¿Qué sabemos de una mamerta? Que rechaza la opulencia. Que repele la abundancia. Para el seductor no podría ser mejor noticia. Sobre todo para su bolsillo.
Ahorros y economías de escala permiten seducir varias mamertas al mismo tiempo. Y ellas, radicales, no se oponen, pues descreen de las leyes del mercado.
¿Cómo debe hablársele a una mamerta? No existe respuesta. No por ser mamerta, sino por ser mujer. Es un asunto de género. Ellas mismas no lo saben. Lo cierto es que si se logra imitar el estilo de Andrea Echeverri, la de Aterciopelados, ha dado un paso gigante. Si quiere comunicarse por escrito, prefiera la carta escrita con un Kilométrico sobre una servilleta que el chat o el mail enviado desde un Android. No use ningún tipo de expresión en inglés, y si le nace escribirle un poema, prefiera la expresión: “Te escribí un manifiesto”.
Si acepta ir a bailar salsa, ser caballero nunca está de más en estas lides. “Ven te corro el taburete” es una expresión válida en aquellos bares sin salida de emergencia donde ponen esa salsa vieja que si se oye, dura cinco minutos, pero si se baila, 25.
Por alguna razón, las mamertas asocian el hielo con la oligarquía. Vaya a usted a saber por qué. No importa qué trago ofrezca —sea sabajón, sea brandy o sea vino Sansón—, hágalo siempre al clima, idealmente tibio. Y exija que no le traigan vasos, tome el trago compartido, a pico de botella. A eso se le llama la utopía comunista. Si se trata de una mamerta radical y recalcitrante, pídale un Cubalibre.
¿Cómo halagarla? Sea detallista, afine la vista. En ella, la ropa de la primera salida será la misma que la de la segunda, pero en vez de trenza traerá una cola de caballo: fíjese en esos pequeños giros con atención. Seguro tendrá un saco y una bufanda, que desprenderán una mezcla explosiva de olores ovinos y alimentador de TransMilenio. Disimule, respire por la boca.
Si le gustan los deportes extremos, no se equivoque, no la lleve a hacer rafting ni a saltar en bunggie. Dígale que usted es un aventurero, que le gusta vivir al límite, y paso seguido llévela a la barra brava de su equipo de fútbol, seguramente será La Equidad.
Cuando sienta que ha llegado el momento de dar el paso al contacto físico, escoja un café en Usaquén, una banca del Parque Nacional, un restaurante en La Candelaria o, mejor que todo lo anterior, gane tiempo y diríjase sin escalas a La Periquera en Villa de Leyva, con la excusa intelectual de ir al Festival del Viento y la Cometa. Si es una mamerta con fundamento, invítela directamente a formar parte del sindicato del Festival. Sea cual fuere el lugar, exija por música de fondo Hasta siempre, comandante Che Guevara y, mientras la escucha, cierre los ojos al tararearla. Eso gusta, gusta mucho.
Si la cosa no está tan simple, acuda al doping. Si es válido en el mundo del deporte, también lo es en el área de la seducción. Siempre funciona. Asuma que, como buena mamerta, conoce poco los fundamentos teóricos. Manipule la frase de Marx, dígale el opio es la religión del pueblo. Ella accederá a trabarse y de paso accederá a otro par de cosas más.
Al besarla por primera vez, puede que sienta un pequeño dejo amargo en las papilas. Un sabor como a tabaco y Chanel, es decir, a Pielroja e incienso. No se asuste. Lo fuman porque el filtro, argumentan sin razón, destruye la capa de ozono. Por eso no se echan desodorante, apenas talco. Y la cera del bikini se la hacen cada que hay un nuevo líder en Cuba. Sea paciente. Haga de tripas corazón. No se le ocurra sugerir depilación láser; podría acabar con su noche.
Entréguese con estilo, con clase, con clase obrera. Cuando lance su mano a la parte noble, o parte obrera en este caso, y ella se oponga, diga: “No debe haber propiedad privada en los medios de reproducción”. Tome de manera sorpresiva su trasero, y si ella se queja, alegue: “Es la mano invisible, ¿ves que sí existe? Si ella le toma a usted alguna parte erógena, aplique el principio laissez faire.
En ese momento, el de su desnudez, es el único en el que no le gusta hablar del movimiento de las masas. Absténgase de romperle la estima con algún comentario. Cuando salga de la ducha con la toalla enrollada en la cabeza, sea recursivo: “Pareces Piedad Córdoba”. Suéltele sin más.
Cuando estén en el post coitum, alabe sus tetas, a las que usted puede llamar Fidelas para no sonar prosaico, y sugiérale, ya no como un deseo personal sino como uno nacional, que en vez de estar interrumpiendo las clases, tirando piedra o papas-bomba, haga la huelga de la forma más digna que ha encontrado la humanidad: haciendo un topless. “Deberías unirte al movimiento sextremista La Femme”, recomiéndele. Ella podría enamorarse en este instante.
A las cuatro de la mañana, prepárese; ella exigirá que la acompañe en el taxi a su casa. En eso se comportará como toda una mujer de la aristocracia, una mujer regia, divinamente, una dama de pipiripao. Buena suerte.