Desde su estudio en Brooklyn, la fotógrafa colombiana trabaja en la edición final de las fotos que exhibe en la galería Wynwood Art 29, de Miami. SoHo tuvo un adelanto de esta obra.
A Raquel le gusta ir contra corriente. Mientras la mayoría cae en las redes sociales, la fotógrafa Glottman, de padres colombianos y radicada en Nueva York, se interesa por lugares remotos donde su única conexión es con la naturaleza y el arte. La posibilidad de silencio absoluto y una noche estrellada sin más que la luz del cielo, fue lo que la motivó a elegir para este proyecto la selva del Darién, en el Chocó; y las playas de Palomino, en La Guajira. “Me atrajo el Darién por sus 360 pequeñas islas, pero sobre todo, porque hay que llegar en avión, bus, lancha y a pie”. Esta es la razón de la expedición que la desconectó de la civilización. “Primero dejamos de ver carros, más adelante no había internet, y seguimos avanzando hasta un lugar donde no tenían electricidad ni agua potable”.
Raquel y su equipo (una modelo francesa, radicada en Santa Marta; y un asistente de fotografía sueco) se despojaron de miedos y prejuicios. También prescindieron de la ropa. “El único momento incómodo y cuando sentimos la inseguridad sobre la que nos advirtieron fue cuando cruzamos la frontera con Panamá”. Se aventuraron a conocer Playa Blanca, en el vecino país. El lugar estaba lleno de basura y cuando iban a iniciar la sesión aparecieron unos militares panameños. Se salvaron de ser interrogados cuando ella aclaró que hacían parte de un proyecto artístico y medioambiental, pero aún así los expulsaron de la zona. La explicación era verdad: trasladar sus fotos a exteriores extremos, como la selva y la sierra, constituye su filosofía de vida. “Mi meta es inspirar, por medio de imágenes, la sanación. Busco que mis fotos sean un puente entre el mundo moderno y el alma del planeta”. Esta mujer, que ya completa 30 años de carrera y ha expuesto en todos los continentes, se llevó en su mente los ríos y su desembocadura al mar, y los árboles que ella llama “seres imponentes, viejos gigantes con raíces que, como venas, corren bajo la tierra”.
Para la artista, el desnudo es el lenguaje más elemental. Cuando comenzó su carrera en Jerusalén, ella posaba para sus creaciones; después involucró a algunos miembros de su familia y amigos; hoy trabaja con modelos y bailarines. “El único requisito es que se sientan cómodos con su desnudez, es esencial para darles el sentimiento instintivo que busco a mis imágenes”.
Verlas colgadas e iluminadas será la culminación de un sueño, pero no del único que se le hizo realidad este año. “La última noche en el Darién logré ver la Vía Láctea y muchas estrellas fugaces... Ya para entonces llevábamos en las memorias de la cámara un tesoro”.