Alejandra López González cuenta por qué detesta salir con ese hombre al que todo el mundo adora.
Una vez salí con un tipo famoso. Entrador y bacán. Querido por sus amigos y admiradores y con club de fans. Como Miss Universo, que entra a todas partes meneando la manito y saluda a todo el mundo, así, tal cual, hacía él su entrada triunfal (solo le faltaba mover la colita como los perros). (¿Por qué las mujeres prefieren a los hombres con barba?)
La cita de la desgracia fue así: recogida en mi casa (con chofer), ida a un concierto con entradas VIP, saludo al cantante en el backstage y, al terminar, llamada desde el carro al dueño de un afamado restaurante de la zona G.
—Hola, mi amor.
—Hola, mi vida.
(Se decían así: mi amor y mi vida).
—Te llamo porque tenemos hambre y a esta hora ya todo está cerrado.
(Era aproximadamente media noche).
—No te preocupes, mi amor, ven, que yo le digo al chef que abra la cocina y te atienda.
(Fin de la llamada). (¡No al hombre hipersensible!)
El dueño del restaurante sale a recibirlo, abrazos, besos (mua, mua), amor puro y verdadero, mesa especial, chef que saluda de beso en las dos mejillas y pregunta qué quiere, y el señor famoso pide un plato —que por supuesto no está en la carta— con un poquito de esto y un poquito de aquello. Luego, la rumba, y mi famoso, la sensación de la noche. Todas quieren con él, vienen a saludarlo, quieren hablarle, sentarse con nosotros, compartir tragos, bailar, tomarse una selfie para postear en sus redes.
Cuando me deja, ofrece ponerme un carro para que me suba, me baje, me lleve y me traiga, y entonces le recuerdo que puedo caminar, pedir Uber, coger taxi o, en el peor de los casos, TransMilenio. Obvio, fin de la historia de amor con el famoso después de este episodio.
A él, al famoso, hay que darle el beneficio de la fama; sale en las revistas Jet Set y TVyNovelas y lo llaman "gente importante”. Uno entiende que su trabajo lo obligue a pasar de bacán. Pero cuando pasa algo similar con cualquier petardo, la cosa es a otro precio. (¡No al hombre que se cree superpolvo!)
Nada peor que el mando medio que se cree famoso y amigo de toda la humanidad; el pendejo que —después de escoger la comida y el trago por uno, como si uno jamás hubiera ido a un restaurante— se sienta a hablar de toda la gente que conoce y cada cinco minutos se para a saludar al comensal de al lado o al que se está yendo o al que acaba de entrar, en una demostración indiscutible de total lagartería. Porque —pongámonos la mano en el corazón— de bacán y entrador a lagartazo no hay sino un pasito (y una foto en las páginas sociales).
Hace poco salí con uno que después de cada rumba lo primero que hacía en la mañana era coger mi celular y llamar a todas mis amigas y amigos para preguntarles cómo habían amanecido, si tenían mucho guayabo o si querían que les lleváramos algo. Debo confesar que la primera vez que lo hizo me pareció un buen detalle y hasta pensé “qué ternura de bebé”, pero cuando el tema se volvió recurrente, ya me pareció sospechoso. Este mismo personaje era amigo de todas las cajeras de Carulla, de la señora del carrito de los cigarrillos, de todos sus vecinos y de todos los taxistas a quienes les hacía la conversa desde que se subía hasta que se bajaba. Era el típico caso de “miren qué buena gente, buen ser humano y buen ciudadano soy”.
¡D E S E S P E R A N T E!
El bacán y entrador, en realidad, puede ser el espécimen que se cree chistoso, el de “los amigos de mis amigas son mis amigos”, el que se las da de mejor bailarín, el de los miles de seguidores en Twitter que se cree bacán por eso, el que jura que los papás de uno lo adoran y que ya hace parte de la familia o el que está convencido de que media humanidad se muere por conocerlo.
Yo es que doy con los peores extremos: los patéticos hippies marihuaneros que se quedan en hamaca en el Tayrona y jamás pagarían una habitación en el hotel de Bessudo, o el mando medio bacán y entrador que no sabe qué hacer para caerle bien a todo el mundo. (¡No al hombre demasiado inteligente!)
Sinceramente, no sé cuál de los dos es peor. Y creo que el problema —en últimas— debo ser yo. Voy a probar con un milenial de 20 al que no le interese en absoluto caerle bien a la gente ni ser bacán o entrador y cuya mayor preocupación sea cazar pokemones. Al fin y al cabo, los milenials son lo de hoy.