En SoHo suelen preguntarles a unas modelos -que posan con los labios puestos en trompa- cuál es su fantasía sexual.
Ellas, invariablemente, responden que es hacer el amor en la playa. Sin duda esa es una fantasía sexual políticamente correcta, pero muy aburrida. Eso de la playa no se los he creído nunca. Debe ser incomodísimo. La arena es áspera y deja unos rayones horribles. Además, es una fantasía muy poco ambiciosa. Si tanto sueñan con ir a revolcarse a San Andrés con alguno de sus hombres de carro blindado, ¿cómo es que no lo han hecho? Por todo eso me molesta enormemente esa respuesta prefabricada, casi tanto como me molesta que las reinas de belleza digan que la parte de su cuerpo que menos les gusta son sus pies. Un día estaba haciéndole esta observación al director de la revista y él me preguntó que acaso cuál era mi fantasía. Yo no le respondí. Por ahí había un ministro y otra gente importante y me dio un poco de vergüenza.
Pero yo sí tengo un par de fantasías sexuales recurrentes. De todas, mi favorita es la de la Academia de las Artes y Ciencias Eróticas. La academia inicia a los más prometedores jovenzuelos en la educación sexual, y la meta es convertirlos en licenciados satisfactores del género femenino. Mi papel en la fantasía varía. A veces soy una especie de tubo de ensayo para los experimentos físicos. "Hoy vamos a hacer una prueba de resistencia", explica la profesora. "A ver, Juan Santiago, espero que logres superar los cincuenta minutos de la vez pasada sin venirte. Cuando te lo indique, toma a Ana Ïs y a la cuenta de tres empieza con un misionero clásico. Uno, dos.".
A veces soy la tarea. "Para mañana quiero que le deshagas todos los nudos de la espalda a Ana Ïs usando al menos cinco aceites esenciales". En el recreo los alumnos practican toda clase de juegos y competencias sexuales. He imaginado una especie de fútbol en el que soy el balón. Los goles son mis orgasmos, y ‘mano‘ equivale a tocar el balón con el pene. También fantaseo con ser la profesora de expresión oral: "Hoy vamos a intercalar el movimiento horizontal de la lengua con el vertical sobre mi pezón", les digo a mis alumnos. En el taller de expresión oral IV los estudiantes más avanzados en lenguas tienen la oportunidad de cantar en el difícil idioma de mi clítoris.
También me imagino como directora o jurado de tesis. Me interesan particularmente temas como "exploraciones sobre la sensibilidad de los glúteos o la cadera femenina". Imagino que durante seis meses o un año un estudiante de último año de manos grandes y brazos de grabado de Luis Caballero investiga todas las posibilidades de estas dos partes de mi cuerpo. O, como jurado, podría sorprenderme el día de la sustentación con los resultados del trabajo.
Soy consciente de que, a diferencia del cuento de la playa, mi fantasía no es políticamente correcta. Involucra nada menos que relaciones con menores y en muchos casos presenta una imagen objetificada de la mujer (me veo como tubo de ensayo, ¡por Dios!). Pero, justamente, es una fantasía, y un componente esencial de las fantasías es que transgredan en algo la moral o que violen los límites que nosotros mismos nos ponemos. Creo que si no nos permitimos ser excéntricos e inmorales cuando fantaseamos, tenemos muchas posibilidades de volvernos aburridos en la realidad.