiones e insultos hay que sumarles los 469 grupos en Facebook en contra de la senadora. Por citar algunos, se destacan “Odiamos a Piedad Córdoba por antipatriota y vender el país”, “Quememos a la senadora Piedad Córdoba”, “Bomba dirigible a Piedad Córdoba”, “Apoyamos a la gente que insultó a Piedad en el avión” y “Quitémosle el turbante, pero con cabeza incluida”. “Un millón de colombianos de bien exigimos la renuncia de Piedad Córdoba” tiene 63.794 miembros y “A que hay 100.000 personas que odiamos a Piedad Córdoba” tiene 22.488 miembros. Por correo, por fax, por teléfono, Carlos calcula que son al menos diez las amenazas que recibe al día. A Santiago, uno de los asesores políticos de la senadora, le dejó de hablar uno de sus mejores amigos desde que se enteró de su oficio. El nivel de riesgo que implica la congresista es evidente y su historia lo corrobora. En 1999 fue secuestrada durante varias semanas por Carlos Castaño y su organización paramilitar. Estaba en Medellín y había mandado a dos de sus escoltas a hacer un par de vueltas, ella solo se quedó con uno y se fue para el gimnasio; en el recorrido la embistieron 15 hombres armados y se la llevaron. Al ser liberada, la amenazaron tanto que tuvo que exiliarse con su familia en Canadá. Volvió, y le hicieron otro atentado en Medellín. Desde entonces, tres de sus cuatro hijos viven en el exterior. ¿Le pasará algo? ¿Le harán un atentado? En este país convulsionado, su muerte no es de descartar (Piedad es controvertida). Según la columnista de El Tiempo María Jimena Duzán sería “una tragedia que necesariamente tocaría al gobierno: a quienes han atacado a la senadora opositora en contadas ocasiones —José Obdulio Gaviria y el Ministro del Interior—; como consecuencia, se esperaría que perdieran sus cargos”. Sería un funeral del carácter funesto del de Jaime Garzón, el humorista asesinado en 1999 por los paramilitares. “Así como a él, la convertirían en un mártir que despertaría las voces silenciosas de la oposición”. Según Rafael Nieto, columnista de la revista Semana, “Colombia tiene una coraza que le hace olvidar a sus víctimas, como ha pasado con todos los políticos asesinados en los últimos 20 años”. Además, dice que no faltaría el radical que aplauda el asesinato de la senadora. Las críticas al gobierno por la falta de garantías, sobre todo si se trata de ella, también se harían presentes. Carlos, por su parte, tendría que ir al trabajo al otro día: presentarse en el DAS para que le asignen otro político por quien dar su vida. Para que dicha catástrofe no se dé, él se levanta todos los días a las 5 a.m. en su casa, en el occidente de Bogotá. En la sede del DAS en Paloquemao se encuentra con sus siete compañeros donde recogen las dos herramientas que su trabajo les exige: una miniuzi, por cada dos, y tres camionetas, incluida la blindada, para todos. Además, cada uno porta siempre su pistola. A pesar del riesgo, mientras ha trabajado con la senadora nunca ha sentido la muerte cerca. Pero la tensión siempre está presente, como en una manifestación pública, donde la gente está tan cerca de su protegida, que la posibilidad de una sorpresa resulta una amenaza. En el entierro del ex presidente López Michelsen, por ejemplo, el ‘Indio‘, otro miembro del grupo de escoltas, tuvo que pegarle un codazo a una persona que se acercó de manera imprudente a la senadora. *** Como todos los días, ella va para Marco Antonio, la peluquería donde le ponen base, pintalabios y le maquillan los ojos. El turbante, en cambio, se lo monta desde su casa (Piedad es vanidosa). Sale en su camioneta de siempre, la blindada. Ni Carlos ni ninguno sabe para dónde se dirige; solo Pablo, el conductor de la Toyota, que no es escolta profesional, sabe cuál es el destino. El recorrido que toman, ahora, no los lleva hacia el aeropuerto, que es la suposición de todos al ver la maleta. No obstante la incertidumbre, ellos van tranquilos: están acostumbrados. Carlos ve un par de afrodescendientes que esperaban en la puerta de la Alcaldía de Suba y dice: “Es una reunión de afrocolombianos, bajémonos”. Es, como bien supuso el jefe, una reunión de la comunidad afro de Suba con el Alcalde de Bogotá a la que la senadora llega de sorpresa. Cuando se baja, después de esperar un rato dentro de la camioneta, una costumbre suya, la gente la reconoce: la mayoría la aplaude (Piedad es popular) e ingresa con autoridad al evento. Son unas 200 personas que la ovacionan al entrar y ella se sienta en la mesa de la tarima. Carlos, atento, se para a su lado. Cada uno de los guardaespaldas se sitúa en un lugar estratégico del recinto y el jefe prueba el agua aromática que le llevan a la senadora. Hay discursos y aplausos para el Alcalde y para ella. Ambos, al terminar la reunión, salen por la puerta de atrás. Ella y su escolta se suben a sus respectivas camionetas y la caravana toma un nuevo rumbo. Entre códigos y claves emitidos por celular, Carlos se entera del número del vuelo, su destino y la hora de partida. En un abrir y cerrar de ojos —tras una embalada carrera por la avenida Boyacá— la senadora ya va para Caracas. El hombre que cuida de su vida, como acostumbra, la ha acompañado hasta la silla del avión. *** Carlos se hace querer por sus allegados, tiene 38 años y le dedica mucho tiempo a su casa. Es de una familia humilde de filiación liberal; su padre trabajaba en la Contraloría y su madre tenía una tienda de barrio. Ambos eran boyacenses y de ellos heredó una casa en Facatativá, a donde va ocasionalmente a leer revistas, tomar cerveza y reunirse con sus amigos. Está casado hace diez años y tiene un hijo de ocho. Es una persona divertida y su relación con el equipo lo demuestra: todos tienen apodos y él es un referente claro de alegría. Físicamente, se trata de un personaje común y corriente: ni alto ni bajito, ni buenmozo ni feo, ni grande ni pequeño. Su nariz, eso sí, y su calvicie llaman la atención. De vez en cuando se viste de colores llamativos, usa un anillo de oro, dos pulseras y un collar. Además, hace ya más de diez años que se pone todos los días la misma colonia: Hermès. Del colegio pasó a una escuela técnica de fresadora y de torno. Ejerció en Estufas Haceb, donde tenía que hacer tornillos y le pagaban el salario mínimo. Pasó a una empresa que distribuía muebles, cosa que le gustó, pues la calle es su lugar de trabajo favorito. La sede era en el primer piso de un edificio residencial. Él es muy curioso y por eso se interesó en la historia de un hombre elegante que dejaban ahí todos los días. Se hizo amigo del conductor, se enteró de que el señor era un alto funcionario del DAS y así, pronto, terminó en las filas de la Institución. Escaló rápido, regalándose a cuanta tarea le pusieran, y empezó su carrera de detective. Su idea es pensionarse en cuatro años. Es detective profesional de grado 11 en una pirámide de 16 escalones. Antes estuvo en las seccionales de Antioquia y Cundinamarca, y esos fueron sus años más agitados, no solo porque su oficio era de detective judicial, sino porque la época de Pablo Escobar era mucho más tensa. Nunca le ha pasado nada, pero al ‘Indio‘, por ejemplo, lo hirieron en esos años. Con la senadora nunca han tenido un susto. Esporádicamente, cuando ella viaja, les toca cuidar a diferentes personalidades que les asignan en el DAS. Tienen un día libre por semana y un fin de semana al mes. A Carlos le gusta su trabajo. Como todo oficio, puede ser monótono, pero lo que le gusta es, precisamente, que los niveles de riesgo y exaltación rompen con esa cotidianidad. Nunca ha matado a alguien, pero sí vio cómo dos de sus compañeros murieron en un tiroteo donde él también estuvo: la captura del paramilitar Ramón Isaza, en La Dorada. Si bien su oficio implica un alto margen de peligro (Piedad genera riesgo), Carlos se levanta contento todos los días. Su esposa se preocupa, su madre también, pero son pocos en realidad los que saben que cuida a la política más reprochada de Colombia. *** Durante la hora de almuerzo las sensaciones de vértigo descienden. La senadora se dirige a su casa y los escoltas van a los corrientazos aledaños. Dependiendo de la hora en que los citen, ellos escogen el restaurante: si hay tiempo, se van a Los Moscos, en Paloquemao; si no, les gusta El Parque, cerca de la Plaza de Toros. Esta vez, es al segundo. En el lobby del edificio —donde día y noche hay dos policías— o dentro de las camionetas, se relajan hasta que salga ella y vuelvan los tiempos de adrenalina, que son, digamos, la mitad de su jornada laboral, ya que la otra mitad es, en general, tiempos de espera. La incertidumbre, eso sí, perdura todo el día. Ella siempre sale retrasada. Por eso, la ida al Congreso por la Circunvalar —una rutina que ya es clara— se caracteriza por el movimiento y el chillido de las llantas. Para rematar, puede que escoja ir caminando o en taxi, decisión que implica una maniobra extraordinaria por parte del esquema de seguridad (Piedad improvisa). Siempre con Carlos encima, siempre saludando a cuanto fanático la aplaude, la congresista entra a su oficina. Saluda a Elvirita, su secretaria, una mujer tierna que reza por el bienestar de su jefa. Al terminar las plenarias, ella da algunas entrevistas, se reúne cortamente con sus asesores y sale. Por las escaleras alguien la saluda y grita: “Piedad, gracias por todo, que Dios la bendiga”. Minutos después —tras el alboroto de siempre— ella está en su casa, arreglándose para lo que sea que tenga por la noche. ? *** Carlos no tiene opinión personal sobre la senadora: la admira, claro, y la quiere, pero no vas más allá. En lo político mucho menos: puede votar, pero el hecho de que su oficio signifique dar la vida por ella lo hace una persona prácticamente apolítica. No sabe si ella mantiene contactos con las Farc, si tiene novio o si quiere ser presidente. Tampoco pretende saberlo y su discreción es impecable, ya que no solo es muy prudente con sus palabras —mientras mueve sus manos para hacerse explicar—, sino que también es muy sagaz: toda pregunta comprometedora la evade con bromas y afirmaciones tangenciales. El momento de mayor intimidad en la agenda de Carlos y “la doctora” es en el ascensor del edificio: ahí se comentan las vestimentas, los perfumes (Piedad usa Cartier) y el día. Nunca hay preguntas personales, comentarios políticos u opiniones coyunturales. Su relación está entre lo burlón y lo estrictamente laboral. Ella lo quiere, según él, pues le ha perdonado un par de llegadas tarde por las que cualquier otro político hubiera pedido su relevo. A veces lo regaña (Piedad es grosera), pero no sería, dice, cosa de preocuparse. Se conocieron cuando Carlos custodiaba al ex candidato presidencial Horacio Serpa. La senadora le dice ‘Payaso‘ (Piedad es graciosa) y él le dice la ‘Negra‘. Con ella, a diferencia de lo que sugiere la metodología que Carlos aprendió en la escuela del DAS, no se maneja agenda: ya sea por seguridad, gusto personal o por simple improvisación, la blindada siempre va de primera. La ‘Negra‘ es, sin duda alguna, su propia jefa de seguridad. Ella viaja mucho y alguna vez se creó el debate mediático sobre los motivos de sus viajes y la manera como los financia. Como sea, al menos una vez cada 15 días, ella pasa por Medellín, Cali y Caracas. Además, de vez en cuando va a Estados Unidos y a Europa. Sin saber por qué lo hace tanto, Carlos pretende estar siempre informado de dónde está y cuándo va a llegar. Sin embargo, contrario a como quisiera, nunca la acompaña. No entiende por qué no puede ir y tampoco busca respuestas, aunque se puede intuir que es por plata. Igual, él se concentra exclusivamente en cuadrar el esquema de seguridad que recibirá a su protegida en las demás ciudades del país. Por fuera, en cambio, se desentiende del tema. Según él, porque ella es mucho más querida en el exterior —y, por ende, menos vulnerable—. Así, salvo cuando va a su casa en Faca, Carlos nunca sale de Bogotá. *** 7:00 p.m. y la senadora sale de su apartamento vestida de rojo y negro. A pesar de la velocidad estrepitosa, la rutina parece clara: van para Marco Antonio y después para Corferias. Carlos va tranquilo, pero con los ojos abiertos: siempre se sienta en el puesto de adelante, lo hace de lado para tener una perspectiva amplia, y lleva su 9 milímetros en la mano; las miniuzis, que a veces sacan dependiendo del lugar, van debajo de los asientos. A las 8:00 la senadora tiene que presentar una biografía del ex guerrillero Simón Trinidad en la Feria del Libro. Carlos, con los ojos rojos y cara de cansancio, consciente de que la noche puede extenderse, estudia el lugar. Entran a un teatro repleto y ella es aclamada. Entre los invitados están Luis Eladio Pérez, senador recién liberado por las Farc, Yolanda Pulecio, madre de Íngrid Betancourt, y Natalia, la hija de la senadora. A las 9:30 sale la caravana después de declaraciones y abrazos (Piedad sonríe). Llegan al apartamento y, después de un rato de vacilación en la portería, les anuncian que pueden irse a dormir, para lo cual falta mucho tiempo: vuelven a Paloquemao y tienen que hacer todos los trámites para dejar las armas y las camionetas. En eso se demoran 30 minutos. El jefe tiene una Toyota que está impecable y podría ser su objeto favorito. Está parqueada cerca del DAS y en ella se va para su casa, a donde regresa a las 11:00 p.m. Agotado, con sus ojeras marcadas, es consciente de que mañana el día será una montaña rusa; consciente, también, de que mañana su vida estará en riesgo. A Carlos le encantan los jugos, sobre todo de sabores ácidos. Esta vez se toma uno de lulo, que le dejó hecho su esposa en la cocina. (Piedad duerme).