Ser albino en Tanzania es una maldición: hombres y mujeres que no salen de sus casas por el riesgo de ser atacados. ¿Cómo viven 200.000 personas que deben evitar el sol entre las once y las cuatro de la tarde, y que tienen como expectativa de vida los 49 años?
A Gasper Elikana lo encontraron los cazadores en octubre pasado cerca de Geita, noreste de Tanzania, un pueblo ubicado en una zona rica en oro que hasta hace menos de un siglo fue colonia alemana. Siguieron sus movimientos durante semanas y decidieron atacarlo cuando iba rumbo a su casa porque creyeron que ese sería el mejor momento. Querían algo de él que pudieran vender. Había plena luz del día cuando lo agarraron a la fuerza por sus extremidades y le taparon la boca para que no pidiera auxilio, pero Gasper logró zafarse pese a sus escasos diez años y lanzó un grito que fue oído por su padre y varios vecinos. El pueblo estaba cerca y en segundos al menos media docena de adultos llegaron a ayudarlo, pero nada pudieron hacer frente a los cazadores. La lucha fue corta, intensa y desigual. Armados de cuchillos y machetes, los verdugos de Gasper hicieron un círculo impenetrable a su alrededor. Todos retrocedieron, menos su padre, que al lanzarse recibió un machetazo en la cabeza que lo mandó a una camilla del precario hospital del pueblo donde luchó por su vida durante varios días. El golpe lo dejó inconsciente, por lo que no pudo ver cómo los cazadores decapitaban a su hijo para que dejara de llorar y luego escapaban de allí con una de sus piernas, que después venderían a un brujo de la región.
El único crimen que cometió Gasper para merecer semejante ejecución fue haber nacido albino.
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Lo peor de ser albino en Tanzania —además del inminente peligro de ser asesinado— es ser un paria entre los suyos. Pese a tener el código genético de cualquier persona de raza negra, un albino tiene el pelo rubio y la piel blanca, pero no es blanco. Se trata de un ser pálido que carece de rasgos físicos caucásicos. Es en realidad rosado con piel seca, arrugada y llena de pecas por el exceso de sol africano y la falta de pigmentación en la piel, lo que hace que personas de 30 años parezcan de 60. Algunos se protegen con sombreros, ropa de manga larga, bloqueador y lentes oscuros. Otros, además, evitan el sol desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Pero son los menos. La pobreza en el África no es solo económica, también cultural, y la falta de educación hace que los albinos no tomen las medidas necesarias, lo que hace que su expectativa de vida sea no menos de una década inferior al promedio del continente, que de por sí ya es bajo: 49 años.
Por eso ver albinos en Tanzania es una rareza pese a que hay más de doscientos mil. Son fantasmas que andan con miedo en la capital del país, Dar es Salaam, pero que lejos de las ciudades andan en compañía de su familia o simplemente no salen de casa por miedo a ser atacados.
Matabu es uno de esos fantasmas. Tiene 15 años y camina al menos dos horas diarias bajo el sol para ir de su casa al centro de Dar es Salaam, donde pide limosna en la puerta de un supermercado. Vivir en la gran ciudad es lo que lo ha mantenido con vida, aunque más que vivir, sobrevive de la caridad. Como si fuera una sombra que nadie ve, a duras penas recibe entre 1000 y 2000 shillings diarios, el equivalente a un dólar norteamericano. Pese a su juventud, tiene llagas oscuras en la cara, que no son otra cosa que comienzos de cáncer de piel. La ropa que le han regalado y le queda holgada deja ver sus profusas arrugas en cuello, nuca y brazos, las zonas de su cuerpo que más contacto tienen con el sol. Matabu habla poco y no mira a la cara; en parte por vergüenza, en parte porque cree que si no mira a las personas ellas tampoco lo verán. Entre la intensa voluntad de querer ser invisible y no salir de la capital ha logrado, más que vivir, sobrevivir. Además del estigma social y la caza está el asunto del trabajo. Para gente como Matabu conseguir un empleo es casi imposible, y si lo logra será por el buen corazón del dueño de una compañía que lo pondrá en la trastienda, como obrero posiblemente, y no en el frente donde seguro ahuyentará a gran parte de la clientela. Un cargo administrativo o un ascenso son por ahora sueños inalcanzables para un albino en Tanzania.
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Matabu no tiene idea de por qué nació albino, pero repite lo que ha oído en la calle desde que tiene uso de razón: sus padres hicieron algo malo y fueron castigados por los dioses, o su madre cometió adulterio con un blanco. De hecho, su padre abandonó a su madre siendo él un recién nacido, convencido de que su esposa, que no es albina, había tenido relaciones sexuales con un hombre de raza blanca. El asunto es que nadie le ha explicado que el albinismo es la ausencia en la piel, ojos y pelo de una sustancia llamada melanina, que puede ocurrirle a todo ser vivo —vegetales incluso—, y que en el mundo una de cada 20.000 personas es albina, tasa que en África es de una por cada 5000 sin que la ciencia haya sabido explicar bien por qué. El número es tan alto que cuando los colonizadores portugueses llegaron al continente, separaron a los albinos del resto como si se tratara de una raza aparte. Hoy, varios siglos después, las mujeres embarazadas que se cruzan con un albino lo evitan y se tiran al suelo para que el espíritu no se meta en la barriga e infecte al bebé.
Cuando asistía al colegio, los otros niños le preguntaban a Matabu quién le había pintado la cara, solo por fastidiarlo. Los padres de sus compañeros de salón prohibían a sus hijos que se metieran con él, pero ellos desobedecían las órdenes así fuera solo para molestarlo. Esos factores, sumados a la falta de dinero, precipitaron que abandonara sus estudios cuando apenas cursaba los primero años de colegio. A partir de ahí se convirtió en un niño que poco salía de la casa y tenía contacto solo con su madre y sus hermanos. Alguna vez, en lo que parecía un gesto de buena voluntad, otros niños vecinos lo invitaron a jugar. Matabu se emocionó y sin entender bien por qué ahora sí lo aceptaban se unió a ellos. Luego de juegos de contacto físico cada vez más bruscos, fue abandonado amarrado a una silla con la cabeza rapada. El episodio lo volvió aun más solitario y tímido.
Ocurrió años atrás, antes de que tuviera que abandonar la casa para pedir dinero. Por esa misma época acompañó a su madre a visitar a unos vecinos y descubrió, cuando se le ocurrió quedarse jugando cerca —y solo, como era su costumbre—, que los dueños de casa prefirieron botar antes que lavar el plato, el vaso y los cubiertos que él había usado.
Ahora la vida no es necesariamente mejor, pero al menos cuenta con la ayuda de una ONG holandesa que lo surte de bloqueador solar para proteger su piel. La organización se llama Afrikaanse Albinos, tiene su sede en la ciudad de Utrecht y ayuda a más de 3000 albinos de diez países de África. Cada año manda al continente unas 15.000 botellas de bloqueador que son donadas por marcas que van a regalar existencias, destruirlas o mandarlas a mercados del tercer mundo.
Daphne Blaauw, una holandesa entrada en sus 30, se ocupa de las comunicaciones de la organización y ha hecho varios viajes a África, en los que enseña a los albinos a aplicar el bloqueador, les explica que es preferible no estar al sol entre las once de la mañana y las cuatro de la tarde, y tiene calculado que cada uno de ellos gasta en promedio seis botellas al año. La llegada de Daphne y sus compañeros es esperada por semanas en los pueblos a los que van. Son recibidos con regalos que van desde café hasta maíz y las reuniones son clases de cómo evitar el cáncer de piel. El tema de seguridad y persecución no es tema de ellos y se lo dejan a las autoridades. Suficientes problemas tienen con que los funcionarios de aduana de los países beneficiados pidan sobornos para dejar entrar los cargamentos. El proyectó comenzó en Malawi y se ha extendido a Malí, Burkina Faso, Senegal, Tanzania misma. En todos los países les piden soborno para dejarlos trabajar. La fundación se las ha arreglado, según Daphne, para no dar un solo centavo.
Afrikaanse Albinos congrega albinos en iglesias y colegios del continente para ilustrarlos en un tema desconocido para ellos: las manchas oscuras que varios de ellos tienen, principalmente en la cara. Son marcas que muy pocos reconocen como lo que es, cáncer de piel. En Tanzania, donde el tema de los albinos es noticia diaria, el Ministerio de Salud ha dicho que 17.000 de ellos están en riegos de contraer cáncer de piel. La cifra carece de credibilidad según las ONG y eso que se trata del país que mejor censados tiene a sus habitantes albinos. En los demás lugares de África la cifra es sencillamente imposible de establecer.
Una de las cosas que Afrikaanse Albinos se asegura de dejar en claro a las familias de los albinos que protegen es que las botellas de bloqueador que regalan es para uso de los albinos, y que quienes tienen la piel negra no necesitan usarlo. Matabu no pudo usar el primer frasco de bloqueador que llegó a sus manos porque a su madre le gustó el olor y la consistencia, por lo que empezó a usarla como loción después del baño o para dormir más fresca. Las botellas que llegan hoy en día son solo para Matabu, pero cuando está de buen humor o quiere decirle a su madre que la quiere, comparte un poco con ella.
Por muy tragicómica que suene la historia de Matabu, no es descabellado decir que le ha ido bien para ser albino en Tanzania. Desde 2007 hasta hoy, 68 de ellos fueron asesinados por su color de piel.
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Los albinos cotizan al alza en países de África Oriental como Tanzania, Burundi, Kenia y Uganda: cuatrocientos dólares por una mano, y hasta 65.000 dólares por el juego entero: las cuatro extremidades, los genitales, las orejas, la lengua y la nariz. Así como los católicos creen en la Virgen María y en un Dios que es tres y uno al mismo tiempo, en Tanzania sus habitantes creen firmemente que los albinos son seres mágicos que dan buena suerte y protegen de los maleficios.
El asesinato de albinos parece estar ligado directamente a la minería. Tanzania produce diamantes, oro y hierro, y quienes exploran las minas creen que la fortuna los acompañará si consumen pócimas hechas con partes de albinos. Gasper Elikana corrió con la suerte de haber nacido albino en un lugar rodeado de minas productoras. Se supone que mientras su cabeza quedó separada del cuerpo a apenas un par de cientos de metros de su casa, su pierna fue vendida por algo así como 3000 dólares al dueño de una mina, que se la llevó a un brujo quien, tras diseccionarla, elaboró una pócima y se la dio luego a su cliente para que le fuera bien en los negocios. Los grandes terratenientes del café y el algodón parecen estar implicados también. Acuden a un brujo antes de la cosecha, y cuando este les dice que el secreto de la riqueza y la prosperidad está en tomarse una poción hecha con partes de albino, es cuando el tráfico y el precio se disparan.
A apenas cientos de kilómetros de donde murió Gasper, también en el noreste del país, Miriam, de cinco años, fue despojada de las dos piernas y los dos brazos por cuatro adultos que huyeron a mitad de la noche mientras la niña moría desangrada.
Todo es tan confuso como las confusas cifras que maneja el Estado tanzano y, al parecer, llega hasta miembros del mismo gobierno. El precio que se maneja en el mercado negro no puede ser costeado por un ciudadano promedio y todo apunta a que ricos empresarios y políticos con aspiraciones a cargos importantes se encomiendan a los poderes secretos que da un albino para conseguir lo que quieren. Nadie en Tanzania da nombres propios, señala a alguien. En una tierra donde todo es desinformación, la matanza de albinos es territorio aún más virgen.
En Dar es Salaam el problema está controlado porque la Policía hace inspecciones y el mercado de albinos está en el campo, pero en lugares apartados, casos como los de Gasper y Miriam son frecuentes. Una vez más, como en todo lo relacionado con el asunto, las cifras varían y vienen de diferentes fuentes. Sesenta y ocho es la cifra oficial de muertos según el gobierno, pero diferentes organizaciones hablan de más de cien en los últimos tres años.
Una de ellas es Tanzania Albino Centre, dirigida por un hombre de raza negra llamado Frank Alphonse. Alphonse vive también en Holanda, pero viaja varias veces al año a Arusha, una ciudad de más de un millón de habitantes cercana a la frontera con Kenia, empotrada en medio de las reservas naturales más imponentes de África. Su Tanzania Albino Centre convive con los miles de turistas que viajan a la zona en busca de las emociones de un safari, pero mientras al turismo le va bien, su organización sobrevive de milagro con el dinero de unos cuantos mecenas extranjeros. De los 1000 dólares que necesita mensualmente para ayudar a cerca de ochocientos albinos, 750 se van en comida y 250 en medicinas y bloqueador. El dinero rendido al máximo a duras penas alcanza para 30 días.
En un escueto edificio levantado en grandes bloques de ladrillos de color gris en medio del paisaje de Arusha y a la vista del monte Meru, un volcán de casi cinco mil metros, que es la montaña más alta del país después del Kilimanjaro, los albinos de Tanzania Albino Centre toman clases de matemáticas e historia. Aprenden también a manejar máquinas de coser y otras manualidades que eventualmente les permitirán sobrevivir en la calle. Alphonse tuvo la oportunidad de albergar a Gasper Elikana antes de que este fuera decapitado y mutilado. Cuando se le pregunta por él prefiere guardar silencio. Luego de unos segundos que usa para no explotar —en llanto o rabia— solo atina a decir que en manos de la justicia de Tanzania —tan precaria como la de cualquier país africano— está el destino del caso. A la fecha, solo ocho personas han sido encarceladas por matar o mutilar albinos, todos ellos cazadores. Según Alphonse, los hasta ahora condenados son solo chivos expiatorios y lo que debe hacer el gobierno del país es llegar hasta las personas que encargan las cacerías.
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La cara menos salvaje de esta historia salvaje es Sudáfrica. Con una de las economías más grandes del mundo —pero también una de las sociedades más desiguales— y el honor de haber organizado mundiales de rugby, cricket y fútbol, es también el país más avanzado de África en materia de albinos. Sudáfrica es el único lugar del continente donde se reconoce la condición genética como una discapacidad, algo que es aceptado en el resto del mundo ya que la despigmentación incluye también los ojos, lo que significa que un albino es también un invidente. El desgaste de la piel durante los años va de la mano de la pérdida de la visión. En los nueve puntos más poblados del país, el gobierno provee a los albinos de bloqueadores, tratamientos oftalmológicos y subsidios de alimento y desempleo.
Estos pequeños logros se deben en gran parte a Nomasonto Mazibuko, directora de la Asociación de Albinismo de Sudáfrica, la cual, pese a su gran nombre, no pasa de ser una pequeña oficina de menos de setenta metros cuadrados en el centro de Johannesburgo que a duras penas sobrevive mes a mes con una cantidad cercana a los mil quinientos dólares. Nomasonto, albina también, nació en un día domingo, cuando todos estaban en la iglesia, y su nombre quiere decir “nacida en la iglesia”. Viste siempre de manga larga para protegerse del sol, usa boina, gafas negras y nunca sale de casa sin bloqueador. Habla con vehemencia pese a la austeridad de la organización que dirige y mientras lo hace sus ojos se mueven sin ritmo de un lado a otro, justo como los de un ciego, y cuenta, con la alegría natural de los africanos, historias como que la gente del común está convencida de que los albinos son personas mágicas, que son inmortales o que simplemente se esfuman, leyenda generalizada por el detalle de que nadie recuerda haber asistido al funeral de un albino.
Desde su centro de operaciones, lleno de folios desordenados con informes y estudios, computadores con más de quince años de uso donados por el gobierno y pintura que alguna vez fue blanca pero hoy no se sabe, Nomasonto toca el tema de las llamadas “violaciones correctivas”. Sudáfrica es el país del mundo con más enfermos de sida, seis millones, y la ignorancia colectiva ha hecho creer que violar a una lesbiana o a una albina es lo único que puede curar la enfermedad. La Policía del país reportó cerca de medio millón de agresiones sexuales durante 2009, pero no discriminó qué porcentaje correspondía a aquellas llamadas “correctivas”.
Nomasonto Mazibuko es una especie de celebridad que asiste a encuentros mundiales de albinos y que ha estado varias veces en Tanzania. Mientras en las calles de su país se siente relativamente segura, en Tanzania debe andar escoltada todo el tiempo. Su caso es excepcional porque la Policía del país no puede proteger a los doscientos mil albinos a lo largo del casi millón de kilómetros cuadrados de extensión. Pero la clave para evitar casos como el de Gasper Elikana no está en aumentar el número de agentes, sino en educar a la gente y combatir la brujería en un país con mayoría de musulmanes.
Por lo pronto, sería conveniente enseñar a las mujeres que se agolpan en las puertas de una peluquería cada vez que ven entrar a un albino que un amuleto hecho con su cabello no es capaz de atraer para siempre al hombre amado. Logrado lo sencillo, vendría lo difícil: hacer ver a los mineros que los 1500 millones de dólares en exportaciones que representan las 400 toneladas anuales de oro que descubren cada año se debe a la riqueza de la tierra, y no a beberse una pócima hecha con las partes de un albino mutilado.