Lo dice un experto en el asunto, quien a pesar de los tropiezos que ha sufrido, siempre vuelve a la ruta con su mejor compañera, una Focus Izalco Max 9.9. Sobre resistir, persistir, la (poca) rumba y su nuevo libro, habló con SoHo.
De mí pueden decir que soy un aguafiestas. Los 50 años que recién cumplí no los celebré con una parranda vallenata hasta el amanecer, lo hice solo con amigos, una cerveza y un vino; no más. Prefiero un estilo de vida más intenso, en el buen sentido de la palabra, con el deporte. La rumba puede darte placeres transitorios, pero después lleva a la depresión.
Cuando estoy montado en una bicicleta los estímulos agradables permanecen. Tal vez por eso sigo haciéndolo, ahí se encuentran esas “drogas” que sí son buenas: endorfinas que ayudan a tu salud física y mental. No importa que haya caídas. De esas uno se levanta.
¡Y he tenido muchas caídas! La primera fue en 1992 bajando por Las Palmas, que en ese entonces era doble vía. Iba sin casco porque en esa época no era habitual usarlo; en una curva me salió un taxi de frente, me di contra el parabrisas, caí, di vueltas y tuve fracturas de codo, costillas y un hematoma craneal subdural. Sangraba en la cabeza, los oídos y la boca, estaba reventado.
La recuperación fue larga. A mi mamá le dijeron que podía volverme adicto a los analgésicos porque contenían morfina, por eso ella solo me daba un octavo de pastilla. Los dolores de cabeza eran intensos.
Cada vez que competía, mi madre, que es muy nerviosa, celebraba más cuando me retiraba que cuando ganaba. Era muy chistoso, me pedía que anduviera despacio, me decía que mejor si llegaba de último y yo, de alguna manera, le recordaba que estaba compitiendo.
En apenas seis meses tuve dos caídas, en una me estripé la tibia y en otra, a comienzos de 2022, me fracturé la cadera. No sentí nada, increíblemente, porque los ciclistas ya tenemos el umbral del dolor descuadrado. Al mes y medio ya estaba montando de nuevo y, a pesar de los riesgos, Catalina, mi esposa, no dice nada. Sabe que la tiene perdida con la bicicleta.
Podrían definirme como terco o ‘reterco’, porque a pesar de todo sigo montando. Y lo hago en la misma ruta en una Focus Izalco Max 9.9 que es ideal para mí porque es rígida y me da estabilidad, cumple con la aerodinámica para brindarme seguridad en los caminos que tome y además se adhiere muy fácil al suelo en situaciones de riesgo. Con ella voy a la fija dando pedalazos.
Por ahora les anticipo a los lectores de SoHo que estoy preparando un libro para el próximo año, en el que voy a contar lo que viví al pasar de ser un ciclista recreativo en Medellín a uno profesional en Europa. Y mientras tanto seguiré en lo mismo, así mi mamá me diga “me imagino que no te vas a volver a montar en una bicicleta”. Yo le respondo que cuando deje de hacerlo, es porque estaré próximo a pasar al otro lado.