Es uno de esos lugares a los que ese hombre voyerista que hay en todos nosotros quisiera tener libre acceso. Una periodista de SoHo aceptó traicionar durante un mes a su género para responder una pregunta que nos trasnocha: ¿qué pasa en los baños femeninos?
Fui espía durante un mes en el baño de las mujeres y desde entonces el género femenino, al que ?felizmente? pertenezco, me empezó a irritar. A molestar. Incluso a enervar. Sé que para los hombres resultaría atractivo, incluso excitante, tener alrededor de ellos a dulces mujeres subiéndose y bajándose los pantalones con sinuosidad durante toda la noche, pero créanme: después de un mes, aunque no solo se bajaran los pantalones sino que se desnudaran completamente al ir al baño, no querrían ver a una mujer durante mucho tiempo y, sobre todo, no podrían soportar volver a pisar un baño de niñas.
Los baños son estrechos, huelen mal, resultan extremadamente ruidosos y hace un calor de mil demonios, pero, aunque un mes dentro de ellos me hizo odiarlos, no puedo negar que tienen un aura especial, un veneno, y que las historias que suceden entre esas cuatro paredes, en una noche de rumba y con unos tragos de más, son dignas de contar.
Espié durante un mes los baños de cuatro bares en Bogotá: Miranda, Bar Fly, Guaraná y Gótica, lugares donde por la música y el ambiente prometían suceder las más variadas historias dentro del baño. Presencié a las mujeres en acción ?sus sonidos, sus chismes y sus humores? y encontré que las leyendas que se han construido acerca de lo que pasa en el ?baño de las niñas? tienen un buen ingrediente de verdad.
Reunión de hienas
Es sábado y son las 11:32 p.m. Estoy mirándome al espejo aunque ya no tengo nada más que mirarme: llevo una hora entre el baño y además de sonidos acuosos no ha sucedido nada especial. La suerte me sonríe cuando dos mujeres entran hablando a gritos al ?baño de las niñas?. Son monas, una de ellas tiene mechones rojos en el pelo. Bien formadas. 34b, descaderados. Qué pasó. Qué te dijo. Muy de malas habérnoslo encontrado precisamente acá, con la otra. El mundo es un pañuelo. Yo sabía que algo estaba pasando. Viste cómo la estaba bailando. Ahí está pintado. Pero ella no se quedaba atrás. Qué tal como lo cogía del cuello, le sonreía. Y la entrepiernada? es el colmo. Qué vamos a hacer. Esperemos a que él la deje sola un momento, mientras tanto nos tomamos un fondo blanco para afilar la lengua, apenas se vaya manos a la obra. Que se sienta como lo que es. Venganza. Por meterse con lo que no le pertenece.
Lo primero de lo que me di cuenta al permanecer horas enteras entre el ?baño de las niñas? es que existe un objeto primordial sin el que a ellas les sería prácticamente imposible vivir: Don Espejo. A él las mujeres le confían todos los defectos, le hacen muecas en busca de arrugas o líneas de expresión, le muestran los dientes, le ponen en consideración las diferentes sonrisas posibles ?hay como cuatro variaciones distintas? y le pla ntean casi siempre las mismas preguntas (¿Me atrevo o pensará que soy muy lanzada? ¿Estaré linda? ¿Será que le gusto?).
?Que no haya un espejo en el baño de mujeres es como si no hubiera orinales en el de los hombres: es lo que caracteriza nuestro baño. Cuando no hay espejo salgo de mal genio del baño; a todas nos pasa igual?, me responde una mujer muy convencida de su punto, casi agresiva, como si yo le fuera a restringir el derecho a mirarse al espejo por haberle hecho una pregunta.
Don Espejo es también el encargado ?y esta es su mejor función? de reflejar lo que las mujeres le muestran indefectiblemente antes de salir del baño: él mira cómo les horma el pantalón por detrás y después opina cómo les queda ese nuevo brasier por delante. Si es necesario ellas se meterán la mano para subir y poner en su sitio lo de adelante o se moverán los pantalones para acomodar lo de atrás.
Intimidades
Es sábado y son las 12:08 a.m. El calor es insoportable y la media de brandy que tengo entre la mochila ya va pasando la mitad. Dos mujeres entran hablando a gritos al ?baño de las niñas?: parece ser que no tienen otra forma de hablar que no sea a gritos. Una entra detrás de la otra mirándole la cola. Se te están marcando los calzones. Ella hace el esfuerzo de empinarse para mirarse en el espejo. Todas las que están haciendo fila en Guaraná miran al unísono la misma imagen redonda entre unos pantalones de lycra rojos. Sí, quítatelos. Es mejor. Todas asienten aunque nadie les ha pedido su opinión. Tienes que acostumbrarte a ponerte tanga o mejor no te pongas calzones. Ese material marca mucho, menos mal no tienes celulitis. Caben entre mi cartera. Ya la traigo. Otra mujer en falda ?he visto solo tres en todo el bar? grita: se me rompió la media, quién tiene esmalte transparente. Otra en top ?he contado 40 en todo el bar? confiesa: me tocó coserme el brasier al top para que no se me saliera, quién tiene tijeras. Milagrosamente alguien saca de una cartera unas tijeras y la necesitada le da un beso y un tú tan divina, muchas gracias. Otra necesita un tampax y lo encuentra fácilmente. Dos más comentan, mientras hacen la fila, sobre el gordito que su novio, al que no conozco porque mi misión está entre el baño, podría notar al ponerle la mano en la cintura para bailar. Se tocan la cintura. Se levantan la camisa. Yo me tomo otro brandy.
Encontré la respuesta ?no fue difícil? a la recurrente pregunta del porqué los hombres se demoran un tercio del tiempo (en promedio tres minutos por reloj) que ?ellas? en el baño: ?ellas? se maquillan. Hablan mucho y se maquillan. En estas dos actividades las mujeres gastan aproximadamente ocho minutos cada vez que entran al baño. Esto sin contar el tiempo que se demoran haciendo fila.
En lugares como Guaraná, donde hay espejos por todas partes y de todos los tamaños y el espacio donde se hace la fila es agradable y con una luz muy tenue, el tiempo tiende a ser mayor. Ellas, aun después de salir del baño, escogen una esquina y continúan la charla que bien puede ser sobre la importancia de un piercing durante el sexo oral o de la remolacha en una nueva dieta.
Pero la tardanza se debe a que no se trata simplemente de retocarse el maquillaje, para lo cual siempre llevan de rumba una carterita llena de cosméticos, sino de comentar la marca, la procedencia y los atributos de cada uno de sus polvos (en esto se parecen al género masculino?).
Según esto las mujeres utilizan en una jornada de catorce horas alrededor de una hora y cincuenta y dos minutos para hablar mientras se maquillan. Se vuelven ensordecedoras ?sobre todo después de un mes entre baños de mujeres? y es mucho tiempo si se tiene en cuenta que un avión puede ir en dos horas hasta Aruba o que en el mismo tiempo Schwarzenegger puede matar a toda una legión de extraterrestres. A cada cual sacar sus conclusiones.
En pareja
Es viernes y son las 12:45 a.m. Estoy vestida con unos jeans pasados de moda, tenis y una camiseta que me regalaron en un evento cualquiera. Claramente no tengo la pinta adecuada pues las mujeres que entran en el baño me lanzan miradas interrogantes y burlonas. No me importa; yo no estoy de rumba y no tengo a nadie a quien impresionar. Mientras soporto las miradas entra una flaca con el pelo crespo y rojizo, los ojos grandes y la boca ancha, acompañada de una trigueña, pelo negro ondulado debajo de los hombros, buenona, gatica, 34a. Las dos con los hombros descubiertos.
Una carga a la otra, la ayuda a caminar. Me llaman la atención. Se meten juntas al water. Me las quiero imaginar besándose apasionadamente contra la pared del baño y sé que puede ser posible porque he estado en fiestas en las que esto sucede y es más común de lo pensado. Al respecto una conocida me dijo que ?es normal darse besos cuando hay tragos de por medio con las amigas; pasamos mucho tiempo juntas y nos contamos tantas intimidades, que aprovechamos las noches de alcohol en las que estamos solas para darnos lo único que no compartimos de día. Darse besos con una mujer es muy distinto a dárselos con un hombre, los labios son más suaves y los besos más sensuales y ricos. Yo tengo una amiga con la que siempre que estamos de rumba en su casa o en algún lugar público, terminamos besándonos y hasta tocándonos por debajo de la ropa, es un juego excitante y amoroso a la vez, además, al contrario de lo que pasa con los hombres, uno no se siente al otro día culpable ni sucia ni poniendo cachos?.
Una de las niñas que está entre el baño con la otra nos pide a las que hacemos fila un vaso con agua: su amiga se ha pasado de tragos. Para este momento en Bar Fly, en el que caben más o menos 80 personas, se han vendido 40 cervezas y 50 tragos entre vodka, tequila y whisky. Esto sin contar los cocteles que son los tragos preferidos de las mujeres porque saben rico, pero también emborrachan más.
Cuando por fin salen del baño pienso en la teoría más aceptada por los hombres acerca del porqué las mujeres van siempre juntas al baño; es una teoría profunda y sencilla: son lesbianas por naturaleza. Sin embargo, aunque en los baños sí hay acercamientos del tercer tipo, esta no es la verdadera razón. Para la sicóloga Olga Lucía Paredes, las niñas ?las señoras no lo hacen? van acompañadas al baño porque necesitan reconocerse en las demás y medirse comparativamente con ellas. Sin embargo mi teoría ?después de un mes en el oficio de espía? es que a las mujeres les gusta ir acompañadas al baño porque tienen una tendencia originaria a comentarlo todo y porque desde que usan los baños públicos han ido de la mano de sus madres que consideran el ?baño de las niñas? un lugar peligroso al que no se debe ir sola; sigue siendo peligroso.
Club privado
Es sábado y es la 1:05 a.m. Hoy me resistí a salir sola de rumba otra vez y convencí a dos de mis amigas para que me acompañaran, aunque para el efecto es lo mismo porque en el baño estoy sola. Ellas vienen periódicamente para hacerme visita y algo más: entran a uno de los waters y cierran la puerta pero sé qué están haciendo. ¿Quedó bien cerrada la puerta? Todavía nos queda. Estoy superembalada. Viste el tipo que me estaba mirando, el del saco rojo. Pero está con la novia. No me importa. Dale. Tápate la nariz. No lo vayas a regar que queda poquito. Qué rico, está buenísimo. Ahora voy yo. Ayúdame. Pasito que nos oyen las de afuera y nos toca regalar otra vez y ahí sí se nos acaba. Bueno ya. Ven te limpio la nariz. Tengo dormida la lengua. Rico. Vamos por el del saco rojo. Listo. Yo distraigo a la novia.
A medida que avanza la noche, en el ?baño de las niñas?, las historias también se van intensificando. Cada vez entran más mujeres al mismo compartimento, se demoran más tiempo y salen más felices o más enfermas. También aparecen en escena los hombres, que como felinos esperan el momento para colarse con alguna felina; lo hacen sin ningún pudor pues todos estamos ebrios, el mundo entero se va a dar cuenta pero a nadie le interesa y quién no quiere cumplir las fantasías sexuales (así sea, como yo, del lado de afuera de la puerta). Las filas se hacen más largas, la espera es mayor; pero en este punto ya no importa.
Al que a veces le importa ?no siempre- es a la pareja oficial de la felina que está entre el baño con otro un poco por confusión, un poco por lujuria, un poco por alcoholemia. Cuando eso sucede se rompen espejos, hay algo de violencia, las mujeres gritan, los hombres se baten como superhéroes, entran los ?hombres de negro?, los sacan y la noche continúa su rumbo. ?Cada quince días hay una pelea que termina con la echada a la calle y el motivo es, casi siempre, una cuestión de faldas. Recuerdo una pelea famosa que sucedió entre una señora y su marido?, me cuenta un ?hombre de negro? del bar Miranda.
Territorios
Es viernes y es la 1:35 a.m. Por fin me llega el momento de presenciar una pelea entre mujeres. Entra una niña ?la causante del disgusto? más destapada, más moderna y más voluptuosa que la otra. Piercing en la lengua y en el ombligo. Qué es lo que le pasa a usted con mi hombre. Yo me di cuenta de las miraditas. Que sí. Que no estoy loca. No sabe con quién se está metiendo. Está irrumpiendo en mi territorio. Sí, es una advertencia. Es mío. Diga. Hable. Qué me va a hacer. Muy machita. Levantamiento de quijada. Ni yo ni las que están presenciando la discusión intervenimos. No le tengo miedo. Yo me meto con quien a mí se me antoje. A ver. Me está retando. De qué es capaz. Cachetada. Insulto. Cachetada. No pasa a mayores, la violencia no merece que se llame a los ?hombres de negro?.
Pero además de peleas, arreglos, sexo y llanto, el baño de mujeres es el espacio que ellas utilizan para tramar sus más intrincadas maquinaciones de conquista. Las estrategias tienen distintos niveles de violencia, sensualidad, sexo y encuentros o palabras ?espontáneas?. No solamente se arreglan para el macho sino que discuten acerca de los pasos a seguir para cautivar su atención, o para distraer a la novia del que les interesa. Se ayudan entre ellas pero también se odian y compiten por ser las más atractivas y las más solicitadas. Don Espejo no solamente las ve pintarse sino que también está ahí para que ellas se lancen miradas de desprecio y de reto. De crítica y de burla. El baño de mujeres es ante todo el lugar donde ellas elaboran todos los trucos propios de su feminidad y por eso un hombre nunca será bienvenido allí; sería como aceptar un testigo detrás de la mesa del mago.