En esta edición decidimos contestar una pregunta trascendental: ¿se pueden combinar vino y comida criolla? Para responderla, tomamos cuatro botellas de Cumbres, que recomiendan maridajes con sancocho y tamal, y nos desplazamos a la plaza del Siete de Agosto con nuestro experto en catas raras.
Colombia no es un país productor de vinos, y la cocina tuvo que desarrollarse sin la presencia de esta bebida. Nuestra aproximación más cercana al elíxir de la uva era el “cherrinol” quindiano o el Sansón ibérico, que tenía la doble función de despejar los bronquios y “ennoblecer” las anchetas de fin de año, sobre todo si iban para el celador o la aseadora de la empresa.
Algunos puristas se ríen en la cara de quienes defendemos la gloriosa armonía que puede producir combinar un ajiaco con un pinot noir o una lechona con un Rioja; incluso insultan a quienes osemos armonizar un chunchullo con malbec. Sin embargo, esos puristas, esos “cátaros” gastronómicos, callan cuando alguien sugiere armonizar un germánico (no por el barrio Germania) kartoffelsuppe (sopa de papa con pollo) con el mismo pinot noir, reverencian un Rioja maridado con un cochinillo y hacen la venia a un buen asado argentino con malbec. ¡FARISEOS, SEPULCROS BLANQUEADOS!, les grito, parafraseando a nuestro salvador. La gastronomía criolla SÍ va con excelentes vinos, y para la muestra, cuatro botones.
Decía Alejandro Dumas que el vino es “el compañero intelectual de la comida” y por eso me dirigí a La Pega Dorada, en el corazón de la plaza del Siete de Agosto. Y aunque dudo de que la selecta clientela de La Pega Dorada lea mucho a Dumas, sí disfrutaría tremendamente regando su generoso tamal con un merlot o enriqueciendo su sancocho con un malbec. Yo hice la prueba y así me fue:
Cumbres Merlot 2011 del valle de Cachapoal (Chile)
Con tamal santafereño
No era malbec argentino, lo que poco me preocupó, pues el chileno presentaba el mismo chocolate y violetas de su par trasandino, que con el sancocho que incluía la uña de doña Magola, cosa que le dio más consistencia y volumen en boca, mejoró notablemente. Me trasporté al valhalla gastronómico; casi me sentí desfachatado y feliz, como Alejandra y Eva conduciendo su programa, pero retorné a mi realidad montaraz y agropecuaria cuando arribó ruidosamente el camión de cebolla cabezona.
Cumbres Chardonnay 2013 del valle de Cachapoal (Chile)
Con arepa de huevo
Primero, se prueba el vino, que da una alegre sensación de mango, banano y piña, y luego, un gran mordisco a una arepa de huevo con la yema blandita y la masa muy chocante. El sorbo posterior dio un vino más edulcorado que canción de Fanny Lu y un poco más largo que su falda. Igual, rico que me recordara a Fanny Lu y no a Marcelo Cezán (no confundir con Cézanne, por favor).
Me apuré el primer trago de un vino sabroso con notas de cerezas, pimentones asados y menta. El arroz con pollo estaba soso, parecía de fiesta de fin de año en la Contraloría, pero el carménère lo enriqueció de manera maravillosa, casi como cuenta bancaria de magistrado. La mezcla resultaba más armoniosa que la pareja Vives-Anthony, el Gordo y el Flaco, Pinky y Cerebro... La armonía también funcionó con chunchullo, cuyas imágenes no mostramos por si usted sufre del corazón.