Sin duda con la muerte de este artista, Colombia está de luto.
A sus 91 años Fernando Botero partió dejando un legado de arte y reconocimiento de Colombia ante el mundo.
La hija de Botero en diálogo con Caracol Radio señaló que su padre “llevaba cinco días bastante delicado de salud porque había desarrollado una neumonía”. Pese a que Botero falleció no ha muerto pues vivirá por siempre en todas sus obras.
Uno de los gestos que sin duda la gente no olvidara de Botero, fue el homenaje que le hizo al futbolista colombiano, Radamel Falcao García. Y es que con sus trazos quiso reconocer el papel del deportista.
Luego de que Falcao recibiera esa pintura no dudo en expresar sus sentimientos, “agradezco al maestro Fernando Botero por unirse a esta iniciativa de Fundación Falcao. Libro Botero, edición de lujo que lanzó en Nueva York la editorial Assouline. ¡Edición limitada hecha a mano y que incluye trabajos inéditos del maestro!”.
Y es que Botero no ha estado alejado de este deporte que despierta miles de pasiones en el mundo y de esto da cuenta las obras que realizó sobre el fútbol.
Una de sus obras destacadas fue Niños jugando fútbol.
“Pienso con frecuencia en la muerte y me da lástima irme de este mundo y no poder trabajar más, porque tengo un gran placer trabajando”, había confiado el “maestro” a la AFP durante una entrevista cuando cumplió 80 años.
Botero había nacido el 19 de abril de 1932 en Medellín. Hijo de un modesto agente de comercio, se inició en el arte tempranamente y contra la opinión de su familia. A los 15 años, vendía dibujos sobre temas de tauromaquia a las puertas de la plaza de toros La Macarena.
“Cuando yo empecé ésta era una profesión exótica en Colombia, no era aceptada ni tenía ninguna perspectiva. Cuando le dije a mi familia que me iba dedicar a la pintura respondieron: ‘Bueno, está bien, pero no le podemos dar apoyo’. Lo hice igualmente y afortunadamente”, contó.
Tras una primera exposición en Bogotá en los años 1950, partió a Europa, pasando por España, Francia e Italia, donde descubrió el arte clásico. En su obra también influyó el arte mural de México, donde se instalaría posteriormente.
Pero fue en los años 1970 cuando su carrera despegó, tras conocer al director del museo alemán de Nueva York, Dietrich Malov, con quien organizó exitosas exposiciones. “Pasé de ser un completo desconocido, que no tenía ni siquiera una galería en Nueva York, a ser contactado por los más grandes marchands del mundo”, narró Botero.
Las desbordadas formas de su arte, su marca registrada, habían aparecido como una revelación en 1957, con la pieza “Naturaleza muerta con mandolina”. Entonces, por casualidad, hizo un agujero demasiado pequeño para ese instrumento y de golpe, “entre el pequeño detalle y la generosidad del trazo exterior, se creó una nueva dimensión que era como más volumétrica, más monumental, más extravagante”, explicó.
Con Botero no valía el calificativo de “gordo” para sus figuras. Enamorado del renacimiento italiano, se proclamaba ante todo “defensor del volumen” en el arte moderno. Su escultura, marcada también por el gigantismo, ocupó un espacio muy importante en su carrera, desarrollada en buena parte en Pietrasanta (Toscana, Italia).
Allí se afincó, aunque en los últimos años vivía entre Mónaco y Nueva York, donde tenía residencias, y regresaba cada enero a su hacienda en las afueras de Medellín.
“Me encantaría morirme sin darme cuenta. En un avión sería ideal”, confesó a la revista Diners en una entrevista por su aniversario 90. Según la prensa local, murió afectado por una neumonía.