¿Por qué diablos un periodista reconocido del D.F. se atreve a defender sin pena al candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, tildado de racista, xenófobo, machista y antimexicano?
comienzo con una aclaración: no soy gringo, soy mexicano, y por tanto no puedo votar en las elecciones de ese país. Es decir, no tengo enfrente la encrucijada de tachar mi voto por Hillary Clinton o por Donald Trump. Si lo fuera, como resultaría inútil dedicarme a convocar firmantes en change.org para que Obama pudiera repetir otros cuatro u ocho años, no tendría más opción que votar por Trump.
Lo sé. Acabo de perder a casi todos mis amigos.
Lo cierto es que el camino fácil sería sumarme a todos mis compatriotas y tirar una carretada de majaderías e insultos contra el hombre del rostro naranja y el copete de nave espacial. Usar cuanto foro sea posible para manifestarme en contra del loquito vociferador, del predicador de insultos fuera de tono, del mesías de cuello blanco tan exitoso en el alquiler de su nombre como marca para construir rascacielos, hoteles y casinos. Podría hacer igual que el expresidente mexicano Vicente Fox y, al calor de unos tequilas, tomarme fotos con mi mujer en la Riviera Maya y confrontar al magnate estadounidense vía Twitter, propinándole los debidos “Trump, you are not welcome here”, en el peor inglés posible, y así ganar algunos aplausos por sumarme a lo que hoy se exige: manifestarse abiertamente anti-Trump.
No lo voy a hacer. Primero, porque a Trump le importa un culo lo que yo piense y diga. Segundo, porque la suma de cartelones en contra no le ha despeinado un solo pelo del copete pronunciado al individuo en cuestión. Tercero, porque ocurre que esta estrella de los reality shows televisivos ha entendido mejor que cualquier otro candidato el sentir de una inmensa mayoría del pueblo estadounidense. ¿Hillary Clinton? Bajo ninguna circunstancia. Conoce bien el Yale Club en Nueva York y todos los edificios del poder en Washington, pero jamás ha conversado con un productor de papas en Idaho, un ganadero de Nebraska o un joven que se gana la vida en Orlando con una botarga de Tribilín. Ya hubo una dama de hierro sin emociones alguna vez, y ese cuento no terminó bien.
En el país del marketing, el gritón es rey. Como nadie más, Trump ha entendido que esos granjeros, ganaderos y demás trabajadores blancos están hartos de que los otros, los visitantes, los aliens, tomen sus plazas de trabajo y asciendan en los peldaños del sueño americano para de pronto convertirse en sus vecinos. Sí, esos latinos ya no se dedican únicamente a la pizca de frutas y hortalizas o a lavar los trastes en las cocinas de los restaurantes. Y esos blancos que pueblan los estados centrales y sureños de Estados Unidos están fastidiados. Ya no quieren escuchar discursos solemnes y planos, se cansaron de la retórica hueca y calculada de sus gobernantes. Por eso escuchan a Trump. Y este ha jugado, con gran eficacia empírica, a productor de Hollywood y Broadway en todas las instancias y en todas sus manifestaciones, sin bozal.
El hombre del copetín lo entendió mejor que ninguno y la evidencia está en la consumación de su candidatura republicana: en la sociedad del espectáculo hay que generar noticia todo el tiempo, dar manotazos en la mesa, vilipendiar al contrincante, tronar el fuete de cowboy y repetir centenas de veces la misma mentira hasta que se cubra con velo de verdad. Ese tipo ha entendido mejor que nadie lo que la audiencia quiere: el show debe seguir, pero con nuevas formas. Adiós a las premisas establecidas y al discurso acartonado del establishment, tan notorio en las dinastías Bush, Clinton y demás apellidos de abolengo político. Que suenen las tamboras, se levanten muros, se queden fuera aquellos que bien podrían ser terroristas y se reivindique al middle american, al olvidado ser humano de piel rosada y cabellos rubios. Después de todo, las escuelas públicas son bastante deficientes: ni las clases de historia ni las de geografía parecen haber surtido algún efecto en las mayorías anglosajonas. Lo que cuenta es el estribillo de Let’s make America great again!, que miren que si uno fuera gringo le pondría chinita la piel, abriría el apetito para cantar el himno nacional con más sentimiento que Beyoncé y envolverse en la bandera de las barras y las estrellas dispuesto a gritarles a todas esas personas de colores que seguro no nacieron aquí, en esta gran nación, get outta here, modafoka! Puro deber patriótico.
La democracia es un mito genial, a fin de cuentas. Un error de la estadística, decía Borges. Ese espejismo que nos hace creer que de verdad somos nosotros quienes elegimos el destino de nuestras naciones. Y, ciertamente, el discurso populista de Trump tiene su clave ante la tiranía de lo políticamente correcto, como bien señala Jesús Silva-Herzog Márquez, luminoso analista político mexicano: “Todo en Trump es irracional. Como el mundo mismo. Es la política del desahogo, la que transforma el absurdo en esperanza”.
Por ello mismo, en compañía de Silva-Herzog Márquez, hay que citar al legendario editor de la revista New Republic Andrew Sullivan en su disertación sobre este error de la estadística: hoy se rechaza la experiencia como complicidad, se desprecian las reglas como estorbos, se ridiculiza el respeto como hipocresía, por lo que lo que puede explicar el fenómeno de Trump es la intensidad de las frustraciones y la ruina del diálogo: “Trump no es un político chiflado de ultraderecha, ni un tedioso espectáculo de televisión, o un fenómeno de Twitter, o el más extravagante campeón de los pobres. No es un candidato entre otros, al que haya que analizar y ponderar en la televisión. Para nuestra democracia liberal y nuestro orden constitucional, Trump es una amenaza de extinción”.
Si damos por descontado que el cambio climático desequilibrará al mundo con mayor velocidad que la prevista, Trump es un verdadero redentor mesiánico: llega justo a tiempo para acelerar los fines de los tiempos. Si le sumamos que en Rusia tienen su propia versión trumpiana, más completa y amena, representada por Putin, queda claro que están puestas todas las condiciones para que el calentamiento global le robe la gelidez a la Guerra Fría. Quizá todos suframos menos de esa manera. Siquiera, para nosotros los latinoamericanos se abre una gran esperanza, porque no habrá forma de entrar a ese país en proceso de destrucción masiva.
esta estrella de rostro anaranjado ha entendido mejor que nadie el sentir de una inmensa mayoría del pueblo gringo.
Que se levanten muros, se queden fuera aquellos que bien podrían ser terroristas y se reivindique al middle american, al olvidado ser humano de piel rosada y cabellos rubios.