La idea de entrega de una joven a un hombre poderoso, peligroso y al que debe redimir es muy antigua: se encuentra en La Bella y la Bestia, en muchas historias de monstruos y, por supuesto, en Cincuenta sombras de Grey, un best seller con un mensaje cuestionable, ya que es una apología del maltrato.
En febrero de este año escribí un ensayo, Los malos del cuento: cómo sobrevivir entre personas tóxicas, en Editorial Ariel, y en él describía a los vampiros emocionales. Grey, el personaje de esta novela para adultos, es uno de ellos.
¿Cómo podemos afirmar que Grey en un vampiro emocional?
Grey juega con su inteligencia, presencia, posición, joven empresario rico y exitoso. Acecha a la víctima por primera vez en una entrevista de trabajo y hace su entrada triunfal.
Ana no sabe lo que le ocurre, pero el sufrimiento emocional al que está sometida la desborda: Grey se ha introducido en su vida comenzando una lucha sin tregua por controlar su vida. Se siente constantemente avergonzada de él y de sí misma.
Grey no duda en emplear cualquier medio para salirse con la suya. Sin embargo, la percepción de los que lo rodean es una persona atenta y atractiva. Está devorando a Ana, que ni siquiera sabe cuándo ha comenzado todo.
Todos los vampiros comparten una serie de características: la inmadurez, los cambios de carácter, la falta de escrúpulos, la falta de respeto por las normas sociales, el egoísmo y la negación de culpa. Comprobar que todas las tiene el personaje de este best seller.
Otra de las señales de que estamos ante un vampiro es que esa persona fascinante e intensa comienza a sonsacar a la víctima sus secretos. Grey posee las claves privadas de Ana, sus reacciones y puntos débiles.
No nos olvidemos de que el vampiro suele avisar de quién o qué es. Grey alerta a Ana, que le gusta BDSM, anuncia desde el principio sus intenciones.
Grey es un seductor profesional: posee la capacidad de convencer a Ana de que es como desearía ser. Se lo dará casi sin darse cuenta y además convencida de que es su decisión.
Ana lo ha invitado a entrar en su vida. Es el tipo de víctima a la que se acercan los vampiros; reservada, correcta y respetuosa, que no puede resistirse ante el desprecio por la autoridad y las normas de Grey, al que cree osado y valiente. Demuestra que todo es posible. Es tan arrebatador que el arma de la indiferencia, que emplea a su antojo, hiere de verdad a Ana, que está entregada. La fuerza, en cierta medida, a sobrepasar los límites, incluso cuando no desea o no considera adecuado hacerlo, y ella lo desea por encima de todas las cosas.
Y con todo esto nos encontramos una vez más con la historia paradigmática de una chica joven enamorada de un hombre peligroso que puede matarla en cualquier momento. Que le advierte de ello. Esto hace que, definitivamente, Ana se entregue. No hay nada más deseable que lo negado.
Todo este complejo panorama queda neutralizado por lo que ella siente en ese momento. Todos los mitos acerca del amor cobran importancia: la intensidad, el destino irremediable, la duración infinita de las sensaciones. Pero eso no niega el que, sienta lo que sienta Ana, Grey sea muy peligroso.
Nos encontramos ante una novela en la que el mensaje que proyecta es machista, muy poco recomendable y bastante distorsionado. Ahora, va destinado a adultos, cada uno deberá calibrarlo.
Y lo peor de todo es que el personaje de un vampiro sea un ídolo de masas, es un desastre. Una metáfora de nuestros tiempos. Un deseo inconsciente de que alguien nos domine, sexual y psicológicamente, que nos diga lo que tenemos que hacer y cómo debemos pensar. Somos pequeños Renfields, pequeñas Lucys. Estamos determinando una sociedad en la que alguien con poder o carismas nos dice qué hemos de hacer, y por complacerles damos la vida o la independencia. Eso me perturba mucho. Sin caer en la comparación fácil, me parece una terrible caricatura de la realidad.