En un rincón anónimo de internet operan mercados de drogas, hackers, sicarios y pedófilos. Un periodista se le midió a navegarlo a fondo, en exclusiva para SoHo, y descubrió todo lo que hay en las capas menos visibles de la red.
El mercado virtual me pedía usuario y contraseña. En algunos foros de Internet ya había leído al respecto: no debía, bajo ninguna circunstancia, proveer palabras que me pudieran identificar. Nada de nombres de familiares, nada de mascotas de infancia, nada de hobbies, a menos que quisiera correr el riesgo de que, en unos días, la policía tumbara la puerta de mi casa. Así que miré alrededor: una pila de libros arrumados en mi biblioteca. Escogí el primero que me saltó a la vista, una novela que había leído de adolescente. Introduje su nombre y autor en las casillas correspondientes. Usuario: JosephHeller22. Contraseña: Catch22. A continuación leí el mensaje de bienvenida de AlphaBay Market, uno de los principales mercados negros de la dark web: “Welcome, JosephHeller22”. (Acá terminan sus correos e intimidades que pasan por Internet)
De inmediato me sorprendió su profesionalidad. El portal no solo ofrece páginas de soporte, foros, mensajes e información sobre tasas de cambio, sino que, al mejor estilo de Amazon, ordena sus productos por categorías: Fraude, Joyas y oro, Drogas y químicos, Armas, entre muchos otros. Tiene, a su vez, promociones diarias. En esa primera visita los ítems estrella eran una onza de cera de cannabis, 14 gramos de cocaína peruana, dos onzas de marihuana Pineapple Kush, pastillas de Xanax y la posibilidad de convertir 100 dólares en 6500 por medio de dudosas operaciones bursátiles. Después de navegar un tiempo entre los más de 300.000 productos a la venta —desde tarjetas de crédito robadas hasta escopetas Remington, pasando por la posibilidad de conseguir 100 seguidores en Instagram por un dólar y cincuenta centavos—, decidí buscar a los vendedores colombianos. Para mi sorpresa, solo encontré uno.
Activo en AlphaBay Market desde marzo de 2015, Colombian Connection tiene como foto de perfil un guante azul que sostiene un gramo de coca y una bandera colombiana. Si bien hoy se dedica más a vender suscripciones a páginas de porno, como Brazzers, y programas para mejorar el anonimato de personas en la dark web, en su página de usuario se describe a sí mismo como “el único vendedor… que puede ofrecer cocaína de alta calidad directamente desde Colombia”. Garantiza, además, que la pureza de su coca oscila entre “el 90 y el 95 %” y que vende a todos los países del mundo, excepto a Estados Unidos y a España, a través de un “sistema de empaque discreto y sigiloso”. Colombian Connection goza de buena reputación entre sus usuarios: en el último año ha recibido 302 comentarios positivos y apenas ocho negativos. Leídas las opiniones y analizados los productos, hice clic en el botón “Enviar mensaje”. Me cargó una página sencilla, similar a un chat noventero. Sin muchas esperanzas, titulé el mensaje “Periodista colombiano” y escribí:
—Hola. Soy un periodista que escribe un artículo sobre la dark web para la revista SoHo. Quisiera hacerle unas preguntas. Cuénteme, por favor, si podemos hablar. Saludos.
A los dos días, para mi sorpresa, encontré el siguiente mensaje en mi bandeja de entrada:
—Hola, amigo.
Si quieres envíame un cuestionario por esta vía y te respondo lo que no me comprometa.
Colombiaconnection.
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Aunque para los no iniciados la dark web suene como una tierra lejana, asequible apenas para los dotados en informática, una especie de submundo regido por hackers y contrabandistas, en realidad está a un par de clics. Lo único que necesité para entrar fue un browser de libre circulación y descarga llamado The Onion Router (TOR), similar a Google Chrome o Safari, pero que se diferencia en un aspecto fundamental: bajo la premisa de mejorar la privacidad y la seguridad de los usuarios, TOR se conecta a las páginas web por medio de una serie de túneles virtuales en vez de usar una conexión directa. En otras palabras: por medio del browser uno puede navegar internet de manera anónima, sin revelar la huella digital del computador.
La clandestinidad de TOR permite, por ejemplo, que usuarios entren a páginas normales sin correr el riesgo de ser perfilados con fines publicitarios. También, que activistas esquiven la censura de gobiernos totalitarios, que policías trabajen de manera oculta en misiones encubiertas y, claro, que cualquiera pueda entrar a las páginas de la dark web, que en el caso de TOR no terminan con un “.com” sino con un “.onion”. Estas últimas, vale aclarar, representan una porción minúscula de la deep web, término que reúne a todos los portales que no están indexados en motores de búsqueda como Google o Yahoo! y que componen más del 90 % de internet. Cuando alguien entra a través de su computador a su cuenta bancaria o se “loguea” en Amazon para comprar un producto casero, hace uso de la deep web, pues esas páginas no aparecen en ningún buscador por motivos de privacidad. De manera similar, las páginas de la dark web burlan las “excavadoras de URL” de Google y otros motores, pero por un motivo distinto: porque ellas mismas no quieren ser encontradas. (5 gallos que puede (y tiene) que comprar en Internet)
Resulta irónico que, a pesar de alojar servicios ocultos donde pululan actividades ilegales, TOR naciera como un proyecto de la Armada de Estados Unidos. En un esfuerzo por garantizar la privacidad en línea de sus funcionarios y ayudar a sus agentes encubiertos a cazar pillos cibernéticos, la Armada gringa desarrolló el programa a mediados de los años noventa. Una década después, sin embargo, el gobierno estadounidense lo abrió al público y se desvinculó de él, por razones obvias: los agentes solo podían actuar como anónimos y lograr resultados si el browser era utilizado por muchas personas —muchos delincuentes— y no solo por funcionarios del gobierno gringo. De todas formas, desde entonces el Estado no lo ha dejado de financiar: aproximadamente el 60 % de las donaciones del browser han provenido de los ministerios de Defensa y de Estado, según el periódico británico The Guardian. Incluso lo siguió apoyando después de que TOR y la dark web entraran a hacer parte de la jerga popular, como resultado del arresto en 2013 de Ross Ulbricht, el presunto creador de su primer gran mercado negro: The Silk Road. Hoy, alrededor de dos millones de personas usan el browser a diario, según cifras de The Tor Project, su página oficial. Entre estos se encuentran unos 6000 colombianos, número que palidece en comparación con los usuarios de Estados Unidos (371.303), Rusia (206.411) o Alemania (176.394).
Si bien lo único necesario para ingresar a las páginas de la dark web es bajarse TOR, el usuario precavido puede tomar medidas adicionales. Para maximizar su anonimato, tiene la opción de descargar una “red privada virtual” (VPN, por su sigla en inglés), tecnología que permite cambiar el IP del computador —yo no lo hice—. El siguiente paso es abrir el principal motor de búsqueda del browser, llamado DuckDuckGo, y buscar “The Hidden Wiki”, una especie de hoja de ruta para los sitios web “.onion”. Una vez allí, el bazar abre sus puertas: con una extensa tabla de contenidos y un sinfín de hipervínculos, uno encuentra mercados de drogas, servicios de hackers, información privilegiada de los mercados bursátiles, bibliotecas con millares de libros para descargar de manera gratuita y portales de temáticas tan dispares como los túneles subterráneos que recorren la universidad de Virginia Tech o la poesía amateur.
En una de mis primeras visitas, además de bajarme unos libros de García Márquez, terminé en una página de sicarios. Aunque sus servicios tienen fama de ser estafas —por culpa del anonimato, en la dark web abundan las estafas—, me sorprendió leer algunos de los perfiles. Uno decía: “Soy un exitoso psicópata que vive en Estados Unidos. Mato personas por diversión y placer. Si quiere que mate a alguien siéntase libre de dejarme su información de contacto. Haré básicamente cualquier cosa por una buena cantidad de dinero”. Se supone que contratar a un sicario por la dark web cuesta entre 7000 y 25.000 dólares. (Las drogas legales de Internet)
También me topé con foros de víctimas de abusos sexuales y con otro en el que se discutían métodos de suicidio. Y, claro, entre los pliegues menos visibles de “The Hidden Wiki” también se encuentra el único tema tabú en la dark web: la pornografía infantil. Aunque abundan páginas con este tipo de material, hay varios portales que se dedican a cazar pedófilos. En un foro llamado “Respuestas ocultas”, encontré mensajes tan perturbadores como “[Busco] links para ver ‘caldo de pollo’ porno”. “Caldo de pollo”, como me enteraría después en una reunión con la Policía, es la expresión que se usa en español para buscar pornografía infantil en TOR y fue creada a partir de un juego de palabras basado en las iniciales del término en inglés, child pornography.
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Al poco tiempo de comenzar mis andanzas por TOR, me dirigí por la avenida 26 al Centro Cibernético Policial, el ente estatal que lidera la lucha contra el cibercrimen en el país. En su oficina central, donde trabajan 84 de sus 240 funcionarios, me entrevisté con su vocero oficial, quien no quiso que su nombre fuera publicado. Entrenado por agentes europeos en La Haya, Países Bajos, me recibió en una pequeña sala de espera, no lejos de los cuartos donde varios oficiales hacían sus rondas por internet, y me explicó que el centro fue creado en 2012 como una medida para implementar la Ley de Delitos Informáticos, expedida en 2009. El organismo es el primer esfuerzo de su tipo en Iberoamérica y, en temas como la dark web, trabaja de la mano de varias agencias extranjeras, como la Europol y el FBI.
“En noviembre de 2014 participamos en nuestra primera operación internacional contra portales web que se dedican a la comercialización de drogas y productos ilícitos en internet —me dijo el vocero—. Se trató de un esfuerzo liderado por el FBI en el que cayeron mercados negros como Silk Road 2.0. Nosotros aportamos información de URL que en foros eran identificados como colombianos”.
Aunque el anonimato de TOR hace que sea casi imposible saber quiénes son realmente los usuarios que navegan en sus páginas, el centro ya ha encontrado unos 280 portales que ofrecen drogas a turistas en Colombia. Aunque cada día hasta 19 policías entran a los mercados negros y a los foros de la dark web, hasta el momento no han podido coger a nadie in fraganti. “Lo que sí hemos hecho es bloquear sitios. Si no se puede capturar, se pueden tumbar las ollas. Solo sabemos si un colombiano estuvo ahí metido después de analizar su computador”. Eso, sin embargo, no quiere decir que no hayan realizado trabajos encubiertos en colaboración con agencias de otros países para acercarse a quienes cometen delitos. (Pornhub: 10 años como el rey del porno en Internet)
En abril de este año, por ejemplo, como parte de “otro esfuerzo internacional”, escuadrones de la Policía arrestaron en horas de la madrugada a seis presuntos pedófilos en Bogotá, Armenia, Pasto, Bucaramanga, Guamal y Sogamoso. Las redadas hicieron parte de la operación Tantalio, responsable de llevar a la justicia a 39 hombres de Europa y América Latina. El proyecto inició en la dark web, cuando las autoridades españolas se infiltraron en unos foros de TOR en los que circulaban invitaciones para entrar a grupos de pedofilia de WhatsApp a cambio de dinero. “Después de realizar el trabajo de infiltración, nos llamaron para decirnos que seis números colombianos participaban en algunos de los 96 grupos de WhatsApp donde se subía y se descargaba este tipo de material”, aseguró el vocero. Se calcula que en esa red criminal se compartieron más de 360.000 fotografías y videos.
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Mi próxima parada fue en la casa de Camilo Soto —el nombre fue cambiado, por obvias razones—, quien me contó sobre su experiencia comprando drogas a través de TOR. Consumidor de ácidos desde los 19, durante años se acostumbró a conseguir trips de los dealers que conocía por medio de amigos. Pero desde 2014, sin embargo, empezó a sentir que el LSD local tenía unos efectos raros: solo duraba un par de horas y hacía vomitar a la gente. Entonces se puso a investigar en línea y se enteró de que había un nuevo tipo de ácido llamado 25I-NBOMe, pero ni siquiera era ácido y, según descubrió, había inundado el mercado colombiano. Así que se consiguió vía Amazon un kit que analiza la composición de las drogas y, tras comprarles LSD a unos diez dealers colombianos, se puso en la tarea de comprobar su calidad. Resultó que, efectivamente, ninguno era LSD.
Su suerte cambió cuando un 31 de diciembre, en una finca, un amigo le comentó que solo compraba ácidos alemanes a través de la dark web. “Cuando llegué a mi casa después de esas vacaciones, me puse a investigar sobre el tema. Como me gusta todo lo relacionado con la tecnología, no me costó mucho trabajo. Al poco tiempo me bajé un VPN, descargué TOR y me metí en los mercados para empezar a mirar las calificaciones de los vendedores. Después de leer un montón, encontré uno con un feedback muy positivo, un holandés que llevaba vendiendo unos seis o siete meses en un mercado llamado Agora. Les conté a varios amigos y entre todos decidimos comprarle unos 300 trips usando Bitcoins (la moneda virtual no regulada por ningún Estado o entidad financiera oficial)”. (En cuál página de Internet se compran vuelos más baratos)
Pero esa primera experiencia fue un fiasco. Al momento de hacer la transacción, Soto decidió no usar el escrow que ofrecía el mercado negro (un sistema que le retiene el dinero al vendedor hasta que el comprador confirme que recibió el pedido). Optó, en cambio, por hacer el negocio directamente con el vendedor, y se tropezó con un exit scam: una estafa común en la dark web, en la que el dealer vende sus productos durante varios meses a precios muy bajos para conseguir buenas calificaciones hasta que, ya consolidada su reputación, deja de enviar su mercancía y se queda con el dinero de los pedidos que tiene en ese momento.
Soto tomó la experiencia como un aprendizaje. Resuelto a conseguir sus ácidos, decidió cambiar de estrategia: “La segunda vez la jugamos diferente. Como tenía una amiga en Alemania, le escribí diciéndole ‘voy a pedir drogas a tu casa’. Aunque al principio a ella no le gustó la idea, aceptó cuando le conté cómo funcionaba la vuelta. Entonces le pedí sus datos y, con los dedos cruzados, volví a comprar la misma cantidad de la primera vez”. Dos días después, llegó a la dirección de su amiga un sobre blanco, común y corriente. Cuando ella lo abrió, se encontró con un papel grueso, de cartón, que decía algo así como “Gracias por su interés en los cursos de la Universidad de Hamburgo...”. Al acercar el papel a un foco de luz, pudo descubrir que, entre dos láminas, sellados al vacío, se encontraban los 300 trips. Al día siguiente, envió la carta por correo a Colombia. “Los agentes de la aduana quizá revisan paquetes, pero nunca cartas, yo ya había averiguado en foros”, dice Soto. El mes siguiente, le llegaron a su casa, como si nada, la carta y el LSD.
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Ya hacia el final de mi periplo por la dark web, tras sumergirme en los foros y mercados de TOR, después de conversar tanto con la Policía Cibernética como con un ávido consumidor de ácidos, volví a entrar a AlphaBay Market. En el buzón de entrada tenía un mensaje sin leer. Colombian Connection había respondido mis preguntas. Primero, me confesó que era un viejo usuario de la dark web, de los tiempos de Silk Road, cuando se metía en ese mercado para vender cuentas pirateadas de diversos sitios. Aunque no quiso entrar en detalles sobre su operación, no tuvo problemas en describir a TOR como “el Disneyland de las drogas”: “Hago muy buen dinero en el mes, sin correr ningún riesgo. Tengo clientes que me compran cada semana y cada mes. Es completamente diferente a vender en la calle, mucho más seguro. La verdad es que solo he trabajado por aquí. A través de este medio, las transacciones son absolutamente anónimas, nunca conozco a mis clientes ni ellos a mí, no me expongo de ninguna forma”. Colombian Connection también me aseguró que él era uno de los vendedores mejor valorados en los mercados negros, además del único colombiano: “Nunca he visto a otros que operan por acá. Muchos se hacen pasar por colombianos pero la verdad no tienen ni idea del país. Muchos aún utilizan a Pablo Escobar y a Medellín como referencia para sus negocios. Pero los colombianos sabemos que eso ya es historia”. Y la historia, al parecer, hoy se empieza a escribir en otro territorio: el de la dark web. (Estafa sexual en Skype: los hombres a quienes seducen y engañan por internet)