¿Ha tenido un guayabo tan bravo que lo ha hecho pensar en internarse en un hospital? En Sídney, Australia, existe un centro dedicado exclusivamente a combatir los efectos de la fiesta. SoHo le pidió a una periodista que lo visitara, tras una rasca monumental. ¿Será que sí le quitó el mareo y el dolor de cabeza?
Pálida, mareada y vomitando salí el domingo pasado al mediodía del lugar donde ofrecían curarme la resaca: la famosa Hangover Clinic o Clínica del Guayabo de Sídney. El día anterior había comenzado bebiendo cervezas a las 5:00 de la tarde en un asado y terminado a las 4:00 de la madrugada, con una botella de champaña, mientras cantaba en un karaoke coreano en pleno centro de la ciudad. (Mitos sobre la cerveza y consejos para el guayabo)
Mi nombre es Natalia, periodista chilena, y me defino como una “bebedora social”. Hace casi dos años me mudé con mi novio a Australia para aprender inglés. Durante este periodo, con la idea de conocer gente y hacer nuevos amigos, nuestra vida social se ha mantenido bien activa. Todos los fines de semana tenemos un asado, un cumpleaños, una despedida o simplemente una excusa para destapar un corcho. Cuando los 30 años te están pisando los pies, como a mí, las resacas se hacen cada vez más difíciles de superar. Usualmente, al día siguiente de la “tomatera”, soy una difunta que solo se levanta de la cama para ir al baño o al refrigerador. Por eso, cuando SoHo ofreció pagarme los 200 dólares australianos o AUS (alrededor de 435.000 pesos colombianos) que cuesta el servicio clínico de desenguayabe, no lo pensé dos veces y de inmediato hice mi reserva para el domingo siguiente a través de su página, www.hangover.clinic.
Ese día desperté con esa punzada en la frente que siempre me recuerda que la champaña me deja partida la cabeza en dos. No me duché. Me vestí y, sin comer ni beber agua, mi novio me llevó en el automóvil medio moribunda a que los doctores me curaran la resaca para seguir disfrutando del fin de semana.
La Clínica del Guayabo, que abre de viernes a domingo, está ubicada a un par de cuadras de la famosa calle Oxford, donde cada año se celebra el mítico desfile del orgullo gay de Sídney, conocido como Mardi Gras. Ese día es de los pocos en que uno en Australia se siente como en casa: la muchedumbre concentrada en un solo sitio te recuerda fácilmente algún lugar de Suramérica por la noche. Como nunca, las calles están llenas de personas disfrazadas, algunas pidiéndoles besos a los transformistas, otras bailando y, por supuesto, las demás tomando. Aunque el resto del año este barrio es más tranquilo que en Mardi Gras, la vida bohemia sigue siendo aquí un rasgo distintivo. (El coctel perfecto para un hombre)
Por eso, cuando llegué a la clínica me sorprendí. Esperaba encontrarme con un ambiente más enfiestado, lleno de gente, al menos más personas con resaca, pero la única todavía medio ebria allí era yo. La Clínica del Guayabo luce como cualquier centro médico serio, con doctores, enfermeras, asistentes, pequeñas salas y esa musiquita instrumental que suena de fondo.
Me recibió Max, uno de los dueños y administrador general, quien después de chequear el pago online del tratamiento, me hizo completar un formulario en el que debía indicar mis alergias y prescripciones médicas. Yo había reservado el plan Resurrection (Resurrección), que es el paquete premium, el que se recomienda para acabar con el peor de los guayabos. La clínica cuenta también con otros dos servicios para curar la resaca: Jump Start, que por 135 AUS (295.000 pesos) promete quitar malestares leves, y Energise, que cuesta 165 AUS (360.000 pesos) y se recomienda para guayabos medios.
Después de firmar los documentos, Max me llevó a una sala. Allí, una doctora, de quien no recuerdo el nombre porque aún estaba medio borracha, me dio una píldora para el dolor de cabeza (500 miligramos de Maxigesic) y otra para las náuseas (2 mililitros de Ondansetrón). Todo el tiempo, me habló con sutileza y en una voz bien bajita. Me dijo que el tratamiento duraría aproximadamente dos horas. Mientras preparaba jeringas y agujas, me comentó que ese día estaba reemplazando a otro médico y que la mayor parte del tiempo trabajaba en hospitales públicos. Ahí la cosa es distinta, me dijo: “Llegan muchos jóvenes intoxicados después de una noche de fiesta, con la gran diferencia de que allá tienen que esperar un buen rato para ser atendidos y desintoxicados”. También me explicó que la clínica cuenta con servicio a domicilio, para cuando el guayabo es bien grande y uno simplemente no puede salir de la cama.
Después, la doctora me trasladó a una sala muy acogedora, con luz tenue. Ahí me dejó con Michael, el asistente, quien me repitió su nombre dos veces y por eso aún lo recuerdo. Me sentó en un sillón, me conectó la máquina de oxígeno por la nariz y luego, el suero por una vena del brazo derecho, donde ya tenía puesto el catéter. Al cabo de media hora, Michael me trajo un batido de remolacha, kale —o col verde—, vitaminas B y C y jugo de naranja. Mientras yo esperaba que mi tratamiento comenzara a hacer efecto, nos pusimos a conversar.
Además del servicio de “resurrección” al que me estaba sometiendo, también se ha vuelto muy popular ir por un golpe vitamínico. Este producto ha atraído especialmente a deportistas, que se han convertido en clientes regulares. Eso quiere decir, entonces, que la Clínica del Guayabo no solo atiende a borrachos ansiosos por pasar la cruda.
Max prefirió no mencionar el estrato socioeconómico de sus pacientes. Sin embargo, convertirse en visitante habitual del lugar no es nada de barato. El famoso golpe de Infusión Vitamínica IV cuesta 295 AUS (645.000 pesos). Para obtener mejores resultados, en la clínica aconsejan agregar oxigenación por otros 20 AUS (45.000 pesos) y un shot de vitamina B12 por 49,95 más (110.000). Lo que sí me reveló el administrador del lugar es que sus pacientes están repartidos por igual entre hombres y mujeres, y que tienen entre 25 y 40 años. (Colombia tiene la mejor cura para el guayabo (eso dicen en Reino Unido))
No sé si los precios me asustaron, pero cuando iba en la mitad de mi jugo milagroso, las manos me comenzaron a sudar frío, la cabeza empezó a darme vueltas, sentí heladas las mejillas y reviví en la boca el sabor de la champaña del día anterior. Le dije a Michael que necesitaba ir al baño. Me sacó el oxígeno y la aguja del brazo. Me da pena decirlo, pero además de vomitar el jugo de frutas y verduras, salió volando algo de lo que me había comido en la madrugada, antes de meterme a la cama. Me miré la cara en el espejo del baño. Estaba pálida y sudorosa. Cuando volví a la sala donde me habían estado suministrando los medicamentos, le pedí a Michael que no me conectara de nuevo el oxígeno porque, contradictoriamente, me costaba más respirar y hacía que sintiera los latidos del corazón dentro de la cabeza. Tiritaba de frío. Mi novio, que me acompañó durante todo el proceso, me arropó con una cobija de lana que estaba en la sala. Luego, el asistente me volvió a conectar el suero y decidí no beber más del batido, por las náuseas.
Media hora después, cuando se acabó el suero, terminé igual de muerta que como entré. Mi novio me subió al auto y me quedé profundamente dormida. Cuando desperté, estaba acostada en mi cama. Miré el reloj y habían pasado dos horas desde que salí de la clínica. Estaba tan mareada y débil que decidí escribirle más tarde al administrador para consultarle por qué nunca resucité.
Según las propias palabras de Max, la experiencia de los clientes suele ser “exitosa y excelente”. Desde que abrió en diciembre pasado, el lugar ha atendido a 700 personas y solo una de ellas se ha quejado por considerar el servicio insatisfactorio. Conmigo suman dos. La clínica realizó, además, una prueba con los medios australianos: 15 periodistas probaron el mismo tratamiento y todos publicaron que les funcionó. En su página oficial de Facebook, hay 24 comentarios y apenas dos son negativos. Benjamin Bryant se quejó por el servicio de “resurrección” el 6 de marzo y escribió que se había sentido “víctima del marketing ante una promesa de cura”. Recomendó para la resaca, en cambio, beber un par de litros de agua y tomar dos tabletas de Panadol. O algo más radical: abstenerse de beber.
Max me dijo que quizá a mí no me había servido porque “el metabolismo de todas las personas es diferente y no tienen las mismas reacciones”. Le escribí un correo para consultarle sobre su política de devolución del dinero en casos no exitosos, como el mío, pero todavía sigo esperando su respuesta. (6 consejos para beber sin que le dé guayabo)
Este tratamiento, de todas maneras, no es nuevo ni lo inventó Max. “La idea surgió de mi trabajo como instructor de esquí en Estados Unidos —me había contado antes—. Allí, los patrulleros de las pistas, que son paramédicos calificados, se suministraban este tratamiento después de una gran noche. Yo tuve una vez resaca y lo probé, y me funcionó perfectamente”. Hoy, esta misma fórmula para el guayabo está disponible también en clínicas de Londres, Nueva York, San Francisco y Las Vegas.
Aunque Max me dijo que reciben entre 45 y 50 pacientes felices cada fin de semana, sin considerar las fiestas y los eventos masivos, prefiero seguir pasando la cruda durmiendo; levantarme solo para ir al baño o al refrigerador y, si me animo, salir a correr hasta que sude la última gota de alcohol.