El absurdo le ganó a la razón en estos partidos de los mundiales en los que, en medio de enfrentamientos, las selecciones dejaron de lado el balón. Insultos, manías, nacionalismo o simple ‘calentura’ causaron estos violentos choques.
“My game is fair play”. Seguramente muy pocos prestan atención a la bandera de color amarillo con esa frase, que aparece a la salida de los equipos en los partidos de los mundiales junto a la azul de la FIFA y a las de los países que se van a enfrentar. Es el recuerdo de que hay que jugar limpio en el fútbol y que desde 2018 significa además un premio para el que lo aplique.
En el Mundial de Rusia, por primera vez el juego limpio fue usado como un factor de desempate para la clasificación de un equipo a octavos de final. Ocurrió con Japón y Senegal que tenían igual número de puntos, diferencia de gol y estaban empatados en su enfrentamiento directo, así que los asiáticos pasaron a la siguiente fase por tener menos tarjetas amarillas que los africanos.
El juego limpio se traduce en menos faltas y por lo tanto menos violencia o trampa en el campo de juego y su origen tiene relación con episodios realmente bochornosos que ocurrieron en los mundiales. Así como en la guerra, en los estadios se han librado verdaderas batallas.
La batalla de Berna, a botellazos en el vestuario
La final anticipada del Mundial de Suiza 1954 para muchos fue el partido entre Hungría, campeón de los Olímpicos dos años antes, y Brasil, que venía de ser subcampeón en el 50, después del Maracanazo. Los dos equipos jugaban los cuartos de final y la expectativa era máxima por la exhibición de buen fútbol.
Así lo creía Arthur Ellis, el árbitro del encuentro. “Pensé que iba a ser el mejor juego que jamás hubiera visto. Estaba en la cima del mundo”, le dijo el juez británico a medios en su país, pero rápidamente el Wankdorfstadion se convirtió en el escenario de una batalla.
Muy temprano los húngaros ya ganaban 2-0, pero las fricciones en la cancha empezaron a crecer al punto que se convirtieron en patadas, empujones, violentas barridas y hasta puñetazos de lado y lado. En total se contabilizaron 42 faltas y tres expulsiones, dos de los brasileños y una de los húngaros. “Fue una desgracia. Fue un partido horrible. En condiciones normales tendría que haber habido tantos expulsados que el partido tendría que haberse abandonado”, agregó el árbitro Ellis.
Pero lo peor no se quedó en los 90 minutos de juego. Cronistas de la época cuentan que como consecuencia del violento juego, el delantero húngaro Ferenc Puskás -quien inspiró el premio a mejor gol de cada temporada- lanzó desde la tribuna un botellazo al volante brasileño João Pinheiro, lo que desató la furia de los suramericanos que se metieron al vestuario de los europeos a seguir el enfrentamiento, que incluyó la agregión, con un botín, del entrenador brasileño Alredo ‘Zezé’ Moreira al húngaro Gusztáv Sebes, quien terminó con una herida en su rostro. Él recordaría después que lo sucedido había sido “una pequeña guerra en el pasillo y los vestuarios”, en la que participaron además fotógrafos e hinchas brasileños.
¿Un escupitajo con motivaciones políticas?
“El fútbol es guerra”, resumió el entrenador neerlandés Rinus Michels, galardonado como el mejor del siglo XX. En su frase no solo describía lo que ocurre en el campo de juego, sino lo que significan los enfrentamientos entre países por el fútbol, particularmente entre Países Bajos y Alemania, que tiene como telón de fondo la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Y ese hecho ha sido un hilo conductor en los partidos que han jugado ambos, que tuvo su punto más álgido en la EuroCopa de 1988, cuando Ronald Koeman simuló limpiarse el trasero con una camiseta teutona que le había dado uno de sus rivales al final del partido. La derrota de ‘La Naranja Mecánica’ a los alemanes en la semifinal significó para los neerlandeses una reivindicación de lo ocurrido en la guerra.
Ambos volvieron a enfrentarse dos años después en el estadio de San Siro, exactamente el 23 de junio durante Italia 90. A los 23 minutos de juego un choque entre el alemán Völler y el neerlandés Rijkaard se convirtió en tarjeta amarilla para los dos y en la increíble reacción del segundo que le lanzó un escupitajo al cabello del primero. El árbitro argentino Juan Carlos Loustau no vio la jugada a pesar del reclamo de Völler, así que no hubo expulsados.
Pero dos minutos después sí que los hubo. Völler chocó con el arquero neerlandés y volvió a agitar los ánimos de Rijkaard, quien llegó al arco propio a empujarlo. El juez argentino expulsó a los dos para que, como dicen habitualmente los comentaristas de fútbol, “el partido no se le saliera de las manos”. Lo que sí se salió de las manos fue lo que pasó en los vestuarios, pues el alemán esperó al neerlandés en el túnel, lo tomó de la cabeza y lo golpeó contra las paredes, ante lo cual tuvieron que intervenir tres italianos que hacían parte de la organización del evento.
Chilenos responden a humillación italiana: la batalla de Santiago
Otra batalla. Y es que así pareciera equivocado usar el lenguaje bélico para hablar de fútbol, no había otra forma de definir hechos como el ocurrido en Santiago de Chile el 2 de junio de 1962, en el único mundial que ha organizado ese país.
Dos años antes, Chile había padecido el terremoto de Valdivia, el de mayor magnitud registrado en la historia, de 9.6 grados, así que se había puesto en duda la realización del evento. El presidente del comité organizador, Carlos Dittborn, quien había logrado en 1956 que le dieran la sede a su país, le planteó al presidente Jorge Alessandri renunciar al Mundial ante la tragedia. “El Mundial, se hace en Chile, sí o sí”, fue la respuesta del mandatario, que contrasta con la decisión que en 1986 tomó el presidente colombiano Belisario Betancur de rechazar el Mundial, pero ese es otro cuento.
Los estragos del terremoto llevaron a que cuatro ciudades afectadas renunciaran a ser sedes y a que la inversión para la organización fuera mínima. Esa precariedad y la situación que se vivía en las calles chilenas, fueron documentadas por periodistas italianos que viajaron a cubrir el Mundial en el que Italia justamente enfrentaba a los locales en el segundo partido.
En una de esas crónicas periodísticas, Chile fue descrito como un país “afligido por todos los males posibles: desnutrición, prostitución, analfabetismo, alcoholismo, miseria (…) es terrible y Santiago su más doliente expresión”. La reacción fue una campaña nacionalista impulsada por el gobierno que había intentado levantar la moral del país haciendo propaganda con la frase pronunciada por el organizador del evento cuando le ganaron la sede a Argentina: “Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo”.
El Mercurio, uno de los principales diarios chilenos, respondió en la misma línea: “Nosotros también vimos la pobreza en el sur de Italia durante la gira de la selección por Europa, pero preferimos hablar de las maravillas de Venecia y Florencia”.
Al margen del cruce de palabras entre las rotatitvas, llegaba el día de la verdad. El Estadio Nacional de Chile se llenó con 66 mil espectadores que iban a ver un partido de fútbol, pero también a ver jugar la moral de su país. Los jugadores italianos, que ya habían percibido que los ánimos estaban agitados, exhibieron claveles como señal de desagravio ante el público que los recibió con chiflidos.
En el juego, la violencia fue desde el primer minuto, tanto así que al minuto 7 se dio la primera intervención de la policía chilena. Al 38 ocurrió uno de los episodios más violentos: el delantero Leonel Sánchez fue derribado por el italiano Mario David, que además lo golpea mientras estaba en el suelo. El chileno, que era hijo del boxeador Juan Guillermo Sánchez, se levanta del césped para ejercer el deporte que su papá hubiera querido para él y le da un puño a David. Ninguno de los dos terminó expulsado, aunque el italiano sí cuando al segundo tiempo le propinó una patada voladora al mismo Sánchez.
Cuenta la FIFA que la violenta Batalla de Santiago fue la primera piedra para las tarjetas amarillas y rojas en el fútbol. El árbitro de ese partido, el inglés Ken Aston, creyó desde entonces que los jueces necesitaban expresar, de alguna manera, sus decisiones en los partidos de fútbol.
Un cabezazo de Zidane, que no fue para marcar gol
Las batallas en los estadios habían quedado atrás, pero vendrían otras personales. Zinedine Zidane le había dado a Francia su primer título en un Mundial, el de 1998 que organizaron ellos, con dos goles de cabeza en los minutos 27 y 45 de la final que le ganaron 3-0 a Brasil. La cabeza lo llevaba al cielo ese 12 de julio y ella misma lo enviaría al infierno solo dos mundiales más tarde.
El Mundial Alemania 2006 era europeo, se jugaba allí y los suramericanos Argentina y Brasil se habían quedado en cuartos de final. Los finalistas eran dos distinguidos miembros de la Uefa: Italia y Francia, que se enfrentaron en el Estado Olímpico de Berlín.
Zidane, el 10, el capitán, el héroe que había dado el título en 1998, estaba en su partido de despedida y parecía vivir su noche soñada. Al minuto 6 puso a Francia arriba y marcó su tercer gol en finales de mundiales, un penal a lo Panenka; él se quedó mirando si realmente la bola había cruzado la raya porque picó del travesaño, rebotó y salió rápidamente. Pero nadie dudó, era gol de Francia, que acariciaba su segundo título mundial.
Con el 1-0 en su contra, Italia se fue al ataque y la presión al minuto 18 se convirtió en un tiro de esquina a su favor. Lo iba a cobrar el argentino nacionalizado Mauro Camoranesi, pero se lo terminó cediendo a Andrea Pirlo quien tomó impulso y puso el balón donde estaba Marco Materazzi, el central de 1.93 metros que se desmarcó para empatar con su cabeza. El primer cabezazo de la noche.
Durante la transmisión de la final, cada 10 minutos aparecían en pantalla los nombres de Zidane y Materazzi como autores de los goles de la final empatada, como si fuera un presagio del protagonismo que ambos iban a tener. El partido se fue al alargue y en el minuto 110 cuando el italiano Buffon despejaba tras un ataque francés, ocurrió lo increíble: Zidane usó la cabeza pero no para anotar gol.
El referente francés derribó de un cabezazo en el pecho a Materazzi, quien solo hasta hace un par de años reveló cómo había provocado a Zidane. Ambos habían chocado en el área y el francés le dijo ‘Te daré mi camiseta más tarde’, a lo que el italiano le replicó: “Preferiría a tu hermana antes que tu camiseta”.
‘Zizou’ salió expulsado, sin poder volver a levantar la copa que ganaron los italianos en los cobros de penal 5-3, uno de ellos marcados por Materazzi.
Un mordisco con sabor a victoria
En la historia de los agarrones en los mundiales hemos pasado por patadas voladoras, puñetazos, botinazos, botellazos y hasta cabezazos, pero increíblemente faltaba un mordisco.
Sucedió el 24 de junio de 2014, ese día se jugaban los últimos partidos del sorpresivo grupo D, el “de la muerte” del Mundial de Brasil, en el que estaban Italia, Inglaterra, Uruguay y Costa Rica. Por supuesto, la categoría de “de la muerte” era porque se enfrentaban tres campeones mundiales y un tal equipo centroamericano, que dirigido por el colombiano Jorge Luis Pinto dio la sorpresa y terminó primero.
Faltaba, entonces, por definir el segundo clasificado a octavos de final: ¿Italia o Uruguay? Los dos empataban a cero en el estadio Arena das Dunas de Natal y en el minuto 79 llegó lo inesperado: el uruguayo Luis Suárez lanzó una pelota que llegó al área pero fue rechazada por el italiano Giorgio Chiellini de cabeza, la jugada siguió hacia el costado izquierdo, pero Suárez se acercó rápidamente a donde estaba Chiellini, ambos cayeron de repente al piso, justo al lado del área chica del arquero Buffon y mostraron señales de dolor.
El mordisco de Suárez al hombro izquierdo de Chiellini fue rápido, pero a juicio del capitán uruguayo, Diego Lugano, consiguió sacar del partido al italiano, que le mostraba al árbitro mexicano la marca de los dientes del uruguayo, sin que lograra sancionarlo. Dos minutos después, en un nuevo tiro de esquina, llegó el gol que clasificó a los charrúas. “Chiellini perdió la marca de Godín, gol y clasificamos. Le ganó el gol psicológico a Chiellini”, agregó Lugano en entrevista con Infobae.
La drástica sanción de la FIFA a Suárez, nueve fechas sin poder jugar con la selección de Uruguay, fue celebrada con intensidad en Colombia. Cuatro días después en Rio de Janeiro, la ‘Tricolor’ eliminó a los uruguayos en octavos de final con dos goles de James Rodríguez, uno de ellos galardonado con el Púskas, el premio inspirado en el húngaro del botellazo del 54.