"Mirarnos el ombligo en un mundo cada vez más globalizado nos lleva a pensar que nuestro caso es único, que lo que pasa en Colombia solo se puede concebir en nuestro microcosmos y que las cosas en el vecindario siempre están mejor (o peor), lo que no puede estar más lejos de la realidad".
Pararse de la cama, tomar un café y abrir la primera página del periódico. Ver cómo la clase dirigente se aterroriza por la posibilidad de la llegada del populismo al poder; pasar la página, leer sobre las reivindicaciones de los campesinos productores de cultivos ilícitos frente a la lucha frontal del Estado contra el narcotráfico, azuzada en buena parte por el gobierno de Estados Unidos.
Pasar a otro cuadernillo, leer a los opinadores coincidir en el hecho de que ningún candidato llegará solo a la Presidencia de la República y que las coaliciones son más necesarias que nunca; prender la radio, escuchar los debates sobre la validez de las firmas ciudadanas como mecanismo para impulsar candidaturas, cambiar el dial y enredarse en las críticas por la injerencia de un expresidente en la disputa por el poder; mirar por la ventana y sorprenderse al ver que no es la bandera colombiana la que ondea a lo lejos sino la mexicana.
Mirarnos el ombligo en un mundo cada vez más globalizado nos lleva a pensar que nuestro caso es único, que lo que pasa en Colombia solo se puede concebir en nuestro microcosmos y que las cosas en el vecindario siempre están mejor (o peor), lo que no puede estar más lejos de la realidad.
Mientras en Colombia Gustavo Petro encarna la antipolítica, dividiendo al país entre quienes lo ven como a un redentor y quienes ven en él un peligro para la estabilidad, en México, Andrés Manuel López Obrador se monta en la cresta de las encuestas con un discurso contra “las mafias del poder”, encarnadas en los grandes grupos económicos y sus medios de comunicación.
En Colombia, el debate se centra en el proyecto de tratamiento penal diferenciado de los pequeños cultivadores y su posible contradicción con la política nacional contra las drogas. En México, los campesinos cultivadores de amapola en estados como Guerrero piden alternativas frente a la agresiva política de erradicación, impulsada desde el gobierno central, mientras las muertes por sobredosis de opioides en Estados Unidos crecen a niveles alarmantes.
Al sur del Río Grande, sectores políticos critican a Margarita Zavala por haber impulsado su candidatura presidencial por firmas ?un mecanismo previsto para los sectores independientes? a pesar de haber militado durante años en el Partido Acción Nacional (PAN) y de ser la esposa de Felipe Calderón, expresidente de México. Una situación muy similar es la que vive el ex vicepresidente Germán Vargas Lleras, quien decidió lanzarse por firmas, a pesar de su innegable histórica relación con los partidos políticos, lo que ha llevado a revaluar el uso que se le está dando en Colombia a este mecanismo de participación democrática.
Y qué decir de Brasil, donde ya hablan del riesgo de “colombianización” de su país por los recientes hechos de violencia contra líderes sociales, mientras sectores políticos colombianos hablan día y noche de los peligros, reales o no, de que el país se convierta en la próxima Venezuela.
Tratar de leer la coyuntura política más allá de la punta de nuestros propios pies podría ser una manera útil de percibir las situaciones a las que nos enfrentamos y su posible desenlace. No somos el centro del mundo, ni estamos cerca de serlo, así que más nos vale dejar de lado la apatía por lo que pasa a nuestro alrededor.
Aprovechemos la tecnología, las redes, la globalización para volvernos parte de algo, o al menos para entendernos como parte de un sistema complejo. Dejemos de hablar de la “venezolanización” de Colombia o de la “colombianización” de Brasil como un simple “coco” electoral; tal vez así podremos comenzar a ver con mirada crítica nuestros propios lunares en las caras de vecinos de barrio y no solo nuestros propios ombligos a través de la miopía a la que lleva la soberbia.