El cronista chileno Juan Pablo Meneses se compró un dios en la India, diseñó una iglesia en Silicon Valley y fundó una religión en Nueva York. Todo para escribir un libro de no ficción. Acá adelanta, por primera vez, parte de uno de los proyectos más extremos de la crónica latinoamericana.
Hoy es Black Friday y por Times Square pasan miles de turistas y neoyorquinos en plan de consumo: están los que corren para ir de compras, los que recién terminan de comprar y los que deambulan como carne sin alma por no poder comprar. Los veo desde arriba, porque estoy parado en una pequeña tarima de un metro de alto por uno de ancho, en el centro de la plaza más famosa de Estados Unidos. Estoy aquí para hablarles a ellos, y a un par de seguidores que me acompañan, acerca de mi propia compra: un dios.
Sí, así como lo leen. Así como suena. Hace un tiempo me compré un dios en la India. No una figurita religiosa de souvenirs, no una replica turística de una divinidad: un dios real, mío, que será para muchos. No es fácil comprar un dios, pero hoy, viernes 24 de noviembre de 2017, a las 19:00 y durante el día de Black Friday, estoy fundando en Nueva York una religión en honor a mi dios: la Religión Portátil.
En mis manos tengo un libro de tapas blancas que por ahora se llama ‘libro blanco’, pero que cuando esta historia termine tendrá una portada, un título, un código de barras, el logo de una editorial y se venderá en librerías. En este libro blanco voy tomando los apuntes para esta historia.
No será un lanzamiento completamente anónimo. Ayer, la cadena internacional de diarios Metro publicó en varios países un artículo en el que se leía: Juan Pablo Meneses asegura que se ha comprado un dios. “Para lanzar una religión en Nueva York”, dice Meneses a Metro. Y así, escribir el tercer libro de la trilogía del Periodismo cash. La religión será presentada este viernes 24, misma fecha que el Black Friday.
Y ahora estoy aquí. Abro el libro blanco y, antes de leer, miro a esa muchedumbre que se mueve por Nueva York como en un pogo lento. El viento que cruza la isla es muy frío y te deja las mejillas como de goma. Sale vapor de las alcantarillas y por la boca de los consumidores de este ‘viernes negro’. Las pantallas gigantes nos iluminan con sus anuncios: aquí somos seres de luz, pero de luz de publicidades. Con ese entorno, comienza la ceremonia de fundación de esta religión. Respiro hondo, me fijo en que la cámara me esté apuntando y leo en inglés:
—Nace aquí, oficialmente, la Religión Portátil. La que está consagrada a un dios portátil. La que se va a expandir a través de la Iglesia de la Religión Portátil. Un nuevo credo, dirigido a los viajeros, a los trashumantes, a los nómadas, a los peregrinos, a los que no tienen nada fijo, a los freelancers de este mundo.
***
Llegué a la India a comprarme un dios, aunque en realidad estaba escapando. En Santiago de Chile era director de un periódico, me había comprado un departamento grande, vivía metido en aburridas reuniones de ejecutivo y recién terminaba una relación larga y lenta. Comprar un dios, para escribir un libro, era una buena excusa para viajar y ‘resetearme’ en el país con más vegetarianos del mundo.
Una mañana iba caminando por Benarés y se me acercó un vendedor callejero, de esos que se te pegan y no te sueltan:
—¿Quieres droga? ¿Quieres masajes? ¿Buscas sexo? Tengo de todo.
Benarés, la ciudad sagrada de la India, es un mar humano de olores y colores extraños. Hay muchos tipos de ruidos diferentes, de bocinas, de cláxones, de trompetas, de gritos, de rezos, de músicas, de plegarias, de motores. No es fácil caminar por estas calles angostas, con ancianos durmiendo en el suelo, vacas comiéndose la basura, monjes bailando sobre brasas, monos saltando entre los techos, bebés de pocos meses con los ojos maquillados, turistas recién drogados, vecinos esquizofrénicos. Todo lo anterior cubierto por la nube de cenizas de todos los cadáveres quemados esa mañana.
—¿Quieres droga? ¿Quieres hachís? ¿Marihuana? ¿Sexo? ¿Píldoras? ¿Masajes? ¿Mujeres? Tengo de todo.
Al parecer, me había convertido en imán de este tipo de profetas. Me lo preguntaba como si estuviera tratando de ayudarme. Parecía un deseo genuino. Entonces le tomé el brazo, lo miré a los ojos y le dije:
—Un dios. Vine a comprar un dios. ¿Tienes un dios para venderme?
—¿Un dios? —y se quedó pensando un momento, como buscando un dios en la bodega de su memoria.
—Sí, un dios. Quiero comprar un dios.
El joven, flaco como un faquir y bigotes como Cantinflas, se fue corriendo. Apareció un par de cuadras más adelante. Estaba agitado, como si viniera de ver a un dios real. Estiró su mano de huesos y uñas largas, y me dio su ofrenda:
—Lo que estabas buscando. Un dios para ti. A muy buen precio.
Lo que tenía entre las manos era una miniatura de Ganesh, uno de los dioses más conocidos y adorados del panteón hinduista.? Tiene cuerpo humano y cabeza de elefante, y parece ser el hijo favorito de Shiva y Parvati. Es uno de los más populares entre los turistas y lo puedes ver en posters, camisetas, murallas, templos. El Ganesh que me pasó estaba hecho en un molde de detalles gruesos y mala porcelana.
—No, no es lo que estoy buscando. Esto es una estatua —le dije, mientras tomaba la réplica de Ganesh en mis manos. Y le repetí:
—Quiero comprar un dios verdadero. ¿Me puedes vender un dios real?
Él tomó el elefante y se fue resignado. Se perdió entre toda esa gente que parecía perderse junto con él.
Desde que decides comprarte un dios, lo más complicado es explicarle a la gente que te quieres comprar uno de verdad, uno real, no una miniatura. Y escuchar que te dicen que no se puede, que es imposible, que estás loco.
En la India, donde los hinduistas tienen millones de dioses, una profesora de la Universidad de Benarés me dijo que es común que cada familia pueda tener su propio dios. Pero que ella nunca ha sabido de alguien que compre o venda dioses.
Un teólogo de la Iglesia católica me dijo en Roma, caminando hacia el Vaticano, que dios era uno solo y que él lo sabe todo y que es una locura intentar comprarlo.
Un monje lama me dijo, en un monasterio de Katmandú, que mi aventura de comprar un dios no tendría final feliz. Me tomó las manos, me miró a los ojos, y me dijo:
—Puedes comprar una cama, pero no puedes comprar el sueño.
Un maestro californiano de yoga, que recorre todo el mundo en un jet privado y que aconseja a presidentes de varios países tercermundistas, me dijo:
—Puedes comprar cualquier cosa, amigo. Puedes comprar de todo, el hombre inventa todo para vender. Pero hay una sola cosa que nunca podrás comprar. Nunca: la respiración.
El escritor, artista y director de cine Alejandro Jodorowsky me dijo durante el rodaje de su más reciente película:
—¿Quieres comprar un dios? ¡Tú eres un dios! Todos tenemos adentro un dios que no necesitamos comprar porque nos pertenece.
Un doble de Elvis Presley, seguidor de la Iglesia presleyteriana, me dijo en la calle principal de Las Vegas que el único dios real era el Rey del Rock. Y uno de los fundadores de la Iglesia de Maradona me contestó, desde Rosario, Argentina, que no hay más dios que d10s. Y que no estaba a la venta.
Un corredor de la Bolsa de Nueva York, con movimientos de millones de dólares al día, me dijo:
—Si compras un dios verdadero, llámame. Me interesa. Me interesa mucho.
***
La ceremonia de lanzamiento de la Religión Portátil será breve, aunque seguirá con varias presentaciones. Después de esta primera piedra puesta en Times Square, vendrán tres fechas más. Lo bautizamos como el Church of the Portable Religion. Inaugural Tour / New York 2017, seguirá al día siguiente en Brooklyn Bridge y el 2 de diciembre en la Universidad de Nueva York. El cierre será en el Central Park el 3 de diciembre.
Mientras leo pasajes del libro blanco bajo las luces de las pantallas gigantes, sobre una tarima de un metro de alto, veo que muchos pasan sin escuchar. Una mujer, de unos 60 años, con abrigo gris y orejeras peludas, me interrumpe gritándome que dios es uno, único, y se va recitándome un salmo. Una de las personas que están conmigo me levanta el dedo de la mano, en señal de que ha grabado el momento en que ella se acercó a interpelarme.
Salvo ese pequeño incidente, mientras leo el libro blanco la mayoría de los transeúntes va encapsulado en su propio Black Friday, el día en el que las ofertas de las tiendas de Estados Unidos son tan grandes que han llegado a morir personas aplastadas tratando de entrar a comprar algo con descuento. Cuando compré mi dios no tuve que esperar que hubiera alguna oferta, ni hacer una larga fila antes de llegar al mesón. Gasté más tiempo en negociar el precio que en llegar hasta el sitio donde lo compré.
El día en que compré mi dios había más de 35 grados de temperatura y estaba vestido con una camisa suelta y pantalones cortos. Ahora, en la ceremonia de lanzamiento en Nueva York, estoy vestido con zapatos negros, pantalón negro, camisa negra y abrigo negro. Iba a traer un megáfono chico, que costaba 77 dólares en una tienda de Chinatown, pero no quise tener líos con la Policía. Y acá está lleno de policías. Un par de turistas me hace una foto, sin tener idea de que estamos en la ceremonia de fundación de una religión. Por momentos pienso que uno de esos turistas puede ser un policía encubierto.
¿Cómo será la Religión Portátil?, me preguntaron varios en los días previos al lanzamiento.
Casi siempre doy la respuesta larga:
—No tendrá fundamentos, no tendrá reglas, no tendrá mandatos ni mandamientos, no te obligará a ser monógamo, ni polígamo. No te impedirá que creas en otros dioses, ni que participes en otros credos. Será una religión en la que uno decida los tiempos y ponga las reglas. Será sin horarios y bajo tu responsabilidad. Será una espiritualidad portátil.
Pocas veces doy la respuesta corta:
—Será igual que una relación laboral freelance. Será una relación religiosa freelance.
***
Durante mi estadía en Benarés me quedé en el hotel Ganges View, en la calle
Nagwa, en el Assi Ghatt. Mi habitación estaba en el tercer piso, con vista al río sagrado. En la puerta del hotel había un músico callejero con un mono con el cuerpo completamente afeitado, lo que lo hacía parecer un niño. Estaba rodeado de millones de dioses, como dicen los hinduistas, pero yo no podía comprar ninguno.
Como todos los días, después de anotar algunos textos en el libro blanco, me quedé dormido escuchando el Álbum blanco de Los Beatles. En la mañana me despertó el teléfono de la habitación. Me dijeron que me buscaba alguien en la recepción. Bajé rápido, sin saber quién me iba a visitar en ese hotel perdido de la India. Era el vendedor callejero del día anterior.
Me saludó con su mano de huesos y uñas largas y me dijo que ahora sí me traía un dios verdadero. En la puerta tenía amarrada una vaca, flaca y chica como un perro, con cara de malhumor.
—Es una deidad real. Es sagrada. Te la puedo vender, pero no le puedes decir a nadie. Tendré muchos problemas si saben que te la vendí.
Me pidió 400 dólares, en billetes, y a los 15 segundos se bajó a 200.
—Muchas gracias, pero ya me compré una vaca. En el primer libro de esta trilogía ya me compré una vaca.
—¿El primer libro?
No me entendió lo del libro, y por un momento pensé en explicarle todo el proyecto. Que me estaba comprando un dios para hacer un libro. Que el libro será el tercero de una trilogía que llamé
Periodismo cash y que consiste en comprar con dinero en efectivo al protagonista de una industria. Que primero me compré un ser animal, una vaca, para contar la industria de la carne, y que ese libro se llamó La vida de una vaca (2008). Que después recorrí América Latina buscando comprar un niño futbolista para venderlo a Europa, y que de ese recorrido buscando comprar un ser humano salió el libro Niños futbolistas (2013), acerca de cómo es hoy la industria del fútbol. Y que ahora estaba comprando un ser divino, una deidad, para hacer una religión y una Iglesia, y contar por dentro la industria de la espiritualidad, de la fe, de creer.
Salió más rápido no explicarle nada:
—Una vaca es un buen intento, pero no es lo que ando buscando, muchas gracias.
***
Casi al final de la presentación en Times Square, cuento que el dios que me compré en la India está a unas 50 cuadras de acá, dentro de una maleta verde, en el séptimo piso de un edificio de la calle 94, en el Upper West Side de Manhattan.
No puedo contar mucho más. En espera de que el libro blanco se transforme en el libro final de esta historia, todavía no puedo adelantar la forma que tiene, ni el valor exacto en que lo compré, ni cómo fue la negociación, ni cómo se llama el vendedor. Revelo aquí, eso sí, algunos detalles específicos que nadie conoce:
*Lo pagué en rupias, aunque el valor acordado fue en dólares.
*Se lo compré al vendedor de una tienda de souvenirs, dentro del hotel Holiday Inn de Benarés.
*El arreglo incluyó un par de cojines con bordados indios.
*No me entregaron ninguna escritura ni documento oficial por el dios. Tampoco una boleta.
*No tuve problemas para salir de la India con mi dios, ni para volver a Chile, ni para entrar a Estados Unidos cuando me vine a vivir a California.
*Mientras viví en California presenté el proyecto de la Church of the Portable Religion en una clase del Máster de Negocios de la Universidad de Stanford, pero no lleve al dios a esa presentación.
—Cuando me mudé a Nueva York, donde vivo ahora, me vine invitado por la Universidad de Nueva York (NYU) para trabajar en este proyecto literario. Mi oficina es la 555 del Center for Religion and Media, de NYU. El dios estuvo seis días completos en mi oficina, el séptimo me lo llevé a mi casa en el Upper West Side.
Termino la ceremonia en Times Square diciendo que queda fundada la Religión Portátil, con una iglesia portátil, que cada uno llevará consigo mismo, y un dios portátil que los acompañará a donde vayan.
Cuando bajo de la tarima, y la ceremonia ha terminado, la religión ya está oficialmente fundada. Me confirman, pocos minutos después, que ya está abierto el acceso de la página: portablereligion.org. Nuestro único templo oficial. Desde ese momento, siento que tengo una de las casi 5000 religiones que se estiman hay en el mundo: aunque la mayoría del planeta se reparte solamente en 10 credos. En términos legales, el camino será más largo y va a requerir entrevistas con abogados, contadores, asesores y todo ese ejército de burócratas que ha convertido a la religión en una industria que en este país mueve más dinero que Google y Facebook juntas.
La noche del 24 de noviembre termina con una velada con amigos en el Raines Law Room, una réplica de los bares speakeasy de Manhattan que funcionaban clandestinamente en los años treinta durante la ley seca. Está en un subterráneo y mantiene todo el ambiente secreto. Hacemos unos brindis. Pienso en los primeros seguidores de esta fe portátil, de esta espiritualidad freelance.
El día en que fundas una religión te acuestas tarde y muy cansado: te desplomas en la cama, como si te hubieran chupado las fuerzas. Al día siguiente, cuando despiertas, ya todo es distinto. Tienes tu propio credo y te queda escribir un libro.