En primer lugar quiero disculparme si mis palabras los ofendieron, como puedo corroborarlo por el sinnúmero de improperios que he recibido a través de las redes sociales. Debo decir que jamás estuvo dentro de mis planes hablar mal de su región y que incluso la escogencia de la ciudad para imaginar el Hay fuera de su contexto ni siquiera fue mía sino del equipo editorial de SoHo encabezado por su director, que entre otras cosas hace mucho no es Daniel Samper Ospina. No conozco Pasto, no tengo ningún interés en hablar mal de ella. Confieso que muchas veces me he reído con los chistes sobre pastusos, pero tengo muy claro que ustedes son una raza pujante e inteligente, y pensé que dicha inteligencia les permitiría entender la ironía sin sentirse atacados.
Tampoco creo tener que explicar una a una las frases que componen mi nota. Me basta con decirles, como ya lo hice en Twitter, que la intención era reírme y hacerlos reír del Hay Festival y de quienes asistimos a él. Y con reír no quiero decir descalificar ni mucho menos despotricar de un evento que, como todos, tiene sus pros y sus contras, sino simplemente sacar a relucir esos tintes pseudo glamurosos que se esconden detrás de todo evento cultural, pero sobre todo de uno al cual no he dejado de asistir excepto en esta última versión (razón por la que me sentí en capacidad de criticarlo y de incluirme en dicha crítica).
Ustedes están en todo su derecho de no encontrarlo chistoso, pero les agradecería que se lo tomen por el lado amable (sí, como dice el Chómpiras -uno de mis maestros de cabecera es Chespirito y no me avergüenza-) y que entiendan que todo aquello que hace alusión a su cultura se menciona en el artículo para ‘recrear‘ una situación ‘imaginada‘ en la que, más que los detalles pastusos, me interesaba burlarme de las razones solapadas por las cuales personas como yo asistimos a un festival que tiene mucho de interesante y mucho de banal, porque tampoco me avergüenza decir que así también soy yo: interesante y banal a la vez.
Aunque sepa de algunas cosas (más bien pocas para lo mucho que saben otros) no tenía ni idea de que en Nariño no hay llamas, ni me interesó corroborarlo. Creí divertido montar a los escritores en llama, por cuanto mi escrito no pretendía ser periodístico ni noticioso, sino ocurrente y jocoso. Tampoco quise decir que a Aurelio Arturo no lo conocen ampliamente en el mundo literario, sino que las señoras que comprarían sus libros encantadas bien podrían estar comprando el de cualquier escritor menor como yo sólo porque un tipo chirriado como Juan Gabriel Vásquez, que lo es, se los recomienda (y es así como muchos desentendidos nos aproximamos a la literatura -yo por ejemplo descubrí a Seamus Heaney por boca de Juan Gabriel-).
Vuelvo a traer a colación aquella frase con la que alguna vez Fernando Vallejo le contestó a una señora que le escribió diciéndole que ella vivía en la ciudad y en la calle en la que se desarrollaba una de sus historias y que el sol no se ponía por donde él lo narraba: "En mis libros el sol se pone por donde se me dé la hijueputa gana". No pretendo equipararme al grandísimo Vallejo ni mucho menos contestar a sus improperios con más improperios, pero en mi textos de carácter literario también me doy la licencia de que existan los animales y los platos típicos que a mí me vengan en gana. Aceptaría la crítica de la verosimilitud, por supuesto, pero de ahí a echarme un pueblo enardecido hay mucho trecho.
No siendo más, me despido y espero poder conocer Pasto más pronto que tarde para maravillarme de lo poco que mi imaginación pudo recrear en comparación con lo fascinante que en realidad es y sorprenderme con que su gente tampoco es así de agresiva como parece en el mundo virtual de las redes sociales.