Opinión

La noche es un travesti

Por: Pablo R. Arango

La mayoría de nuestras clasificaciones dicen más sobre nosotros que sobre la realidad. Pensemos, por ejemplo, en el dúo día-noche y sus familiares.

Asociamos la noche a lo siniestro, al crimen. Pero el sicario prefiere matar de día porque tiene mejor iluminación para apuntarle a su víctima; y las autoridades que lo perseguirán a plena luz del sol están enguayabadas (porque usaron la noche para beber); y lo último que un nacido de mujer quiere, estando enguayabado, es el sol y son los tiros. Asociamos la noche a lo oscuro, solo porque es oscura, pero en los casinos, de noche, hay tanta luz que parece de día; es un truco para hacerlo quedar a uno pegado a la mesa perdiendo plata hasta quedar limpio. Asociamos la noche al momento en que nuestras pasiones se desatan, a la prostitución y el delito. Pero probablemente se delinque y se folla más de día que de noche, por la sencilla razón de que hay más gente despierta. Así que la pregunta infantil en este caso apunta a un lugar interesante: ¿Por qué hacemos estas asociaciones falsas con el día y la noche, sobre todo con la noche? 

(El Palermo que ya no es)

Me permitiré especular un poco, y pido perdón desde ya a las mentalidades literales. Tememos a la noche porque ella representa el fondo inconsciente, el pozo interior que todos llevamos y que no entendemos y que nos define. Por eso mismo nos fascina. La noche está hecha no de los giros del planeta alrededor del sol y de sí misma, sino de la materia de la que están hechos los sueños: de la fuerza ciega de la vida, que nos arrastra y a la que nos resistimos. Todo lo característicamente humano nace en esa franja nocturna en la que, mientras somos empujados por la vida, intentamos vanamente controlar nuestro destino.

Una marca de la esencial ambigüedad de la experiencia humana es que seamos animales diurnos y nocturnos por igual. Nos gusta la luz y lo que para nosotros representa, pero no podemos vivir sin la noche y sus vicios. Adán y Eva estaban en el paraíso —¡por Dios!, el paraíso—, pero hubo un momento en que tenían que huir. Mark Twain dijo que para Adán el paraíso estaba donde estuviera Eva. No, no el paraíso, pero sí donde quería estar: un sitio de conflicto y necesidad y esfuerzo y pérdida. Eva era eso: una cueva de donde sale la vida, es decir, el conflicto, el dolor y la posibilidad única de la dicha.

(Una noche en la clínica del sueño)

La primera acepción metafórica de la palabra “noche” que registra el diccionario es: “Confusión, oscuridad, tristeza”. Estas asociaciones revelan nuestra ineludible parcialidad, nuestra disposición para negar lo ambiguo, lo travestido, lo incierto, lo andrógino. Lo negamos precisamente porque es lo que nos define: somos seres ambiguos, oscilantes.

Recuerdo que a comienzos de los años noventa llegó el primer travesti a Manzanares, Caldas. En los primeros meses de su estadía, siete de los machos emblemáticos del pueblo —un carnicero, un camionero y así sucesivamente— vieron tambalear o quebrarse sus respectivos matrimonios por andar tras el bello nuevo monstruo. Eso, para mí, es la noche.

* Profesor de Filosofía de la U. de Caldas. Autor de Grandes borrachos colombianos (Malpensante).

(La noche en que the Beatles estuvieron a punto de regresar)

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