En 1976, la fuerza élite israelí ejecutó el rescate del siglo en Uganda, que les salvó la vida a cerca de cien rehenes. Llega a Colombia una nueva cinta que reconstruye la Operación Entebbe.
Hay un avión que debe aterrizar en París al finalizar la tarde del 27 de junio de 1976. Hay 12 tripulantes y 248 pasajeros que duermen, conversan o leen. Hay una azafata que está a punto de gritar pero se contiene, aunque no puede evitar que algunas personas se enteren de lo que ocurre. Sus ojos, sus cejas, su boca, sus mejillas, su piel gritan. Y lo hacen con el más aterrador de los gritos: el miedo estampado en silencio.
La azafata ya sabe, ya ha visto a un alemán que apunta a la sien del piloto. Proveniente de Israel, el avión despegó de Atenas hace unos minutos con rumbo a París. Pero una hora después estará secuestrado en Bengasi, Libia. Después de recibir gasolina volará a Entebbe, Uganda. Y el aeropuerto de esa ciudad será el escenario de uno de los secuestros aéreos más famosos de la historia. El lugar, cercano al hermoso lago Victoria, nació como un punto de enlace para vuelos largos desde Europa hacia el sur de África y desde 1976 entró a los decorados del cine gracias a este suceso. A la fecha, varios documentales y tres películas de ficción, entre ellas una nueva cinta que se estrenará en Colombia el próximo 17 de mayo: Rescate en Entebbe.
Es el telón de fondo de siempre, la pugna del pueblo judío por encontrar un territorio propio y las repercusiones provocadas por la creación del Estado de Israel. Dos de los secuestradores pertenecían al Frente Popular para la Liberación de Palestina —FPLP— y los dos restantes eran alemanes, una mujer y un hombre, pertenecientes al grupo extremista Rote Armee Fraktion —RAF— (Fracción del Ejército Rojo). El origen de la acción era la disputa más constante y sangrienta de la segunda mitad del siglo XX, entre palestinos e israelíes, y el propósito de los cuatro armados era conseguir la liberación de decenas de palestinos encarcelados en Israel y otros lugares del mundo.
El alemán fue quien apuntó a la cabeza del piloto, mientras los otros tres secuestradores tomaron control de los pasajeros y la tripulación. Minutos antes de la una de la tarde de aquel día de junio de 1976 comenzaba uno de los guiones de acción más fascinantes de la historia, escrito por la realidad, con su sucesión de planes, casualidades, venganzas y errores.
Los primeros planes corrieron por cuenta de los secuestradores, quienes aprovecharon la huelga de los empleados del aeropuerto de Atenas para ingresar en el vuelo 139 de Air France, proveniente de Tel Aviv. Ya en el aire, esperaron la señal de liberación de los cinturones para comenzar el asalto, obligar al piloto a cortar comunicación y desviar el vuelo hacia Libia, donde pudieron abastecerse de gasolina gracias a la acogida de Muamar el Gadafi, gobernante propalestino, y continuar hacia el destino acordado: Uganda, donde el dictador Idi Amin lideraba el país desde 1971 y apoyaba a todo el que estuviera en contra de Israel.
Los otros planes se idearon cinco días después del secuestro. El gobierno de Israel se arriesgó a atravesar el mar Rojo con cuatro aviones hércules cargados con escuadrones militares con la orden de aterrizar en la noche en el aeropuerto de Entebbe. El objetivo fue engañar al ejército ugandés con un Mercedes-Benz negro escoltado por dos jeeps, como se transportaban Amin o los altos cargos de su gobierno. Pero antes sucedieron varias casualidades.
La primera: hubo un hombre que participó en varios rescates fallidos de rehenes israelíes capturados por grupos palestinos. Su nombre: Muki Betser, entonces de 30 años y comandante de la Sayeret Matkal, unidad especial de inteligencia de las fuerzas militares de Israel, encargada de combatir el terrorismo. Betser, para su propia sorpresa y la de sus jefes, fue el responsable de entrenar, años atrás, a tropas militares de Uganda, por lo que conocía como nadie sus fortalezas y debilidades.
La segunda casualidad es otro enlace olvidado entre Uganda e Israel, cuando una empresa arquitectónica de Tel Aviv construyó la primera terminal del aeropuerto de Entebbe, donde los secuestradores condujeron a los rehenes. En 1976, la ciudad ya tenía otra terminal, a poco más de dos kilómetros de aquella donde los pasajeros del avión fueron divididos en dos grupos: los judíos o israelíes y los no israelíes. Y las fuerzas militares de Israel, dirigidas por el ministro de Defensa, Shimon Peres, emplearon los planos de la vieja construcción para diseñar la operación que permitió el rescate que desató la admiración del mundo.
La tercera casualidad, que pondría uno de los sinsabores al rescate, fue la salida del grupo de rehenes de Dora Bloch, una mujer de 75 años que tuvo que ser transportada a un hospital en Kampala, capital de Uganda, a 35 kilómetros de Entebbe. Luego del aterrizaje de los hércules, el cruce de disparos, los muertos, la liberación y el regreso de la misión a Israel el 4 de junio ?siete días después del secuestro?, fue la única judía que quedó en el país africano, a la suerte de la venganza de Idi Amin. Y poco se supo de ella hasta tres años después, cuando el dictador fue derrocado y pudo recuperarse el cadáver de la mujer que viajaba en aquel vuelo de Air France con uno de sus hijos y que sufrió toda la ira de un gobernante burlado públicamente.
Antes de la venganza por el rescate, perpetrada en el cuerpo de una anciana sacada a rastras del hospital por varios militares y luego asesinada, Amin quiso vengarse de Israel por otra rencilla: ocurrió en 1972, cuando la primera ministra judía, Golda Meir, se negó a prestarle al dictador africano un avión militar para bombardear Kenia, vecino con el que Uganda mantenía conflictos. A partir de este ‘no‘, Amin se convirtió en un enemigo declarado de Israel. Y este fue el detalle que permitió que los secuestradores pudieran llevar el avión sin ningún problema al principal aeropuerto de su país.
Amin quiso ser el anfitrión de un soborno. Pero Israel no iba a ceder, como lo declaró años después el ministro de Defensa en aquel entonces, Shimon Peres, en un documental de National Geographic (2007), pues solo concebían dos opciones: rescatar a los pasajeros o perderlos. Y para lograr lo primero, Peres se reunió con Amin y le solicitó una intermediación con los secuestradores para solicitarles un plazo, que terminó en un sí: de la 1:00 p. m. del jueves primero de julio se amplió al domingo 4 a la misma hora, o de lo contrario ocurriría lo anunciado: el asesinato uno a uno de los secuestrados judíos.
Amin quería la fama, como Peres sabía. Esta negociación se la aseguraba, y así se le comunicó a manera de anzuelo: podría ser Premio Nobel de Paz. Y algo así para un hombre sediento de poder era perfecto. Para Israel la negociación del africano con los secuestradores significó el boleto para planear la operación militar más fantástica en su corta vida como país.
Pero este guion de película necesitó de algunos errores. De los secuestradores en su plan y de Israel en la ejecución de su operación de rescate. Y del azar, que puso algunas trabas, como si escribiera para generar emoción en el público que en el futuro vería la adaptación de la realidad a la ficción. Errores que, como se pudo ver en las primeras cintas que se grabaron sobre el tema, Victoria en Entebbe (1976), Operación Entebbe (1977) y Operación Trueno (1977) —esta última una producción israelí—, son fundamentales para el desarrollo de la trama.
Todo parece sacado de una mesa en la que un productor, un director y un guionista pulen un argumento para que las emociones del espectador fluyan: sorpresas, expectativas, temores, esperanzas, éxitos. Y los errores son marcas que vuelven sinuoso un camino que pudo ser lineal, corto y trágico.
Como la división de los rehenes en israelíes y no israelíes, y la liberación de estos últimos cuando los secuestradores otorgaron el segundo plazo, les permitió a los militares conocer con precisión detalles del cautiverio: vigilancia, lugares, tiempos, armas, número de secuestradores. Y dar emoción a una película que aún no lo era.
Como el plan de Israel, que resultó más cinematográfico de lo planeado: al aterrizar en silencio y poner en marcha el Mercedes negro que engañaría a los soldados ugandeses, varios hombres en la operación ignoraban que los africanos levantaban sus armas en gesto de disparo como un saludo. Y un soldado israelí vio esto, se asustó y disparó. La sorpresa militar se fue abajo, pero la emoción cinematográfica subió. Y a raíz de este caos de fuego, varios muertos: uno de los comandantes de la misión, Yonatan Netanyahu (que se convirtió en héroe nacional, hermano de Benjamín Netanyahu, actual primer ministro), y tres rehenes, heridos fatalmente durante el enfrentamiento. Y los malos de la película, por supuesto, asesinados: todos los secuestradores y más de 30 soldados ugandeses.
Rescate en Entebbe la filma José Padilha, el mismo director de las series Narcos y El mecanismo. Tiene a su servicio lo que no tuvieron las otras adaptaciones en los años setenta: avances tecnológicos. Grandes ayudas para hacer real un espectáculo que parece un cuento imaginado por un grupo de niños jugando a la guerra. Con detalles que, si no fueran hijos exactos de la realidad, no serían tan fascinantes en un tiempo en el que la no ficción, por increíble que parezca una historia, garantiza el éxito. Además, la nueva película promete liberarse del melodrama innecesario y exhibirá, al parecer, la complejidad desde todos los puntos de vista, incluyendo el de los secuestradores.