Antes de guardarse en su casa, para protegerse de la pandemia, el periodista Miguel Reyes estuvo en la selva de Costa Rica. Allí hay un festival que arma una de las mejores fiestas del mundo, al tiempo que ofrece espacios para conocerse interiormente.
Los que creían que los tiempos de peace and love se quedaron enredados en las barbas de un hippie setentero, tendrán un particular “viaje”.
Es de extremos. En uno hay una sala de meditación y en el otro, un escenario de música electrónica que suena hasta el amanecer. Eso, y todo lo que hay en el medio, se encuentra en Envision, un festival que combina música, arte y yoga en Uvita, un pueblo a cuatro horas de San José, la capital de Costa Rica.
Desde hace diez años forma parte de los llamados festivales “transformacionales”. Su intención es crear mundos paralelos, romper esquemas y ofrecer un espacio a todas las formas de expresión. Allí nada funciona como en las calles de cualquier ciudad. La mayoría de gente anda semidesnuda, disfrazada, interpretando personajes muy diferentes a los que tiene que ponerse encima, en el mundo. Allí no hay plásticos, ni objetos de un solo uso. No se ven borrachos y menos, peleas. Hay, sí, todo lo que se necesita para mantener una fiesta de altísima calidad durante una semana: mucha música, arte, yoga, charlas, drogas, carpas y comida.
Hay niños, bebés recién nacidos, mujeres embarazadas, algunos viejos y una masa de jóvenes entre los 30 y 40 años. Todo ocurre en un paraíso natural: la selva tropical (en la que milagrosamente no hay mosquitos en temporada seca) y frente al océano Pacífico.
La música es intensa y absorbente. Al fondo de este escenario hay una piscina de semillas de una especie parecida a la guama y, detrás, el océano Pacífico. Foto: Cortesía Envision Festival.
La génesis de Envision es Burning Man, otro festival que toma mucha fuerza y que se lleva a cabo en el desierto de Nevada, Estados Unidos. Sus pilares son similares: no dejar rastro de basura, libre expresión e inclusión radicales, vivir el presente y compartir. A partir de estos principios surgen los nuevos mundos, temporales pero reales. “La idea es darnos cuenta de que podemos rediseñar nuestros modelos de vida”, dice Stephen Brooks, uno de los cofundadores del festival, un estadounidense que vive hace 25 años en Costa Rica.
Su particularidad es el compromiso con el planeta. No se usan plásticos, los vasos y platos funcionan con un sistema de vouchers que solo permite tener uno o simplemente se reemplazan con hojas de plátano. Decenas de voluntarios trabajan para minimizar los desechos enviados a los basureros y para maximizar el reciclaje. Es de aplaudir que más de 7000 personas acampen siete días y no se vea suciedad. Además, en la década que lleva el festival se han sembrado más de 45.000 árboles en la zona.
Quizá el mayor desafío para los asistentes es el calor. La temperatura puede alcanzar 33 grados centígrados con humedad. Es común insolarse y tener brotes en la piel por el permanente sudor. Las personas, en su mayoría, se hospedan en carpas, por lo que es imposible dormir después de las 8:00 de la mañana. Otros alquilan cabañas o casas a los alrededores.
Está pensado para que de un lado se viva la fiesta y del otro, el yoga. Hay ocho espacios (“templos”, los llaman) con diferentes actividades ocurriendo todo el día: charlas sobre alimentación sana, diversos tipos de yoga, talleres de respiración, siembras de árboles, música medicinal, sanación con sonido, tantra, permacultura... todo lo imaginable en el “mundo del bienestar”. Del otro lado hay tres escenarios de primer nivel, con shows de luces y fuego, y más de 60 bandas de música que tocan tarde y noche. En medio, la zona de comidas y tiendas... todo con el sello de “sostenible”.
Los talleres y meditaciones son oportunidades para explorar traumas y conocerse a sí mismo. Pero la terapia de la mayoría acá es bailar. Bailar hasta que el cuerpo aguante. Además de los conciertos y los DJ, hay varias sesiones de ecstatic dance (baile extático): un movimiento consciente para el cual no hay técnicas ni instrucciones precisas. Solo dejarse llevar por la música y moverse libremente. Suelen hacerse durante el día, en sobriedad y con gente de todas las edades.
Algunos lemas del festival son: “Estira tu cuerpo y tu mente” o “Dicen que debes conocer el mundo, pero es más importante conocerte a ti mismo”. Foto: Cortesía Envision Festival.
En una clase, a las 11:00 de la mañana, invitan a mirarse a los ojos con el vecino mientras cantan Don’t worry, be happy e Imagine. Luego cantan, a grito herido, I will always love you, de Whitney Houston. Así empieza el día, abrazando a desconocidos sudorosos y olorosos, mirándolos a los ojos, mandándoles besos y deseándoles amor. Simultáneamente hay lugares de música electrónica que podrían ser el inframundo, cargan tanta energía que hasta para el más tieso se hace necesario moverse.
Drogas hay. Los psicodélicos son lo más común: los chocolates de hongos los venden en canastas anunciados abiertamente. “Los psicodélicos y las plantas medicinales son un impulso para que las personas comiencen a cuestionarse radicalmente. Es como si fuera lo que suaviza nuestros cerebros para darse cuenta de que hay más por ahí, que hay otra manera de ver las cosas”, dice Brooks. De cocaína y otras más fuertes se ven pocas, pero también las hay. El alcohol es mínimo... no se podría manejar un guayabo en medio de la selva, con pocas horas de sueño y requiriendo tanta energía. También anda por ahí mucha gente sobria: tanta información nueva es suficiente para alterar los sentidos.
Según Brooks hay muchas personas que simplemente van a tomar éxtasis y a bailar. Pero crece el número de los que llegan atraídos por la comunidad, por los talleres: “Nuestro target no es el raver de 22 años, es gente de 35 años que ya lo ha hecho antes, y ahora busca soluciones”. Él, que está terminando su libro Break Them Chains (Romper las cadenas), sobre cómo una persona normal escapa del sistema, pretende hacer eso justamente: sacar a los festivaleros de su zona de confort y llevarlos a construir otra. Efectivamente, al rato de estar acá se desvanecen los prejuicios y se reducen las quejas. Esa es la idea: cambiar de piel y construir resiliencia.
Pero, no todo es dicha. Hay ratos de soledad y desespero. Es fácil perderse de los amigos y en medio de tanta gente desconocida uno no es nadie, ni nadie lo nota. Ríos de personas pasan por los lados y da igual si uno está disfrazado, semidesnudo, alegre o triste. Hay una sensación de indiferencia y a la vez de aceptación. Al estar entre tantos humanos, tan distintos, se olvida por qué somos especiales.
“Todos estamos juntos en esto”, dice una canción al final de una sesión de meditación. En una esquina más adelante se ve una mujer con los ojos vendados que sostiene un cartel: “Confío en ti. ¿Tú confías en mí? Dame un abrazo”.
“Tenemos una intención clara: crear un sentido de comunidad. Ese proceso requiere cambios. Suele pasar que haya un antes y un después del festival. Al volver a sus casas muchos no quieren seguir viviendo como antes”, dice Sarah Wu, otra cofundadora.
Algunos de los principios de este festival son: libertad de expresión radical, vivir el presente, compartir y no dejar rastro de basura. Foto: Cortesía Envision Festival.
Las conversaciones con desconocidos son constantes y los temas no son banales. “Si nos preguntamos por lo que creemos en la vida es muy difícil demostrar que hay ‘algo más’. Entonces sentimos que estamos en un vacío completo, nos asustamos, pero al agarrarme de algo está la tierra, viva”, dice un desconocido. Un estadounidense que decidió renunciar a Microsoft y darle un giro a su vida comenta: “Yo no sé ustedes en qué creen, pero todos somos uno”. Hay charlas sobre vidas en otros planos, universos paralelos, plantas medicinales, frecuencias, dimensiones, apegos, egos, muerte... solo son palabras, porque “el lenguaje de la energía no es verbal”.
Los motivos para venir son variados y extraños: hay quien dice que está en lo que llaman el mid-life crisis, que se han separado, quieren cambiar de trabajo, tienen problemas familiares o están tomándose un tiempo sabático. Otros sienten afinidad con la causa ambiental y quieren sentir la naturaleza. Varios simplemente quieren disfrutar de la música, conocer gente, buscar pareja, sexo casual, ver cosas raras y bailar.
Todos estamos buscando algo. Algunos dicen que ese “algo” está adentro. Pero no es solo adentro. Es adentro y afuera.