Así como lo oye. Hay un jugo que no viene de las frutas sino de este batracio de aspecto no muy provocativo. Santiago Rodríguez fue testigo de su preparación y también se animó a probarlo.
Arequipa, la segunda ciudad peruana, tiene en su mercado, entre tantas cosas, productos tan exóticos como la quinua, diferentes tipos de papa (en Perú hay más de dos mil variedades de papa), y varias prendas elaboradas con lana de alpaca. Pero nada tan curioso como el jugo de rana. (El hombre que era adicto a la heroína y se hizo millonario con un negocio de jugos de fruta)
Por toda la plaza hay distintos locales naturistas que anuncian las bondades de beber esta pócima a base de anfibio para curar el dolor de cabeza, despejar pulmones, aliviar la gripa y hasta mejorar la memoria y el coeficiente intelectual.
Sobre la vitrina del punto de venta escogido reposa un acuario hechizo que contiene unas 30 ranas. Sapillos negros y babosos que se encaraman uno encima del otro y chapucean en un agua estancada donde flotan sus heces y restos de hojuelas de avena que les dan de comer. (¡Tiene que hacerla! La receta casera del Viagra)
Un jugo de rana vale 5 soles, unos 3500 pesos, contiene de dos a tres ranas (dependiendo del gusto del consumidor), miel de abeja, huevo de codorniz, avena y cereales, polen y maca, un tubérculo de la zona. Evelyn, la vendedora, toma dos ranas y golpea su cabeza contra el mostrador hasta que mueren. Con las manos las desolla y las destripa para luego meterlas a hervir mientras mezcla los otros componentes en una licuadora. Minutos después adjunta los huesos y la carne de las ranas y licua toda la mixtura para luego pasarla por un colador y servirla en un vaso.
En el mundo se comen las ancas de una verdosa y estilizada rana nada comparable con las grotescas ranas que a Evelyn le venden niños luego de cazarlas en caños vecinos. El menjurje que reposa en el vaso es amarillo, espeso y caliente. Huele a cereal y mientras me lo tomo da la impresión de que en un descuido alguien echó una cucharada de sal a mi vaso de avena Quaker o unas gotas de Emulsión de Scott a un vaso de leche. La mezcla no es fácil de pasar, mucho menos de digerir, pero por lo menos después de sentir el sabor a yema de huevo me queda un sabor a miel que facilita pasarme el resto de grumos que quedan en mi boca. No me sanó en un principio, me dejó mareado. Eso sí, quedé curado, porque nunca lo volveré a tomar. (Misia, el restaurante que sirve delicias colombianas (Y 21 jugos exóticos))