El mundo cinematográfico celebró medio siglo de este clásico de Luis Buñuel. En 1967 el español dirigió a la diva francesa Catherine Deneuve en una película que reinventó el erotismo en el cine. Aunque en un comienzo el director se negaba a rodarla, fue tal el éxito que su impacto sigue presente medio siglo después.
Solo podía ser Catherine Deneuve. Pálida y rubia, su belleza glacial la convertía en una figura distante: altanera y a la vez vulnerable. Era perfecta para interpretar a Séverine Serizy, una joven burguesa recién casada, aparentemente frígida, que por dentro arde con fantasías sórdidas y violentas. Sus deseos la llevan a trabajar como prostituta, pero solo durante el día, mientras su esposo trabaja. Por eso es belle de jour (bella de día) en lugar de belle de nuit (bella de noche), ese eufemismo francés para referirse a las prostitutas. En manos menos capaces, la historia, llena de sadomasoquismo, fantasías humillantes, toques lésbicos y hasta alusiones a la pedofilia y la necrofilia, sería solo una más entre miles de películas baratas, vulgares y explotadoras. Pero bajo la dirección de Luis Buñuel, sumada al frío sex-appeal de Deneuve, Belle de jour (1967) se convirtió en un éxito comercial aclamado por la crítica que cambió el rumbo del sexo en el cine e inspiró una variedad de imitaciones soft-core sobre amas de casa aburridas. Cincuenta años después de su estreno aún sigue siendo un referente necesario del cine erótico. (Lea también: Test: Qué tanto sabe de cine erótico)
Al principio, Buñuel se mostró reacio a adaptar la novela de Joseph Kessel de 1928 a la gran pantalla. Pero cuando le prometieron libertad creativa completa, el director español emprendió el viaje de México a Francia, país en el que había grabado sus primeras películas. Lo primero que hizo fue adaptar la historia a la realidad de finales de los sesenta. Lo segundo, y más importante, fue que desdibujó la frontera entre la realidad y la fantasía. El largometraje se desliza constantemente entre las dos cosas y crea un mundo ambiguo en el que no importa si un evento ocurrió o no. Lo que importa es lo que revela sobre Séverine y cómo avanza su travesía erótica. Buñuel lo deja claro desde la primera escena, tan famosa como notoria.
La película empieza con Deneuve, vestida con un elegante abrigo rojo, tomando un romántico paseo en carroza con su guapo esposo. Él intenta seducirla, pero ella lo rechaza. Enfurecido, él les ordena a los cocheros que se detengan, que bajen a su esposa y la castiguen. Los hombres la arrastran hasta un claro, la amarran, la azotan y, si bien no se muestra explícitamente, la violan mientras ella parece disfrutarlo. De un momento a otro se ve al esposo de Séverine poniéndose la piyama mientras ella lo espera, lánguidamente, sobre la cama para irse a dormir. “¿En qué piensas?”, le pregunta y ella responde: “En ti, Pierre. En nosotros”. La audiencia entra en el mundo de Séverine de la única manera que tiene sentido: a través de su fantasía.
Con una mano sutil y un travieso sentido del humor, además de la elegancia que aportan tanto Deneuve como los disfraces diseñados por Yves Saint Laurent, Buñuel lleva a la audiencia a seguir a Séverine mientras explora los misterios de sus propios anhelos por medio de los deseos de sus clientes. En medio de un burdel, decorado con excelente gusto, va revelando las facetas de su personaje principal. La viste con trajes que recuerdan uniformes militares, atuendos para colegialas y hasta un vestido negro con un gran cuello blanco que recuerda la ropa de una mucama o el hábito de una monja. Retrata a una variedad de clientes: uno la embadurna de estiércol de vaca, otro le pide que se acueste en un ataúd mientras se masturba y otro llega con una caja misteriosa cuyo contenido, que nunca se revela a la audiencia, hace que todas las prostitutas se horroricen. Excepto, claro, Séverine. (Lea también: Tinto Brass: la pornografía del poder)
Buñuel parece regodearse en las oportunidades cinematográficas que traen consigo las fantasías de los clientes y de Séverine. Al explorar sus deseos de frente, le abrió al séptimo arte la posibilidad de usar el sexo para narrar historias. El soft-core pasó de ser un género menor, que no tenía nada que decir, excepto generar excusas para mostrar repetidas escenas sexuales, a un vehículo que podía servirles a directores y actrices que lo utilizaran para contar una historia más completa. Buñuel no tuvo miedo de señalar, hasta disfrutar, de las contradicciones de la situación de Séverine: la sórdida profesión que ejerce junto a su respetable vida burguesa, las estrafalarias fantasías de sus clientes comparadas con el erotismo resultante de su realización, la amabilidad del esposo contrastada con la falta de deseo hacia él y con la crueldad de Marcel, un cliente mafioso con el cual disfruta acostarse. Además, le pregunta Buñuel a su audiencia, ¿por qué tanto escándalo alrededor de una mujer de bien que se prostituye, en secreto, en las tardes? ¿Acaso los hombres de bien no visitan, constantemente, en secreto, a prostitutas en las tardes?
El contenido sexual de la obra es bastante insulso, hasta pintoresco, frente a los estándares de hoy. Casi no hay desnudos y los retozos de Séverine con sus clientes difícilmente clasificarían como escenas de sexo en el cine de hoy. Pero el erotismo es siempre palpable. La cara estoica de Deneuve se descompone en éxtasis y humillación, rastros visibles de su liberación sexual. En una obra que entiende lo que es desempeñar un papel en la cama, lo que es dominar o, también, someterse. Creó el molde que siguen obras como Shame, de Steve McQueen; Love, de Gaspar Noé, y Ninfomanía, de Lars von Trier, historias dedicadas a los extremos a los que pueden llegar las personas por satisfacer su libido. Son largometrajes explícitos, llenos de fluidos y gritos, que solo potencian la obra de Buñuel. Él pudo decir lo mismo, o más, sin quitarle a nadie la ropa interior.
No es la única manera en la que sobresale. A pesar de que Belle de jour ejerce una influencia directa sobre toda la oferta cinematográfica dedicada a quienes están inquietos e insatisfechos con su vida sexual, son pocas las que logran hablar tan abiertamente del deseo femenino, con todas sus contradicciones. Séverine no es una protagonista pasiva de su vida sexual, se ha dedicado a entender tanto sus anhelos como sus orígenes. Sus fantasías son oscuras y violentas, una franca representación que no se deja acomplejar por las nociones tradicionales de lo que las mujeres quieren. Su sexualidad es una parte intrínseca de ella y su evolución carnal fomenta su desarrollo personal. Es esa noción la que cambió el rumbo del sexo en el cine. En vez de pura excitación, las escenas en la cama eran las que desarrollaban la trama. Es más, eran la trama.
Belle de jour se convirtió en su momento en la obra más exitosa de Buñuel. Por su notoriedad, y el apoyo que recibió de figuras como Elizabeth Taylor, Richard Burton, Roger Vadim y Jane Fonda, arrasó en la taquilla. Gracias a la prostitución, la infidelidad y el sadomasoquismo, Buñuel tiene el honor de ser el único director español de cine –y uno de tres latinoamericanos, por su ciudadanía mexicana– con un León de Oro. Ante el tremendo triunfo de su obra, Buñuel solo comentó: “Más que a mi trabajo, lo atribuyo a las putas de la película”.