Los sindicalistas generalmente son vistos con malos ojos en Colombia, pero durante los días del Paro su cara cambió para convertirse en líderes de una protesta que tenía respaldo popular. Uno de ellos escribió para SoHo cómo fue sentarse a hablar con un gobierno que no sabía lo que hacía.
Por: José Diógenes Orjuela, secretario general de la CUT
Cuando desde la Central Unitaria de Trabajadores CUT decidimos presentar un plan de acción al Comité Nacional de Paro a mediados de febrero de 2021, lo que culminaría con un paro y movilizaciones el 28 de Abril, no vimos mayor entusiasmo en el resto de organizaciones por la propuesta.
El plan contemplaba marchas para el 8 de marzo por el día internacional de la mujer, el 9 de abril por ser el día de las víctimas, el 18 de abril un plantón organizado por las Dignidades Agropecuarias frente al Ministerio de Agricultura y la formulación del 28 que estratégicamente quedaba pegada al 1 de mayo muy conocida como el Día Internacional de los Trabajadores. Aunque el plan fue aprobado, me quedó la sensación junto con los compañeros sindicalistas de que este día no alcanzaría a tener los alcances del 21 de noviembre de 2019.
Con excepción de la movilización del 8 de marzo, que especialmente en Bogotá tuvo una gran participación, las demás convocatorias fueron tan débiles que nos dejaron el amargo sabor de que no había mucho ánimo para repetir las grandes movilizaciones. Nuestras consignas en contra de las reformas laboral y pensional, contra la reforma tributaria y las denuncias de violaciones a los derechos humanos, asesinatos, detenciones y hechos de violencia de septiembre del 2020 no calaban ciertamente en lo que comúnmente llamamos " el ánimo de las masas”.
Inesperadamente el gobierno dio un viraje entrado el mes de marzo y decidió bajarle el tono a las reformas laboral y pensional, pero empezó a mediatizar la tributaria, jalonada con mucha fuerza por el mismísimo ministro Alberto Carrasquilla, que trataba de convencer al país de que las consecuencias de la pandemia justificaban no solo los 30 billones de pesos pretendidos sino que estos salieran mayoritariamente del bolsillo de la clase media, los trabajadores, los sectores de menores ingresos y los pequeños y medianos empresarios.
La reacción generalizada fue de indignación. Asumimos inmediatamente en el Comité del Paro que la fecha del 28 de abril cobraba vida teniendo como consigna central “hundir la reforma tributaria de Duque y Carrasquilla”, situación que mejoró aún más cuando el Gobierno retando a los partidos, gremios económicos, sectores de opinión y al país en general, decidió radicar a mitad de abril el proyecto en el Congreso.
Decidimos entonces convocar abiertamente para el 28 el paro nacional contra las reforma tributaria como eje central y demás temas reivindicados desde el 2019, que para entonces definimos como el pliego de emergencia que había sido radicado desde junio del 2020 en respuesta a la crisis de la pandemia.
“Duque ni dialoga ni negocia” fue una frase que impulsamos para darle más fuerza a la presión y al respaldo nacional. La semana anterior al 28 el abiente era oros y ya teníamos claro que el país iba a responder al paro y la movilización. Carrasquilla cada vez que hablaba por los medios, le metían más combustible a la candela. Era evidente y por tal razón, aunque el llamado fue para un solo día, aprobamos que si se daba una gran respuesta en todo el país, iríamos extendiendo el paro. Y así fue.
Casi dos semanas de movilización continua, luego cada miércoles, la negociación fallida con el gobierno, el debate continuo con quienes se salían de nuestro llamado a la movilización pacífica y respaldo popular que llegó al 80% según diversas encuestadoras, marcaron los días del paro nacional. De nuestra parte hubo oposición a los bloqueos indefinidos pero también encontramos a un gobierno torpe hasta más no poder, que extendió lo que había podido ser resuelto en un corto ejercicio de diálogos a casi dos meses de desgaste para el país, la economía y la esperanza de los colombianos.
Estuve en el día a día y este estallido me convenció de lo difícil que es para Colombia que los sectores poderosos entiendan que la riqueza y el bienestar no es solo un privilegio de ellos.