El sapo gusta de cantar andanzas ajenas, como lo sabe cualquiera. Lo que por lo general se ignora es que para describir la fechoría que han cometido otros, el sapo la ha cometido en mayor grado.
Fértil criatura que se caracteriza por los gorgoreos que suelta rudo en la noche ante otros sapos de mayor tamaño. El sapo gusta de cantar andanzas ajenas, como lo sabe cualquiera. Lo que por lo general se ignora es que para describir la fechoría que han cometido otros, el sapo la ha cometido en mayor grado. Pero dado que acude a sapos de superior alcurnia y dado que ha vendido su imagen de ranita amorosa de ojo saltón, no es inusual que se castigue a los demás mientras el sapo sale airoso y condecorado. Este batracio entonces se alejará de la mano del poderoso y en su salida se dará la vuelta para darnos el dedo o la lengua restregándose entre las anquitas.
En Colombia ha venido evolucionando una nueva especie que ‘chuzacable’ telefónico. Vive en un enorme estanque llamado por las gentes simplemente DAS y escucha todo el día para croar con los mismos sonidos toda la noche. A la cabeza de esta subespecie está una gran batracia que se inflamó al punto de que solo cupo en enormes cuerpos de agua que daban a dos océanos y tuvo que viajar al Canal de Panamá, en donde contenta devora moscas, grillos y cucarachas en un delicioso resort desde que sale el sol hasta que se pone, hora en la que suelta su letanía de amor por su patria añorada. Increíblemente, el que denuncia estos hechos también es llamado sapo. De hecho, el mal uso del término ha llevado a que cualquiera que defiende la aplicación de la ley se lo considere sapo; el que le pide al conductor de la flota que no pase de 160 km/h en curva es un sapo, el que denuncia al que lo está violando es un sapo y el que advierte que un muro va a caer sobre los niños de un jardín infantil también lo es, porque a ningún colombiano le gusta que se arroje un jabón en el delicioso, ardiente y espumante sancocho nostro.