El británico de 36 años Ben Sansum hizo de su casa un refugio donde vive como si estuviera en la década de los cuarenta: no tiene computador, su horno es de carbón y le gusta vestirse con tirantas y corbatas anchas. SoHo lo visitó en Godmanchester, Inglaterra, y comprobó que, para él, el tiempo se detuvo en la Segunda Guerra Mundial.
A Ben Sansum el trabajo lo obliga a estar en contacto con lo último en tecnología. Este británico de 36 años, sobrecargo de la aerolínea British Airways, pasa la mayor parte de su tiempo a bordo de una máquina fabricada gracias al esfuerzo y la investigación de cientos de ingenieros, científicos y técnicos cuya labor consiste en mirar al futuro, adelantarse a él. Pero, paradójicamente, Ben no mira hacia el futuro. Él más bien mira hacia el pasado. Y allí es mucho más feliz.
Cuando su jornada laboral termina, Ben agarra su auto y recorre los casi 120 kilómetros que separan el aeropuerto de Heathrow de su casa en Godmanchester, a hora y media en tren de Londres. Godmanchester es un pequeño pueblo de la campiña inglesa, con casas viejas color marrón que se parecen bastante entre sí. Pero hay una bien distinta a las demás, al menos en su interior: la de Ben.
Al cruzar la puerta, desaparece cualquier conexión con la tecnología o con el mundo actual: no hay televisión ni computador a la vista; un fogón de carbón sobresale en mitad de la cocina; porcelana china adorna las estanterías, y viejos diarios que relatan el bombardeo de Londres por los alemanes están esparcidos por el salón. Y es que estamos en guerra. Concretamente, en la Segunda Guerra Mundial. Esto es la Inglaterra de los años cuarenta.
“Todo empezó cuando tenía 9 años y vi la película Esperanza y gloria, que mostraba la vida de un niño de mi misma edad durante la Segunda Guerra. La verdad es que me sentí muy identificado con él. Ese fue un poco el detonante de todo —recuerda Ben, ataviado con mocasines de charol en blanco y rojo, un pantalón de tiro alto que lleva casi en la cintura y una camisa con el cuello almidonado—. Poco después, a los 14, me empeñé en construir un refugio antiaéreo en el jardín de mi papá y, a partir de ahí, la cosa ha ido creciendo y creciendo”. Y creció tanto que hoy el hogar de Ben parece la sala de un museo o, mejor, de un anticuario.
Nacido y criado en Godmanchester, a pocos kilómetros de la famosa ciudad universitaria de Cambridge, colecciona todo tipo de artilugios y productos de la época: libretas de racionamiento, afiches de propaganda política, fotos en blanco y negro de sus abuelos, una especie de guía para amas de casa titulada The Housewife’s Book, discos de vinilo y un empaque del tradicional té verde Lyons. Tiene también un teléfono con rueda de marcar; una lavadora manual de ropa que heredó de su abuela y que funciona con dos rodillos y una manivela para escurrir; una aspiradora de la marca británica Ewbank con más de 80 años de antigüedad, y hasta un tocadiscos en el que suena exclusivamente música de big band, jazz de los años treinta y cuarenta.
En la alacena de la cocina hay productos originales con los envoltorios característicos de la época: cajas del famoso jabón en barra Sunlight (el primero de marca en ser empacado en el mundo); un detergente Sylvan Flakes; cera para el piso; una lata del tradicional efervescente digestivo Andrews Liver Salts; arroz; copos de avena y leche en polvo. Y hay, además, teteras de hierro, una báscula para pesar alimentos y una lámpara de aceite. “Tengo muchos catálogos de decoración de los años cuarenta, que son de gran ayuda para saber cómo se vivía en aquel tiempo”, cuenta Ben.
Cuando no está en su casa, donde vive solo, tampoco se olvida de su época favorita. Tiene un grupo de amigos que comparten su afición. Con ellos asiste a conferencias y encuentros de coleccionistas. “Hay tantos eventos que podrías casi ir a uno cada fin de semana”, señala.
El interés de este inglés por una época que no es la suya comenzó cuando era bien chico, sí, pero con el tiempo se fue haciendo más y más presente en su vida. Hasta que un día no le fue suficiente solo recrear escenarios de los cuarenta, como el refugio en el jardín de su papá, y decidió vivir en uno. Por eso, compró en 2008 la casa en que ahora lo visito y empezó a decorar cada rincón con elementos que la mayoría tiraría a la basura por considerar vejestorios inútiles. Pero no Ben, para él son parte de un estilo que piensa mantener por siempre. “No tengo ningún plan de cambiar mi forma de vida a mediano ni a largo plazo”, sentencia.
Tenía un montón de reliquias guardadas, así que decorar la casa fue bastante fácil. “Lo que más me gusta es que cada uno de estos objetos tiene una historia detrás. Es mucho más interesante que comprar las cosas en los grandes almacenes”, afirma. Tiene, por ejemplo, un reloj de cuerda hecho en madera que luce sobre su chimenea. “Era de una señora a la que yo visitaba mucho, y que en un momento decidió dejármelo en su testamento. Pero el tiempo pasaba y seguía viva, así que un buen día me dijo: ‘Llévatelo, tú lo vas a disfrutar más que yo’”.