Nuestro catador de cabecera prueba en exclusiva esa fórmula mágica y afrodisiaca del Pacífico colombiano que promete “levantar muertos”. ¿Cuáles son sus propiedades gustativas? ¿Cuáles sus efectos “secundarios”?
Color: gris amarillento plomizo, tipo masato revenido. Denso, como un Álgebra de Baldor, y de aspecto sospechoso, como cualquier miembro de la Comisión de Acusaciones.
Nariz: más dulzón que canción de Xiomy. Una mezcla de helado de vainilla, masato, leche condensada y arequipe. Parece hecho por un osito cariñosito.
Boca: más meloso que Roy Barreras pidiendo cuota política. Baja espeso y se pega de manera artera a las paredes de la garganta, para dejar un retrogusto a melao infernal que jamás se quita.
Conclusión: cuando me dijeron que iba a probar el Arrechón, ese ancestral brebaje del Pacífico ideal para “levantar muertos” y “partir panela”, corrí a la redacción esperando encontrarme un preparado, hecho por un viejo sabio, envasado en una botella usada de aceite. Pero no: me topé con un menjurje ultramoderno, con Invima y todo. Debo confesar que me decepcioné, porque veo cómo esas fórmulas ancestrales, en este caso con poderes afrodisiacos, se vuelven un negocio tipo McDonald’s y convierten la tradición en un experimento comercial, en un burdo jarabe para hacer plata, sin ningún interés cultural o antropológico. ¿Qué seguirá, yagé embotellado por Avon?
Nota: La botella dice: “Tomar dos copas de 15 ml al día, 40 minutos antes de las actividades”. Luego de la ingesta, comencé a sentir un calor infernal y corrí presuroso a la casa, pues se acercaban los 40 minutos y pensé que me iba a tocar la “actividad” con el taxista. Sin embargo, me di cuenta de que el calor lo produce un shot hipercalórico de azúcar que puede inducir a un caballo a un coma diabético y que Nacho Vidal o Ron Jeremy solo tomarían, si acaso, para hacerse una curva de glicemia.