"Dígame, don Jediondo, ¿Usted tiene otra?". Y él responde, exquisito: "Si tuviera otra, ya se la estaría metiendo por el...". Ese es nuestro humor y no otro, Aleja: ¡Respete!
Mi romance con Alejandra Azcárate duró lo mismo que la carrera de cantante de Adriana Tono: horas. Ella, Aleja, se entregó en cuerpo y alma; sobre todo lo primero, porque era dos veces su tamaño actual. Me sacaba una cabeza de altura y eso que no se estilaban los zapatos ortopédicos hoy llamados de plataforma. Nos veíamos como los separados Tom Cruise y Katie Holmes. Porque si en algo me parezco a Tom Cruise es en el gusto por las mujeres más altas que luego lo abandonan a uno. En lo que discrepo con Tom es en lo de la cienciología; yo disfruto más de misionero.
No exagero si califico mi relación con Aleja como apasionada; hasta llegamos a hacer un trío una vez. ¡Cómo olvidarlo! Fue en un restaurante típico, Aleja se había pasado de aborrajados y terminamos en un trío; uno de cuerda, cantando El camino de la vida en su versión moderna: Living la vida loca, de Ricky Martin.
La recordaba como una mujer aguda y sagaz, hasta que supe que se había metido con nosotros los gorditos que tosemos al reírnos, sudamos al comer e hiperventilamos al agacharnos. —¡Que respete la Azcárate! —me dije colérico. Si es que somos así porque queremos, porque lo decidimos. Nada de gracejos pesados, porque somos intocables, y no por las personas del sexo opuesto —¡respeten!— sino por el humor. Destruir a punta de chistes a pastusos, a Turbay, y acribillar públicamente a Natalia París, vaya y venga; pero a nosotros los que retamos la capacidad de las básculas, no. A nosotros, que disfrutamos desayunar con una bandeja paisa, que en la intimidad, con la luz prendida, nos entregamos como si fuera la última vez, que nos deje tranquilos. Que no se burle de nosotros los voluptuosos, porque, por ese simple hecho, somos más inteligentes y menos superficiales que los flacos. Deseamos ser réplicas de esculturas de Botero, porque fue lo que soñamos de niños. Disfrutamos ir de compras a Piponas porque encontramos maniquís que nos comprenden. Que deje la Azcárate de meterse con nosotros, porque los únicos inflados acá son los datos estadísticos de liposucciones, balones gástricos, píldoras adelgazantes, dietas, fajas, tratamientos y gimnasios.
Me aúno —como dicen quienes detentan el fuero sindical— a ese movimiento de personas con sobrecarga grasa, colesterol alto e hipertensión que no soportan que les digan la peor de las ofensas con las que se puede injuriar a un ser humano: “Sofá abullonado”.
Aleja: no más humor basado en la ironía y el sarcasmo. Colombia toda clama por preservar ese valioso activo cultural que es nuestra tradición humorística. Debemos aferrarnos a ese norte: la Nena Jiménez, quien, respetuosa de su propio género, grababa en discos de acetato el humor en su más alto nivel: “La laguna más pequeña del mundo es la tanga porque solo le cabe un sapo”. Que no venga la Azcárate a ensayar artificios literarios ultrajando la senda humorística de Montecristo cuando, genial, enarbolaba la diversidad con gracejos de altísimo calibre intelectual: “Había un marica varado y pasa un señor y le dice: ‘¿Se lo empujo?’, y el marica contesta: ‘Bueno, pero ¿qué hacemos con el carro’. La Azcárate debe acomodarse a nuestro estilo. No más ese humor del absurdo y menos, aunque suene racista, ese humor negro. Aleja: aprendamos de ese patriota que es Don Jediondo cuando, formidable, nos relata en forma de chascarrillo cómo, mientras sostenía una relación sexual, la mujer le pregunta: “Dígame, Don Jediondo, ¿usted tiene otra”. Y él responde, exquisito: “Si tuviera otra, ya se la estaría metiendo por el…”. Ese es nuestro humor y no otro, Aleja: ¡respete!
Si ahora para la Azcárate hacer humor se ha vuelto más peligroso que ir a una fiesta de disfraces con los amigos de Colmenares, lo tiene merecido. No hay derecho a que nos asimile a un “sapo” y menos aún, en la posición más baja y denigrante que conozca la civilización: “desparramado”. Si hoy prefiere quedarse atrapada en un ascensor con Óscar, el disfuncional protagonista de novela, que salir a la calle, fue porque ella misma se lo buscó. Si hoy Aleja no puede ir a ningún sitio público y atestado de gente como Sanandresito o el VIP de Avianca, por miedo a ser linchada, se lo merece por atreverse a decir que nos cuidemos de la “mueloides”: cosa baja y ruin. Ahora anda medicada tomando Xanax, porque como decían las mamás: Xanax que Xanax colita de ranax. Bien hecho. ¡Censuremos todos a la Azcárate! Que se limite solo a reírse de sí misma.