Jorge Iván Zuluaga, Jefe del pregrado en Astronomía de la Universidad de Antioquia, dice no poder dejar de prestarles mucha atención a las retahílas de Sheldon, porque cuando habla de ciencia, ¡es ciencia de verdad!
Al principio odiaba The Big Bang Theory. Era como una caricatura exagerada de lo que mis colegas, estudiantes y yo mismo somos, de lo que hacemos. "¿Quién va a creer que la vida de los científicos es así?"; "¡Qué exageración pensar que haya científicos que no puedan entender un chiste o hablar delante de una mujer!"; "Si es que los científicos somos de lo más normales"… Eso me decía. (Game of Thrones está venciendo al porno)
Sin embargo, con el tiempo empecé a encariñarme con sus personajes, porque, a diferencia de otras series y películas de científicos y de ciencia ficción, la vida cotidiana de los amigos de Pasadena está llena de eventos impredecibles y situaciones dramáticas que resultan muy chistosas. Y lo mejor es que la ciencia, como la física, la astronomía o las neurociencias, se cuela como protagonista en cada capítulo, tal y como la conocemos los científicos.
Para empezar, los laboratorios que muestran en la serie son de verdad, incluyendo el de Amy, que es neurobióloga. Por ejemplo, en el de Leonard aparecen dispositivos para la manipulación de la luz de los láseres como los de los laboratorios de óptica reales. También están los tableros de Sheldon, que son mundialmente famosos entre científicos fanáticos de la serie, como yo, por lo que hay escrito en ellos. Las ecuaciones que vemos no son simples adornos de utilería trazados con marcador. Al contrario, esos incomprensibles mamarrachos corresponden a datos correctos de la física de partículas o la astrofísica y en ocasiones se encuentran los avances o descubrimientos del momento.
Por ejemplo, hace poco fue muy sonado el hecho de que en uno de los tableros aparecían dibujados los resultados de un experimento en el acelerador de partículas del Fermilab, el gran laboratorio de física de Estados Unidos con sede en Chicago, que no habían sido publicados siquiera por ellos. El tablero mostraba una curva que demuestra la existencia de una partícula elemental nueva. Eso me parece genial: no contentos con hacer una serie científicamente correcta y muy divertida, los creadores también hablan de lo último en guarachas.
Tampoco se les escapa la actualidad de los problemas que afronta el gremio científico. Un caso que recuerdo mucho es el de hace un año, cuando se anunció el descubrimiento de las huellas de ondas gravitacionales en la radiación cósmica de fondo, un hallazgo que después fue puesto en duda. Apenas apareció, Sheldon inmediatamente cambió de área de estudio. Él venía trabajando con la teoría de supercuerdas, que dice una cosa muy distinta sobre el origen del universo a la que mostraba ese descubrimiento. A partir de ese momento, él decidió empezar a trabajar en materia oscura, un tema de mucha actualidad. Eso me sorprendió muchísimo, porque reflejaba lo mismo que les estaba pasando a muchos investigadores en el mundo: se estaban cambiando de un área a otra.
Como físico y astrónomo, no puedo dejar de prestarles mucha atención a las retahílas de Sheldon, porque cuando habla de ciencia, ¡es ciencia de verdad!
En ocasiones se presentan ideas que, a pesar de ser ficticias, son impresionantes, porque parece que sí pudieran ser planteadas científicamente. Por ejemplo, una vez Sheldon creyó haber descubierto una isla de estabilidad en los núcleos atómicos más pesados, algo que le permitiría encontrar nuevos elementos químicos, y, aunque terminó siendo un error de cálculo, era bastante sugestivo. (Las series de televisión más caras de la historia)
Otro detalle que me gusta mucho —y que les encanta también a mi esposa y a mis hijos— es que muestren que los científicos somos seres humanos con pasiones y comportamientos irracionales y mundanos, como todas las personas. O también cuando sugieren que hasta el más nerd puede ganarse el corazón de la novia de un grandulón, con obvias ventajas “físicas”, o que planteen que la científica talentosa —y no solo el yuppie de Wall Street— puede recibir bonos millonarios y ser boyante en su profesión. Y, claro, me emociono con la aparición de nuestros ídolos científicos —como Stephen Hawking, George Smoot y otros grandes— en situaciones chistosas y muy humanas.
Como se pueden dar cuenta, The Big Bang Theory es para mí una de las series más divertidas de todos los tiempos. A pesar de saber que tiene muy buenos asesores científicos, aún me esfuerzo por encontrar cualquier imprecisión en los discursos de Sheldon o descubrir si se les escapó algo a los guionistas para hacer más chistosos los diálogos. Pero no he podido encontrar un error. Tal vez lo único que creo que no pasaría en la realidad es que el ascensor de cualquier edificio de apartamentos, sobre todo de uno en el que vive un grupo de científicos, esté dañado durante tantos años. (La musa y la moza de los Rolling Stones)