¡Carajo, ala, jelóu en guelcom tu Colombia, chinos pendejos!
A los turistas que ya montaron en chiva, subieron a Monserrate y visitaron nuestro espléndido Museo del Oro les recomiendo que no se pierdan la expedición a ver el extraño y fantástico animal llamado: el Cachacus erectus chapinerunus, ordinaria y popularmente conocido como el Cachaco. Probablemente el tesoro nacional más preciado de nuestra vasta y gloriosa tierra colombiana. Por lo menos, eso es lo que piensan los cachacos de ellos mismos.
Esta magnifica especie bogotana que poblaba en su totalidad los barrios Chapinero, Teusaquillo, La Soledad, Quinta Camacho y el Parkway, hoy día está relegada a vivir apenas en algunos apartamentos en Rosales y en el ya no tan elegante barrio El Polo, ya que en general son gente divinamente de Bogotá… pero venida a menos. Sí, el cachaco puro desafortunadamente se encuentra en vías de extinción y ya quedan apenas algunos que se cuentan con los dedos de la mano.
El guía de la expedición le enseña al grupo turístico que la forma más rápida de identificar a un cachaco es su manera de vestir: en ellos no hay nada llamativo o de colores pues toda forma de libre expresión en el vestir se considera frondia. En general, se visten de traje gris o azul oscuro y siempre caminan con paraguas en la mano y una gabardina (Burberry) en el brazo. Si no están vestidos de corbata, casi siempre llevan camisa de cuello de abotonar y un saco generalmente de rombos, sobre los hombros, con las mangas cruzadas en el pecho. Cuando van a toros usan chaqueta de gamuza y gorra escocesa de ganadero español. El cachaco, casi siempre cuando está de ‘sport’, usa medias de rombos. Si uno se acerca a un cachaco siempre olerá bien, como si se acabara de bañar. Un cachaco de pura cepa no usa ninguna colonia que no sea Jean Marie Farina, de Roger & Gallet, pues cualquier otro olor por moderno y de moda que esté es considerado un pachulí barato y de quinta.
Para generalizar, un cachaco es un hombre de buen vestir y elegante, a menos que esté cerca del mar, pues a este animal de tierra fría, blanco como una rana platanera, se le ha visto pisar las arenas de nuestras costas colombianas calzando chancla de cuerina negra con el logo de su equipo de fútbol predilecto, media negra hasta la rodilla, camisa de manga corta con franela tipo ‘esqueleto’ debajo y con un pequeño tubo colgado al cuello donde lleva enrollados húmedos billetes para pagar cada servicio que le ofrece la gente morena del lugar. Aquí es bueno prevenir al lector, porque aunque lo más común es que el color de la piel de este ser sea blanca, fácilmente cambia en tan solo unas horas de exposición al sol: del blanco bronceado nalga profunda al rojo carmesí quemadura de tercer grado, que de solo mirar arde.
Otra forma de identificar a un cachaco es por su graciosa forma de caminar. Este tímido espécimen erectus bogotano no solo es capaz de caminar erguido en dos patas, sino que por la forma tan elegante y distinguida en que lo hace, pareciera que le hubieran metido un paraguas por el rectus. Sí, nuestro animal en observación es un poco esnob pero hay que entenderlo, pues, al contrario de sus cohabitantes, este es el único que asciende directamente y sin escalas al viejo continente. Todos los cachacos, sin excepción, tienen su cuna familiar en Europa. No es sino que suene un pasodoble para que se vuelva español y salga palmoteando y gritando “ole” por todos lados haciéndole un pase de verónica a su esposa con el mantel del restaurante; o que le den un vino a probar para que se le salga el francés, y sin ningún esbozo de vergüenza cañe acerca de las diferentes cepas y sus tonos taninos y astringentes. O que lo inviten a jugar bridge para que afloren los modales del caballero inglés que llevan dentro y haga trampa a diestra y siniestra. El cachaco nunca se mezcló con el indígena porque lo consideraba, francamente, un indio. Sin embargo, sí se mezcló entre su misma raza, su mismo color y hasta a veces entre su misma familia, lo que desafortunadamente terminó en el nacimiento de algunos niños que tuvieron pequeños problemas en su desarrollo mental y que algún día llegaron a ser presidentes de la nación.
Es fácil hablar con un cachaco siempre y cuando uno no vaya en contra de su equipo de fútbol o su partido político, pues al hacerlo se pueden llegar a poner como micos titís. Pero no se preocupen pues ellos jamás se van a puños. Para eso están los choferes.
Al principio parecería que son muy serios y antipáticos pero la verdad es que son personas divertidas y muy graciosas que les encanta socializar siempre y cuando esta interacción sea acompañada por algún lubricante social, especialmente un buen whisky, obviamente por lo que tienen ascendencia escocesa. Hasta uno de estos cachacos alguna vez posó en falda escocesa en la portada de una de las revistas sociales más importantes. La verdad muchos dudamos mucho de su procedencia porque más bien parecía una falda que le había prestado su mujer.
Los cachacos son bastante positivos sobre la vida y aunque ya no les quede ni un peso de sus gigantes herencias, si uno les pregunta cómo están ellos, con una sonrisa contagiosa responden llenos de vigor: ¡Divinamente!
Realmente son muy astutos aunque por la forma lenta en que responden pareciera a veces que no lo son. Entiendan, Bogotá está a 2600 metros sobre el nivel del mar y el oxígeno se demora más para llegar al cerebro. Un ejemplo de su creatividad y su astucia es la forma como hace más de cien años les decían a sus mujeres que iban a tomar licor con sus amigos por las tardes. Para no generar sospechas con la servidumbre decían que se iban a tomar las onces, pues la palabra aguardiente tiene once letras (si quiere vuelva y cuéntelas, yo sé que está que se muere por hacerlo).
Este divertido mamífero llamado cachaco no tiene enemigos aparentes. Eso sí, le molesta como pringamoza un animal ya mencionado llamado el lobo. Lobo es básicamente todo lo que ellos en el fondo quieren ser pero nunca se atreverán. Tener yate en vez de velero, hacer fiestas con grupo vallenato que duren hasta el amanecer, tener novia sexy, festejar el Año Nuevo con revólver de cinto, etcétera. Si en un semáforo un cachaco y un lobo quedan hombro a hombro esperando el cambio de luz, el cachaco, que siempre tendrá un carro elegante pero viejo, se mofará del lobo diciéndole a la novia: “¿Qué tal este lobazo? ¡Definitivamente por eso no compro carro nuevo!”.
Bueno, y nos despedimos de esta expedición conociendo un poco más esta especie llamada cachaco. La recomendación del guía es que si se encuentran uno de estos en el camino de la vida, acérquense y háblenle. Son, en el fondo, regias personas, de temperamento dócil y muy buenos seres humanos. Hay que tener uno de estos en el llavero de amigos porque rara vez decepcionan (y no lo hacen, además, porque es de quinta hacerlo). Por último, no me queda más que decirles a las mujeres que si alguna vez quieren salir con uno no duden en hacerlo. Puede que no sean buenos bailarines, pero son dedicados amantes y de las especies animales más fieles del planeta: hasta hacen mercado y cuidan niños. Pídanle eso a un costeño.