Guía cultural

Guía para identificar a un costeño

Por: Iván Bernal Marín

El ajá es recurrente en el discurso. Sirve para explicar todo: “porque ajá”; para saludar: “ajá y tú qué”; para asentir: “ajá, ya pillé”; o reclamar: “¡ajá!... caraeverga, me quedé ejperándote”.

¿Recuerda a Pumba y Timón? ¿Los que salvan de los buitres al Rey León en el desierto, y le cambian la vida cantando Hakuna Matata? Ellos son los costeños de esa película de Disney.

“¡Sin preocuparse es como hay que vivir!”, cantan los expresivos animalitos, bailarines expertos en movimiento pélvico acentuado. Comen lo que sea, tanto grillos como bizcochos. “Viscosos pero sabrosos”, dice Pumba. Timón se cree más inteligente que todos, y hace chistes sobre cualquier cosa en cualquier momento. Su filosofía Hakuna es equiparable al postulado costeño: “Cógela suave”.
Hay costeños trigueños, negros, rubios; de ojos claros, grandes y oscuros, o achinados; con el pelo lacio o en forma de un 888. Unos visten guayaberas y camisas de flores; otros, camisetas de tonos intensos. Físicamente son muy distintos entre sí. Como Pumba y Timón: un jabalí melenudo, humilde, leal y un poco belicoso, y un suricato dicharachero, erguido, divertido y algo jactancioso. 
Ambos se pasan de valientes y frenteros; se meten incluso cuando el pleito no es con ellos. Quieren estar en todas. Solidarios, podría decirse. “Vive y sé feliz”, repiten los muñequitos. Siempre están listos para “mamar gallo” (bromear en costeño), aun cuando las cosas van muy mal. Les encanta celebrar cuando se arreglan, relajándose en un jacuzzi. Igual al “cógela suave”, su Hakuna aplica para toda circunstancia: implica confiar en que todo se resolverá con la mejor actitud; dejar de pre-ocuparse, y ocuparse cuando toque. 
Los costeños también gozan de un inagotable repertorio de chistes y anécdotas, que provoca el arremolinamiento de cachacos (los del interior del país). Su esencia musical trasciende gustos: unos prefieren el vallenato, otros la salsa o el rock; pero tarde o temprano todos harán una fiesta en el edificio, y desvelarán al resto de inquilinos. No necesitan una razón para reír o armar una fiesta, basta estar vivo y tener suficiente respaldo en el bolsillo. O encontrarse con otro costeño, al que saludan con efusivos gritos y abrazos tipo fin de año. Celebran todo, el día que sea, donde sea, a la hora que sea. Cuando beben, sirven el trago bajito en el vaso, y toman varias veces y rápido. Mitifican sus sesiones de bebida, que pasan a la historia como ‘cule’roneras’: una botella tomada equivale a dos, dos equivalen a cuatro… etcétera. Llaman “panchita” a la media botella de licor, “pipona” a la completa, y “canillona” a la más grande. Cantan y bailan con fogosidad esa canción que les gusta, apuntando con el dedo la cara de quienes los acompañan en acto de proselitismo rítmico. 
Lo de ser frentero se refleja bien en su forma de mirar a las mujeres. Las miran tan de frente como se puede, y por la espalda mucho más. Escanean con los ojos casi al 90% que se les cruza, aunque unas le puedan parecer a usted más grillo que bizcocho; aunque les toque girar de súbito y exponerse a una tortícolis. Un proverbio ancestral de la sabiduría de los bajos círculos populares costeños lo explica mejor. En la costa les dicen “bollos” a las mujeres bellas, despampanantes. Pero el proverbio deja claro que: “Bollo o no bollo, se le va por ese hoyo”. 
Si hay varios reunidos, no vaya a creer que están discutiendo. Es normal que se hablen a alto volumen, batiendo los brazos o dándose palmadas con el dorso de la mano. Si son muchos y están bebiendo, no descarte que algún burlón le toque los testículos a otro, y corra, huyendo de una patada. Vale mencionarlo, porque quizá escuchó el escándalo del cantante vallenato que se los agarró a un niño en un concierto, y se “disculpó” diciendo que era normal, una inocente tradición. En realidad es una pesadez que sobrevive en los cánones de la mamadera de gallo costeña, sobre todo entre borrachos, adultos. Pero lo de cogerles los huevos a niños solo pasa en la familia de Dangond, quien confesó que los tíos solían saludarlo en la mañana preguntándole “¿cómo amaneció el pirulí?”. Con seguridad querían decir Piolín, lo que deja conocer otra dimensión sobre su nombre de pila: Silvestre.
A los costeños también los persigue el mito de que violan burras. Ningún cronista lo ha confirmado, nadie lo ha confesado más allá de alusiones burlescas. Parece más una fijación cachaca, relacionada con otra creencia popular: el prominente tamaño del miembro viril costeño. 
Además del espíritu festivo y caliente, otros rasgos le ayudarán a reconocer un costeño. Al caminar, sacan el pecho adelante y balancean con amplitud los brazos, recordando al gallo entre los pollitos. Ostentan una oportuna concentración adiposa en las caderas, que les dota de muy abultadas posaderas. En términos costeños, son culones. Resultará sencillo identificarlos si los oye hablar. Como ya debe haber notado, rechazan los refinamientos de lenguaje. 
Comparten un acento veloz y melódico. Enuncian las palabras pegadas una encima de otra. Da la impresión de que son cantadas, de que hubieran dejado incompleto un verso. Pero no de rap. Convirtieron el “no, hombre” en un sonoro noombé. Alargan las vocales y añaden énfasis al terminar ciertas sílabas. La intención es expresar la mayor cantidad de ideas en el menor tiempo posible, dado que hay tanto por contar. Añaden significados a las distintas entonaciones: ¡Jér daa! Es distinto al ¡earrrrhdaaa! Ambas derivan del popular mierdazo, pero el primero se usa para lamentar algo (gol en contra, penalti), y el otro para asombro o burla (patada salvaje, autogolazo). 
Su más profunda muestra de impresión es el ¡ñercolee!, fusión del ñierda con el mieércole, ambas de menor grado de asombro. En razón de la efectividad idiomática pueden sacrificar la S y la R, y pronunciarla como J o D. Algo así: “Mi hejmano vamoj pa’lla de una”, “cógela suave que el partido ej el viednej”. El ajá es recurrente en el discurso. Sirve para explicar todo: “porque ajá”; para saludar: “ajá y tú qué”; para asentir: “ajá, ya pillé”; o reclamar: “¡ajá!... caraeverga, me quedé ejperándote”.
No se asuste si le dicen vulgaridades. Pocas veces tienen ánimo de ofender. Le dirán: cuadro, llave, loco, papi, brother o valecita. Pero también pueden saludarlo con un: “habla, caraeverga”; luego describir un estado X con la misma combinación: “que frío tan caraeverga”; o nombrar una cosa X: “¡pasa esa verga!”. Si está mal ubicado o adormilado, pueden sacudirlo diciendo “¡muévete nojoa! estás ahí como una verga”. Lo mismo aplica para mondá o copa, otras metáforas del pene. 
Para expresar mayor intensidad, anteponen una variación del vocablo culo: “joa cule’ frío caraemondá”. Si quisieran insultarlo, dirían algo como: “no valej mondá” con fuerte entonación al final. Si quieren insultarlo peor: “no valej trej hilachaj e’ verga”. Y si lo ven sin plata, sentenciarán: “estaj ej mondao”. Pruébelo en su contra, verá que no tienen problema para reírse de sí mismos, menos de quienes los imitan. No armarán pleito. Es una de sus diferencias con Pumba y Timón.
Quizá al principio le cueste trabajo manejar estas variaciones, pero cuando las oiga sabrá que está frente a un costeño. Alguien de la misma tierra de Shakira, el Pibe Valderrama, Gabriel García Márquez, Édgar Rentería, Falcao García, Teófilo Gutiérrez… Pambelé. De la misma región de Diomedes Díaz, Chepe Fortuna, ‘la Gata’ Enilce López o los populares primos Nule. O del que escribe estas líneas, caraevergas.

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